La Casa del Lector homenajea hoy al compositor madrileño, del que se repondrá en enero El caballero de la triste figura.
Los homenajes que le caen a un artista de edad provecta se agradecen. Y se disfrutan. Pero también mosquean. Sobre todo cuando se aprecia una reincidencia en el elogio. El agasajado puede tener la impresión de que lo toman por un creador 'amortizado'. Tomás Marco (Madrid, 1942) afronta esta paradoja últimamente. Cuando cumplió 70 años, se generó en torno a él una intensa liturgia admirativa. Y la inercia continúa: la Casa del Lector le rodea hoy de grandes figuras del cine, el teatro, la pintura y la música, por supuesto. De nuevo para mostrarle el reconocimiento y el afecto que se ha ido ganando en su extensa carrera compositiva, una de las más originales e imaginativas de nuestro país en las últimas décadas. Una carrera, por cierto, que se mantiene abierta y palpitante. Ya lo dice él: "Si me dan por amortizado, se equivocan. Compondré mientras siga en pie". ¿Queda claro? Pregunta.- Hoy estará muy bien acompañado: por Pérez de la Fuente, Gutiérrez Aragón, Navarro Baldeweg, Canogar... Un plantel de lujo, ¿no? Respuesta.- Sí, cierto. Son todos amigos. La idea era mezclarme con personalidades de fuera de la música (aunque también está Turina) para establecer un diálogo entre ésta y otras artes. Algo que está muy bien en mi caso, porque es algo que siempre hecho. P.- Arquitectura, teatro, artes plásticas... ¿Cuál ha sido la que más influido en su labor compositiva? R.- Todas. Varias de mis obras se han inspirado en la pintura, también en la arquitectura. Y en la ciencia, que concibo como otra arte más. Siempre he tenido una visión global del arte, algo muy extraño en España, donde apenas hay conciencia de esta unidad y por tanto no se cultiva. Un gran error porque, si bien los lenguajes y los códigos son diferentes, las ideas que las mueven son comunes. P.- Aunque echando un vistazo a su currículo parece evidente que ha sido la literatura la que más le ha marcado: ha llevado al pentagrama a Homero, Calderón, Cervantes... R.- Es cierto. La literatura está detrás de mi obra operística pero también, en muchos casos, de mi obra sinfónica, como por ejemplo en Locus solus, basada en el libro de Raymond Roussel. P.- Ahora se repone El caballero de la triste figura en el Canal, 10 años después de su estreno. ¿Algún retoque? R.- Musicalmente no hay ninguna. Es la misma partitura que se estrenó en Albacete en 2005, con motivo del cuarto centenario. Y la puesta en escena es la misma, quitando algún cambio pequeño. P.- Fue una ópera de encargo; intimidante encargo, podríamos decir. ¿Cómo lo asimiló de entrada? R.- Bueno, ya tenía cierta experiencia en este tipo de trabajos, de cuando adapté la Odisea. Tuve tiempo para prepararla, aunque hubo que estrenarla corriendo para hacerlo en plazo, dentro del año 2005, el del cuarto centenario. Tiene como dificultad añadida que el texto de partida no es teatral, hablamos de una novela. Me hice mi propio libreto, con la intención de sintetizar y a la vez dar una idea plena de ese caballero con grandísimas intenciones que luego son vapuleadas por la sociedad. P.- ¿Cómo vislumbró el camino para cristalizar la adaptación lírica? R.- Fue a medida que iba escogiendo escenas, las que yo consideraba clave. Había que trabajar con un presupuesto determinado. El Quijote y Sancho lo encarnan dos cantantes diferentes pero la soprano se ocupa de un número amplio de papeles principales. El coro lo componen ocho voces femeninas y en el foso hay 10 instrumentos. De todas formas, es una pieza que trasciende el pequeño formato, por su extensión y por su variedad musical. P.- Tiene la espina de no haber escrito una ópera de gran envergadura. ¿Ha sido por falta de ambición o de tiempo o porque prefería concentrarse en el formato de cámara y en el sinfonismo? R.- Mi primera ópera, Selene, sí es una ópera grande, aunque de corta duración. No la he escrito porque no me la ha pedido ningún teatro importante. He hecho lo que he podido y lo que me ha apetecido, y la verdad es que siempre me he encontrado muy cómodo en el formato de cámara. P.- ¿Tiene la esperanza todavía de 'resarcirse'? R.- Ni tengo esperanza ni desesperanza. Estoy muy satisfecho con lo que he hecho. Si alguien me lo plantea en firme, no me negaré. Pero si no surge, eso no me hará sentirme minusvalorado. Eso sí, a mi edad no me pondré a escribir una ópera para guardarla en el cajón. P.- ¿Cómo ve el panorama compositivo en España? R.- Muy bien. Hay muchos compositores con talento y con personalidad propia, en un arco temporal que va desde nonagenarios hasta veinteañeros. Lo que ocurre es que me temo que la sociedad no es el de todo consciente de ese potencial y que por eso son tan poco visibles en los medios de comunicación. P.- ¿Entre esos jóvenes aprecia modales que entroncan con la tradición de los mayores o una vocación rupturista? R.- Cada generación tiene puntos de vistas nuevos pero es muy difícil que se produzca una ruptura constante y continuada. En España la propiciaron los autores de la generación del 51, para poder introducir las vanguardias aquí. Una vez hecha, lo que hemos tenido ha sido básicamente una evolución. P.- ¿Cómo se toma lo de los homenajes? Es un halago pero también pueden colocarle a uno la mosca detrás de la oreja, como si ya se le considerase un creador amortizado. R.- Ambas cosas ocurren. Reconozco que es algo que me gusta y disfruto pero también es cierto que esto empieza a ocurrir cuando llegas a cierta edad. De todas formas, si me toman por un creador amortizado, se equivocan de plano. Yo, mientras siga en pie, continuaré componiendo. @albertoojeda77
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