La presentación ha sido amena, demasiado bulliciosa quizás, pero le ha permitido reencontrarse con amigos de siempre como Caballero Bonald (“su mujer, Pepita, fue una gran nadadora”, apunta travieso), Chus Visor, Antonio Colinas, Villena... El salón del hotel Palace es un borboteo de poetas, y Brines, cuando todo amaina, se refugia en uno de los salones para comenzar la entrevista sin prisas, con la voz entrecortada, casi un susurro, pero divertido y cordial.
Ya sentado y con el libro entre las manos, reconoce que le gusta la edición, el papel, aunque no pueda leerlo con facilidad (más tarde su asistente, Víctor, sacará una lupa a lo Sherlock Holmes para que lea unos poemas). También aprecia la selección de Juan Carlos Abril, responsable de la antología de Pre-Textos, aunque deja claro desde el principio que “el poema lo hace el autor, pero luego es del lector, que se encarna en él, y hace su propia selección. El crítico no es más que un lector que elige”. Duda qué poemas suyos elegiría si tuviese que seleccionar los mejores pero confiesa que en todos sus libros hay algunos que le resultan indispensables.
Pregunta.- ¿Cuáles serían esos poemas imprescindibles?
Respuesta.- Quizá, del libro que estoy escribiendo, “Las tres fauces”(y lee : “Yo soy ahora el perro que no ha muerto/ y soy también el miedo de Cristo abandonado”) y “Donde muere la muerte”, que dará título al libro. ¿Por qué digo ‘Donde muere la muerte'? Porque nuestra muerte representa el final de la vida y la muerte como tal se suicida. Ella muere con nosotros y nuestro final es el suyo. O sea, que nosotros tenemos nuestra vida, que es como un paréntesis que se abre y luego se cierra con la muerte y lo que hay en ese paréntesis es la vida que hemos amado tanto y que tanto nos ha hecho sufrir. Pero el gran amor también es así, goce, dicha y desdicha. Porque si la vida fuera solo desdicha no la amaríamos. Y nos vamos amándola.
"Una vocación de poeta es maravillosa, porque la poesía es una sorpresa total y luego, cuando terminas, es un documento material: te conoces por el poema"
P.- ¿Tiene sensación de que ha tenido una buena vida?
R.- Hombre, me voy amándola mucho. Sé que me ha dado también tristezas pero me ha dado cosas muy buenas, entre ellas una vocación, que es lo máximo a lo que puede aspirar una persona. Y una vocación de poeta es maravillosa, porque la poesía es una sorpresa total y luego, cuando terminas, es también un documento material: te conoces por el poema, pero no conocías antes de escribir el poema lo que en él escribes.
P.- Desde el primer poema de Jardín nublado la casa indica la temperatura anímica del poeta. Parece protegerle de la intemperie y los recuerdos, pero ¿es símbolo de protección o también acentúa su desamparo?
R.- Creo que ambas cosas se dan en la vida con la misma naturalidad: unas veces estamos desprotegidos o problemáticos y otras más afirmados. Yo en esa casa de Oliva, en Elca, he pasado mis edades, he leído, he imaginado, he escrito, todo.
P.- ¿Reconoce en esta antología al joven poeta que ganó con Las brasas el premio Adonais en 1959?
R.- Siempre he tenido ese peso, siempre he escrito sobre lo mismo, pero en realidad poeta somos antes de escribir. El poeta es el niño, porque descubre esa sombra y el poeta adulto es el que vive con capacidad de asombro, que siempre conserva algo del niño que fue.
P.- ¿Entonces es la poesía la distancia más corta entre ese descubrimiento y el lector?
R.- Desde luego. El lector encarna en el texto, y elige el poeta o los poetas que le interesan. Por eso, el poeta elegíaco es más abundante que el hímnico, porque nos duele lo que perdemos, y lo que ganamos en cada edad lo tenemos que experimentar. Yo, por ejemplo, también he ganado algo. ¿Qué? Quizá el importarme menos las pérdidas.
P.- En esta antología se adelantan poemas de su libro inédito Donde muere la muerte, del que tanto se está hablando desde hace años…
R.- Tengo dos borradores, pero hace poco leí un libro del siglo XVII, Ocios morales, y su autor, un escritor de prosas murciano, y me ha dado una idea para escribir prosas. Tengo unas seis o siete ya escritas que formarán parte del libro.
"Yo no tengo la lujuria de la escritura. Mire, donde yo escribo tengo la puerta entreabierta y por ahí entra la musa; no la cierro, pero tampoco la abro de par en par"
P.- Precisamente Juan Carlos Abril cierra Jardín nublado con uno de sus poemas inéditos, “Mi resumen”, en el que se lee: “Como si nada hubiera hubiera sucedido./ Es ése mi resumen/ y está en él mi epitafio.” ¿Realmente se siente así como hombre y como poeta, “como si nada hubiese sucedido”?
R.- La vida es eso. Somos efímeros, somos mientras vivimos. Cervantes ¿qué es? ¿El Quijote? Nosotros no sabemos de su vida nada, hoy es como un rótulo de una fábrica, Espejos tal, Cervantes-El Quijote, pero en el fondo, nada…
P.- ¿Y a qué se debe que se esté demorando tanto el libro, quizás es que solo escribe cuando no le queda más remedio?
R.- Sí, me ocurre eso. Yo no tengo la lujuria de la escritura. Mire, donde yo escribo tengo la puerta entreabierta y por ahí entra la musa, que es una sombra, y por ahí sale; yo no la cierro, pero tampoco la abro de par en par. De eso estoy contento, porque escribir por escribir no vale la pena. Uno se puede equivocar… Yo creo que García Lorca o Gil de Biedma no tienen una obra extensa, pero no la necesitan. O sea, que para qué escribir mucho. Neruda, un poeta extraordinario, escribió demasiado.
P.- ¿Desecha mucho?
R.- No, porque escribo muy poco. Quizás hay algunos poemas que no he publicado de signo erótico.
P.- ¿Los ha abandonado definitivamente?
R.- Sí, creo que sí. No los he publicado por pudor. Podían parecer un poco escandalosos y es que yo soy pudoroso como poeta y como persona... el impudor me parece un poco agresión a los demás, porque las cosas se pueden decir todas pero sin agredir.
P.- Cuando comenzó a publicar triunfaba la poesía social; luego vendría la poesía hermética, pero usted fue como una tercera vía, más sensual y mediterránea: ¿fue fácil desmarcarse y encontrar su propia voz?
R.- Yo creo que en el momento en que aparezco se da un cambio generacional que permite que se acepte mi voz. A mí me ha interesado más la poesía de revelación que la de testimonio, y la poesía social o política era sólo testimonial.
"He abandonado unos poemas eróticos. Podían parecer escandalosos y yo soy pudoroso como poeta y persona. El impudor me parece un poco agresión a los demás"
P.- Es imposible recordar esos años y no mencionar a Aleixandre, que le ayudó a ordenar los poemas de Las brasas...
R.- Cuando llegué de Valencia no me atrevía a ir a visitar a Aleixandre porque pensaba que qué iba a decirle que pudiera interesarle, nada. Sí iba Carlos Sahagún, que era amigo mío, y me decía que Vicente, que era muy curioso, muy cálido, quería conocerme, porque Vicente vivía dentro de su generosidad. Al final fui a verle y era entrañable: cogía un poema tuyo y lo leía en voz alta, con emoción, y esas cosas que son nada lo eran todo. Veías en él una emoción comunicada, una emoción que aparentemente venía del poema y que él te la transmitía, y eso, cuando tú le mirabas, era como cuando Popeye tomaba las espinacas.
P.- No sé si conoce la última biografía sobre Aleixandre que incluye unas cartas íntimas a Carlos Bousoño. Como amigo de los dos, ¿qué le parece?
R.- Leí lo que se ha publicado y esas cartas parecían un poco cursis y un poco escandalosas. Yo respeto y he querido demasiado a Vicente y a Carlos como para que me guste la imagen que se da de ellos. A Vicente no le hubiera gustado en absoluto, porque era muy discreto. Estas cosas, en público...
P.- Por cierto, ¿qué poetas jóvenes le interesan más?
R.- Hay varios: Carlos Marzal, Vicente Gallego, Josep M. Rodríguez... La generación a la que pertenecen Marzal, Gallego y Juaristi es buena, y ahora están en una edad en que poco a poco van haciendo su propio cuerpo poético. Al principio hay una uniformidad mayor porque los maestros suelen ser los mismos, y aun no han vivido, pero ahora ya cada uno tiene su trayecto vital y su cuerpo de poesía también es sólido y diferenciado e interesante.
P.- ¿Y quiénes vertebrarían, a su juicio, la poesía española del siglo XX?
R.- Hay dos poetas, anteriores a mí, que son verdaderamente maestros y sólidos: uno es Juan Ramón Jiménez, porque de él viene todo, y el otro es Cernuda. ¿Por qué? Porque los poetas del 27 aparecen y desaparecen, pero Cernuda, que era el más arisco, es la presencia más continuada en toda la poesía posterior, aunque Lorca es genial y en esa generación hay maravillas. Luego, del 36 me interesan mucho Panero y Luis Rosales; posteriores a ellos son Gaos, y Pepe Hierro, para mí muy importante, no sólo su poesía sino la persona, y Blas de Otero. Y de mi generación hay muchos: está Carlos Bousoño, Claudio Rodríguez (que era más joven que yo), Gil de Biedma, Valente... y luego la generación de Marzal y Juaristi es también buena, o sea que la poesía española del siglo XX y XXI es espléndida. Yo ahora a los jóvenes los encuentro a veces oscuros, porque eliminan los referentes para acentuar la abstracción del poema y oscurecer su significado. Pero noto que los jóvenes son afectos a mi poesía, lo cual me alegra.
Reconoce Brines que le crispa la pedantería, y que, aunque “todos tenemos un compromiso”, nunca se ha metido en política, pero que vota en lo que cree, y no siempre a los mismos. Y no, no le gusta demasiado la España que ve. “Ahora -explica Brines- está de moda este Pablo Iglesias. Es curioso, todo su grupo se las da de universitarios, pero todos hemos conocido en la Universidad gente espléndida, gente mediocre y gente mezquina, como entre los obreros; que no vengan a decirnos que son universitarios como si fuese una cualidad, porque hay de todo”. Dice el poeta que España ha sido un país muy inquisitorial “pero ahora hay muy pocos países tan libres moralmente como España y eso a mí me parece muy bien”. Sobre la radicalización independentista de Cataluña asegura que “me entristece profundamente”. No teme a las polémicas, por eso sigue siendo uno de los grandes defensores de la tauromaquia. Imposible no preguntarle por su posible abolición:
"Soy un poco el poeta-florero de la Real Academia, porque allí los que trabajan, y trabajan muy bien, son los filólogos. Yo puedo dar mi opinión, pero nada más"
R.- Me parece una barbaridad. La Fiesta es el espectáculo más bello y perfecto que han creado los españoles. Los partidarios de su abolición son tontos. Se lo dije a un joven animalista y faltón a la salida de la plaza: defendéis los toros, pero si alcanzarais la abolición, lograríais lo que no consiguió Hitler con los judíos, exterminarlos, porque para leche o para carne hay otras razas, y más baratas.
P.- ¿Por qué le gusta tanto?
R.- Por su estética, porque puede ser una experiencia bellísima. Hay toreros mediocres que sólo tienen técnica, y otros que tienen mucho arte e inspiración. A veces, en un natural, da la impresión de que el tiempo se ha detenido. Eso también lo produce la poesía, y el arte.
P.- Pero nunca ha escrito de toros.
R.- No. Yo quería escribir un tríptico sobre el torero, el toro y el público, pero no lo he hecho, y ya no lo haré. Ahora no voy a la plaza porque camino mal.
P.- Tampoco va a mucho la Real Academia...
R.- Voy poco, sí, sobre todo desde que vivo en Oliva. Voy a aprovechar estos días en Madrid para asistir al ingreso de Félix de Azúa en la Casa, aunque no pude votarle porque no tenía el número suficiente de asistencias. Si viviera en Valencia sería más fácil, pero es que además yo soy un poco el poeta-florero de la Real Academia, porque allí los que trabajan y trabajan muy bien son los filólogos. Yo puedo dar mi opinión pero nada más. Me siento como un linier de esos que pasan inadvertidos, ni siquiera como un árbitro…
P.- ¿Y qué tal se lleva con las redes sociales?
R.- Yo de internet no sé nada, a mí todo ese mundo me ha llegado muy tarde, y no me ha interesado. Incluso, fíjate, nunca he usado máquina de escribir, siempre he escrito a mano porque además pones a veces varias palabras y luego eliges una, pero no en el momento aquel, sino cuando has terminado la estrofa o el poema. En la poesía el azar interviene mucho y además del hecho de que salga una palabra u otra depende la trayectoria que vaya a tener el poema, aunque lo que sorprende es la verdad enterrada en uno.
La rendija en la sombra
Ya está todo dispuesto,
hay un reloj que marca detenidas
las doce no solares,
la casa está vacía y no hay valija ya que prevenir;
en la estación la niebla aleja aún más
el silbido pretérito,
afantasma en el puerto los cascos de los buques.
¿Podré aún llegar a ti,
ancianísimo espíritu, antes de que obedezcas
la última ley prescrita hacia la nada,
para así devolverte
un reflejo del mundo que me diste,
acercarte el espectro de la vida que amamos,
recibir tu piedad,
ungirte con la mía?
¿Y allí estará él aún, o ya será carencia?
Desplazados los tres
-yo rezagado-
las sombras no serán.
Ni la luz, ni el vacío.
¿Hasta cuándo ahí el mundo?