Andrés Barba
Publica Crónica natural (Visor), su primer libro de poemas en el que afronta la pérdida de su padre.
Narrador, ensayista, traductor y poeta, Andrés Barba (Madrid, 1975) es, sólo o en compañía de otros (ganó el Anagrama de ensayo con
La ceremonia del porno, coescrito con Javier Montes, y acaba de traducir con su hermana Teresa
Alicia en el País de las maravillas) un letraherido incapaz de conformarse con lo ya logrado. Si uno de sus libros infantiles tiene éxito, prepara una novela, si la novela interesa, se vuelca en el ensayo. O, como acaba de hacer ahora, escribe por primera vez un libro de poemas,
Crónica natural (Visor) dedicado a la muerte de su padre.
P.- Hay muchas formas de afrontar el duelo, pero pocas veces un narrador que roza la cuarentena decide debutar como poeta para expresar su pena y estupor... ¿Por qué eligió explicar y explicarse en unos poemas?
R.- Elegí hacerlo en poesía para evitar "profesionalizar" la pérdida. Sabía que si escribía un libro en prosa me iba a salir un libro con demasiado "oficio", relativamente bien hecho, supongo, pero también lleno de "trucos".
Necesitaba ponerme en una situación en la que no tuviera dotes adquiridas, aprender de cero una lengua nueva para intentar comunicar una pérdida que no se iba a repetir nunca, pero tan común a la vez como la vida misma.
P.- ¿Qué descubrió de sí mismo, de su propia vida, a través del diálogo que mantiene en el libro con su padre y sus recuerdos?
R.- El libro tenía que funcionar de manera genérica. Leer la muerte del padre de alguien sólo podía interesar a los demás si era en cierto modo "la muerte de todos los padres" o "de cualquier padre", pero es cierto que
la memoria, en el duelo, se convierte en una máquina de "atesorar" recuerdos. Cuando alguien muere queremos atesorar nuestros momentos memorables. En ese sentido este libro funcionó como una estrategia para afilar ese recuerdo, y para fijarlo para siempre. Para los demás, evidentemente, pero sobre todo para mí mismo en el futuro. Necesitaba escribir este libro para poder recordar bien a mi padre dentro de veinte años.
P.- El tema del duelo es una constante en la tradición poética universal: ¿quiénes serían sus referencias poéticas en este tema?
R.- Hay muchos libros maravillosos sobre el duelo. A mí me sirvieron mucho:
Cartas de cumpleaños, de Ted Hughes, el
Diario del duelo, de Roland Barthes y
Una pena de observación, de C.S.Lewis. Tres libros memorables.
P.- Quizá el sentimiento que rezuma su libro sea el de la sorpresa, el de la extrañeza, desde la que realiza una indagación en la identidad y la memoria....
R.- Un padre es siempre un extraño. Por muy cercano que sea a sus hijos, por mucho que trate de ser su igual,
un padre siempre está oculto en un punto esencial e íntimo para el hijo, porque los hijos hemos tenido durante toda la vida que ir ajustando nuestra mirada para entender y dialogar con nuestros padres. La paternidad, por otra parte, y a diferencia de la maternidad, que está llena de claves y códigos culturales, ha de ser creada de cero por cada padre. De ahí que sea tan compleja, y tan solitaria en cierto modo.
P.- Con
Crónica natural convive ahora mismo en librerías la versión que de
Alicia en el País de las Maravillas (Silex) acaba de publicar con su hermana Teresa: ¿qué es lo que más le sorprende del clásico?
R.- Me maravilla de
Alicia cómo se puede hacer un fantástico libro para niños enlazando, una tras otra, las peores pesadillas que puede tener un niño: caer, enfrentarse a los extraños, asumir la violencia, ser atacado, estar solo...
La magia de Carroll es conseguir que los niños dialoguen naturalmente con sus miedos sin darse cuenta.
P.- Pero, ¿cuál es el secreto de
Alicia, por qué, 150 años después de su publicación, sigue fascinando a lectores de todas las edades?
R.- El secreto es que
lo escribió un hombre fascinado por la mente infantil que además estaba enamorado de una niña. Nada más y nada menos, un hombre con un talento extraordinario.
P.- Este año también va a publicar nuevo ensayo.
R.- Sí, se titula
La risa caníbal y saldrá a finales de este mismo mes de enero en la editorial Alpha Decay. Es un ensayo sobre los límites de lo risible, sobre hasta dónde podemos reír y por qué, sobre si es legítimo prohibir la risa.
P.- Narrador, ahora poeta, ensayista, traductor, crítico, ¿piensa en el lector, en el editor, o en sí mismo a la hora de abordar un nuevo proyecto?
R.- Con cada libro pienso en un interlocutor distinto, supongo que como cualquier escritor. Cada libro impone un diálogo particular al que uno tiene que plegarse, y eso genera que los lectores sean también distintos. Me aburre la idea del escritor que repite una y otra vez una fórmula.
En cuanto uno tiene un poco de oficio se llena de trucos y de gestos aprendidos y desaparece la magia. Uno tiene que estar obligándose a uno mismo a ir a lugares que no controla para que salga algo interesante.
P.- Lleva unas semanas en Argentina, donde va a vivir y escribir una larga temporada: ¿cómo se ve la realidad política y cultural española desde esa otra orilla? ¿Con la distancia comprende mejor el caos nuestro, lo relativiza todo, le indigna lo que lee?
R.- Sería un lugar común (y totalmente falso además) decir que hay que marcharse del propio país para mesurarlo con justicia. En realidad sucede justo lo contrario, que cuando uno se va comienza en pensar en él de una manera más sentimental, y por tanto distorsionada. Pero
con Argentina llevo ya casado cuatro años y cada vez me cuesta más mirarlo como un país extranjero y ajeno. Cada vez me cuesta también más juzgarlo, precisamente por esa razón. Total que estoy hecho un lío, y además no he contestado a tu pregunta.