Manuel Astur
El escritor asturiano publica Seré un anciano hermoso en un gran país (Sílex), en donde narra la evolución cultural y espiritual de España a través de su autobiografía.
Pregunta.- "Siento que estoy en un periodo de reflexión y cambio en mi vida", dice al principio del libro. ¿Es esa sensación la que lo llevó a escribir un libro tan personal?
Respuesta.- En realidad, esa sensación, como creo que le pasa a cualquier persona con dos dedos de frente, la tengo desde que entré en la adolescencia. No somos de este u otro modo, no somos blanco o negro. No somos un producto acabado. Somos un proceso constante de autodescubrimiento y autocreación.
P.- "Todo lo insignificante es tremendamente significativo. Todo es parte y conjunto. Todo contiene y explica todo", escribe. ¿Es esa una de las ideas centrales del libro? ¿Hasta qué punto quería narrar ese todo a través de la peripecia de un solo personaje?
R.- Es una de las ideas centrales, sí. Creo que frente al tecnologismo, que compartimenta la realidad en especialidades, hay que reivindicar lo orgánico, el Arte. Pero el hecho de narrar lo grande a través de mí tiene más que ver con la sinceridad que con ninguna teoría. Si voy a expresar ideas sobre un tema que afecta a muchos, lo honrado es hacerlo desde mi experiencia, y dejarlo claro.
P.- En el libro el país se va haciendo al tiempo que se forma Manuel Astur. ¿Ahora en qué punto se encuentran ambos?
R.- Me gusta eso que has dicho. Tanto el país como nosotros mismos somos narraciones que escribimos y reescribimos constantemente. Y eso creo que es estupendo. Yo estoy en un buen momento. España tiene que superar algunos problemas y continuar con un proyecto grande e ilusionante, que nos incluya y proteja a todos, pero lo logrará.
P.- ¿Se pueden explicar -por motivos generacionales, culturales, etcétera- las causas del auge de la literatura del yo?
R.- No sé si realmente hay un auge. Tal vez, simplemente, gracias a la influencia de las redes sociales hemos perdido la vergüenza y, sobre todo, ya no tenemos que inventarnos excusas para hablar de nosotros mismos. Además, en un mundo en el que el relativismo más ramplón es aplaudido como un rasgo de inteligencia, el yo es el último reducto de la cordura, el último templo del ser humano.
P.- Hay reflexiones en el libro sobre la patria, la tierra. En una se cuestiona por qué a su generación le produce tanta vergüenza la palabra España. ¿Ha logrado contestar a esa pregunta?
R- La respuesta es algo que ya conoce cualquier persona sincera. Después del patrioterismo hortera y obligado del franquismo, vino un periodo de reacción contra todo aquello. Así España se asoció con el pasado y con el poder centralista, mientras las provincias y regiones se comenzaron a asociar con el progreso y la libertad. Los niños de la democracia crecimos en este ambiente y fueron estas las ideas que, aún de un modo inconsciente, hemos aprendido. Tenemos tendencia a creer que nuestros antepasados eran tontos o algo así. No nos damos cuenta de que en general la mayoría de nuestras ideas y creencias no son nuestras. Del mismo modo que, por ejemplo, somos del Atlético porque lo era nuestro padre, somos de tal o cual color político por herencia emocional y por influencia del entorno. El 99% de las personas que ahora se creen muy de izquierdas, si hubieran nacido hace 70 años, serían franquistas, como lo era casi todo el mundo. La Plaza de Oriente no estaba llena de miles de extras contratados para vitorear, delante de los grises corrían cuatro gatos al final de la dictadura y Franco murió de viejo, en la cama.
P.- ¿Se puede entender el libro como una reivindicación de España? ¿Hace falta reivindicar España?
R.- Hace falta dejar de usarla como chivo expiatorio. Es que es una locura. Lo bueno siempre lo consigue nuestra provincia, o nuestra ciudad, o nuestro pueblo. En cambio, todo lo malo es porque vivimos en una mierda de país y todo está fatal y la culpa es de España. Hace falta dejar de pensar que España son los demás. Es muy peligroso este esquema mental según el cual la culpa siempre es de los otros y nosotros nos lavamos las manos. Eso es lo que quiere esa panda de tarados que tratan de dividirnos y tenernos enfrentados a fin de que, una vez más, les dejemos hacer lo que quieran.
P.- ¿Cree que los escritores, o al menos algunos de ellos, están perdiendo ese pudor a la hora de escribir sobre su país? Pienso en usted, en Manuel Vilas...
R.- Sí, pero más que el pudor, creo que se está perdiendo el complejo de inferioridad de la anterior generación de artistas. Por fortuna, por muchos prejuicios que tengamos en la cabeza, Internet nos está abriendo los ojos al resto del mundo, incluso para enfrentar nuestros fantasmas y nuestros complejos a los de los demás.
P.- Junto a esas reflexiones sobre España, las hay también sobre sus símbolos. Sobre la bandera, por ejemplo. ¿Considera que el respeto a los símbolos nacionales es bueno para el país? ¿Algunos de los problemas de España tienen que ver con esta relación problemática con sus símbolos?
R.- Claro. Volvemos a lo de antes. La derecha más brutal se autoerigió como salvadora de la patria y se apropió de sus símbolos. La izquierda más cretina, que es la otra cara de la misma moneda, dejó que lo hicieran, encantada de seguir con el teatro gracias al cual llevamos más de un siglo poniendo el poder en sus manos para protegernos de ellos mismos.
P.- Reniega de ciertas ideas aprendidas, y repetidas, por su generación, como que "la amargura o el cinismo son un signo de inteligencia". ¿Frente a esto qué actitud trata de tener usted ante la vida?
R.- El cinismo y la amargura es la más sencilla y suicida forma de sentirse superior a los demás, porque para ganar tienes que tener razón, y para tener razón primero tienes que perder. Personalmente, desde hace años, trato de vivir el presente en toda su amplitud. También intento no hacer nada que no le pudiera contar al oído a un moribundo.
P.- Reflexiona también sobre el catolicismo y su influencia en los españoles y en usted. Sin ir más lejos es la base de nuestro código moral. ¿Qué relación mantiene con la religión? Si pone en una balanza lo que suma y lo que resta la influencia del catolicismo en Occidente (y en España, claro), ¿hacia dónde se inclina esa balanza?
R.- Primero, pienso que la vida se haría insoportable para la mayoría de la humanidad sin algún tipo de creencia religiosa, sin el mito -y dentro de esto entra la religión laica del Progreso-. Segundo, yo no soy creyente, pero creo que el cristianismo, y con él el catolicismo, es la mejor religión que ha dado la humanidad. Una religión basada en la piedad, el amor al prójimo y el perdón es, simple y llanamente, una maravilla. Los malos católicos, como los ateos furibundos, ni han leído la Biblia ni han entendido nada.
@albertogordom