Declan Donnellan: "Siento que Shakespeare me coge del brazo y me guía"
Ya teníamos ganas de ver un montaje de Declan Donnellan en inglés en el CDN. Las últimos años había llegado al frente de elencos franceses y rusos, para hacer Ubú rey y Medida por medida. Desde este miércoles hasta el domingo, exhibirá su nueva versión del Cuento de invierno shakespeariano, una obra en la que el bardo inglés, tras su peregrinaje por las miserias humanas en su colección de tragedias, proyecta al fin cierto optimismo y algo de luz. La obra culmina con un happy end liberatorio, igual que La tempestad, que escribió al mismo tiempo. Así coronó su legado dramatúrgico: con esperanza. Donnellan, acompañado de Nick Omerod, su inseparable escenógrafo, y de sus huestes de la compañía Cheek by Jowl, la cincelan en escena con la frescura y el desenfado que ya son marca de la casa. Porque a Shakespeare no hay que acercarse como a un monumento sino como a un colega curioso y dispuesto a echarnos un capote en nuestros desvelos. Eso dice.
Pregunta.- Ya montó Cuento de invierno en San Petersburgo para el Festival Maly Drama Theatre, en 1997. ¿Se aparta mucho ahora de aquel precedente?
Respuesta.- Cuento de invierno es una de mis obras favoritas de Shakespeare, tanto que cuando Lev Dodin me pidió dirigirla con su compañía en San Petersburgo no me lo pensé dos veces. Es un montaje que todavía sigue haciéndose. Todos nuestros trabajos son diferentes. No puede ser de otra manera porque tenemos uno máxima a la que nunca fallamos: nos hemos prohibido llegar al primer ensayo con ideas preconcebidas. O al menos con las menos posibles, porque es imposible hacer de nuestro cerebro una tabula rasa, tampoco es algo deseable para un ser humano. Por supuesto, estamos muy atentos a lo que se cuece a nuestro alrededor, de manera que el ‘ruido de la calle' se cuela siempre en nuestras obras.
P.- Shakespeare escribió el Cuento de invierno al mismo tiempo que La tempestad. Sin embargo, formalmente son muy diferentes. ¿Alguna teoría?
R.- Es una cuestión muy interesante y, por desgracia, no puedo dar ninguna respuesta concluyente. Podría ensayar una teoría propia. Shakespeare en esa época no estaba de moda. Los teatros de Londres se decantaban claramente por comedias urbanas plenas de cinismo y sangrientas tragedias jacobinas, por las que tengo debilidad. Pero hubo un movimiento hacia la fantasía barroca del realismo de modo que la unidad de tiempo, lugar y acción resultaba más realista para el público de entonces. Shakespeare la mantuvo en La tempestad. Fue un intento brillante. Pero con Cuento de invierno decidió desafiar ese regodeo en la vieja estructura, y quebrantó esa unidad.
P.- Es curiosa también su apuesta por los happy endings al final de su carrera. ¿Era una necesidad tras abismarse en la negrura de la condición humana en sus tragedias?
R.-Creo que este Shakespeare postrero nos intenta contar que por fin ha comprendido que la vida no es únicamente una tragedia, que existe la posibilidad de la redención. Muchos grandes autores pueden darnos una visión luminosa y esperanzada del mundo, pero son pocos, muy pocos, lo que pueden hacer eso sin caer en la sensiblería. Esa es una de las razones de por qué sus obras son tan especiales y maravillosas. Él no sermonea. Sus finales felices son tristes y ambiguos. Nos exige que aceptemos nuestra ignorancia y seamos conscientes de nuestras enormes limitaciones.
P.- Uno de los temas centrales de la obra son los celos. ¿Hasta qué punto eso conecta Cuento de invierno con Otelo?
R.-En Cuento de invierno la paranoia y los celos que consumen a Leontes a lo largo de la primera mitad de la obra procede de sí mismo. No hay aquí un Iago que le envenene con maledicencias como le ocurre al pobre Otelo. No podemos culpar a otro de su locura. Por eso quizá este último merece más nuestra condescendencia. Es algo que me pregunto. Lo que es esencial en Cuento de invierno no es tanto los celos como la posibilidad de redención y perdón. Vemos cómo Leontes destroza a su familia por su desvarío y su desconfianza. Pero al final Leontes sabe perdonar a sus seres queridos, no como Otelo. Además, creo que la locura de Leontes viene en realidad de su miedo a la soledad. Es sintomático que se desencadene justo cuando se va a marchar del reino de Sicilia su viejo amigo Polixenes. Es fenómeno muy humano, que hay que controlar porque, si no, nos enloquece.
P.- Lleva décadas levantando obras de Shakespeare. ¿Tiene la sensación de haber establecido, de algún modo, una conversación con él?
R.- Esa es una idea muy atractiva. Yo pienso que Shakespeare está abierto hablar con cualquiera, siempre y cuando te aproximes a él con el cariño de un contemporáneo, no con la fría admiración que se procura a los monumentos. Hay que acercarse a él con humildad y consciente de la ignorancia propia. Sí es cierto que a veces siento en los ensayos como si me cogiera del brazo y me guiase. Pero no con prepotencia o desde una posición elevada, sino como un compañero más. Eso sí, pleno de curiosidad.
P.-¿Por qué siguen conectando tan intensamente sus obras con el público, cuatro siglos después?
R.- Porque hablan sin circunloquios de lo que somos. Nos habla del amor y de su pérdida. Suena como un cliché pero es así. Es fascinante su empatía con los personajes que creó, su capacidad para meterse en su piel. Shakespeare se vaciaba de sí mismo cuando escribía. Es algo que, a su vez, le abre al actor infinitos caminos.