Berta Vias Mahou
La escritora y traductora madrileña publica Yo soy El Otro (Acantilado), en donde novela la historia real del torero José Sáez
Pregunta.- Por su trabajo como traductora podría pensarse que sus referentes son europeos, o centro europeos, pero aquí plantea una novela muy española en su contexto. ¿Cómo se da en usted ese equilibrio de referentes?
Respuesta.- Yo soy El Otro es fruto de la casualidad. Revisando pruebas de una reedición del Cossío, me topé con el breve artículo dedicado a este torero, José Sáez El Otro, y, sorprendida por lo extravagante y literario del sobrenombre, pensé que al contar sus peripecias, de las que, por cierto, apenas se sabía nada, podía hablar de algunos temas que no son españoles, sino universales: la identidad, el doble, el éxito y el fracaso. Mis referentes literarios al escribir el libro siguieron siendo europeos -Plauto, Kleist, Kafka, Molière, Diderot, Dostoievsky-, pero los lugares por los que se movió el protagonista, tanto en la realidad como en la novela, me abrieron las puertas a Berlanga y al esperpento. Y una vez más, a Cervantes. De todos modos, hace tiempo que los españoles somos europeos.
P.- ¿Qué atrae a un novelista del mundo del toro? ¿Ve en el toreo esa épica que le atribuyen los aficionados?
R.- El mundo del toro para un escritor es un caramelo, no sólo por esa épica de la que hablan los aficionados, con razón, porque es pura épica, sino por la riqueza de cada uno de sus aspectos, como puede ser, por ejemplo, el de la vestimenta, tan importante en Yo soy El Otro, y, sobre todo, por la del lenguaje taurino. Un lenguaje que, como el de las faenas del campo, siempre me fascinó.
P.- El jurado del Torrente Ballester destacó su reconstrucción de la España de los sesenta sin caer en los tópicos. ¿Por qué es difícil hablar sin tópicos de ese periodo?
R.- Es difícil hablar casi de cualquier cosa sin caer en el tópico. Pero tal vez en el caso de la España franquista lo sea aún más, pues desde ciertos púlpitos se nos exige que digamos las cosas de una determinada manera, con lo que no es raro que todo el mundo acabe diciendo lo mismo. Pero estoy convencida de que una de las labores principales del escritor está ahí. En la erradicación de los lugares comunes.
P.- Vuelve a plantear una novela muy literaria, en el mejor sentido de la palabra, tras Venían a buscarlo a él, sobre los últimos años de Camus. ¿Urge quitar el marbete de "minoritario" o "elitista" a las novelas literarias, que pueden de igual modo que el resto gustar a un mayor número de lectores?
R.- Esta novela me consta que la están leyendo sin poder despegar los ojos de las páginas, por ejemplo, en Santo Tomé, Jaén, el pueblo en el que se crió José Sáez, donde aún viven algunos de sus familiares y conocidos. Yo soy El Otro es todo lo contrario de elitista. No es sólo para críticos y entendidos.
P.- ¿Qué tipo de lector se imagina de sus libros?
R.- Me gusta pensar que me leen hombres y mujeres inteligentes, sensibles y con sentido del humor. E incluso a veces sueño con que sean buenas personas. En Santo Tomé, en Medina del Campo, en San Antonio de Requena, en Brihuega, en todas las localidades por las que pasó José Sáez El Otro, los hay. Lo he podido comprobar al seguir sus pasos por buena parte de la geografía española. Pero también en Peal de Becerro. Y en Pozoblanco. Y en Fernán Núñez. Y en Trobajo del Camino. O en La Eliana. Y en Fuenlabrada de los Montes, en la Siberia extremeña...
P.- El modo de plantear la novela, en la que el autor dialoga con el protagonista, desvela que le interesaba reflexionar sobre la escritura, la novela, la ficción, la biografía… ¿Es toda novela una reflexión sobre la novela en sí?
R.- Cierto tipo de escritores, entre los que me cuento, creen que, tal y como defendía Cervantes frente a Lope de Vega y tantos otros, la ficción no debe ser un engaño, sino una especie de juego o de mecanismo para que el lector o el espectador reflexione, sabiendo siempre que lo que tiene entre las manos es una creación, no un trozo de vida ni una verdad en la que deba creer a pies juntillas. Pero para que el lector reflexione, antes lo ha tenido que hacer el autor. Naturalmente. Lo del ingenio lego en el caso de Cervantes es una soberana tontería.
P.- ¿Le preocupaba que esa reflexión metaliteraria estuviese medida y no se comiese la narración?
R.- La verdad es que no me preocupó en absoluto, porque desde el principio tuve claro que debía dar voz y vida a José Sáez y a otros muchos como él y que, por tanto, aunque dialogara conmigo, yo debía estar tan en segundo plano que casi ni apareciera. Por eso, apenas me deja hablar. Y eso que es un hombre reservado.
P.- "Mi vida es la historia de un fracaso, como la de todo el mundo", dice José Sáez. ¿Son estas vidas fracasadas un buen material para el novelista?
R.- Sin duda lo son. Porque en ellas hay verdaderos ejemplos de fortaleza y dignidad frente a los reveses.
P.- Esta cosa del triunfo a toda costa, tan del sistema en el que vivimos, está muy presente en la novela. ¿Qué consecuencias tiene, a su juicio, esta insistencia en que todos triunfemos según lo que se considera triunfo hoy?
R.- Me parece que esa obsesión por el triunfo a toda costa conduce al egoísmo y a la amargura, incluso a aquellos que tienen la suerte o la desgracia de triunfar, pues a muchos el éxito siempre les sabe a poco. No es el caso de mi protagonista, que, aunque se esfuerza por salir de la miseria, desde el principio tiene dudas acerca de los métodos que le proponen quienes le rodean. Otro de mis personajes que cree que el fin no justifica los medios.
P.- Fue una novelista relativamente tardía. ¿Sintió que necesitaba cierta madurez antes de sentarse a escribir?
R.- Creo que la madurez es necesaria. Ya lo dijo Rilke en Los cuadernos de Malte Laurids Brigge. Que para escribir un solo verso, es necesario haber visto, entre otras cosas, muchas ciudades. Y tener recuerdos de muchas noches de amor. Aunque tampoco basta con tener recuerdos, insistía el poeta, sino que es necesario saber olvidarlos, hasta que un buen día se convierten en sangre, mirada, gesto, confundiéndose con nosotros mismos... En cualquier caso, yo de joven jamás me planteé escribir. Lo que quería era leer. Sólo al cabo de los años, ese mundo que se coló en mi interior por culpa de las lecturas acabó por estallarme entre las manos.