Jaime Bayly

El escritor peruano publica El niño terrible y la escritora maldita (Ediciones B), donde desmenuza en forma de ficción las últimas turbulencias sentimentales de su vida, con su estilo irónico descarnado y provocador.

Desde que debutó en la literatura con No se lo digas a nadie, Jaime Bayly (Lima, 1965) ha llevado al límite el género de la autoficción literaria estirando la realidad hasta construir una crónica paralela de su vida llena de excesos, escándalos y contradicciones. En su último libro, El niño terrible y la escritora maldita (Ediciones B), narra la historia de Jaime Baylys, (el enésimo alter ego del escritor) un famoso y maduro periodista bisexual de Perú, que se enamora perdidamente de una literata veinteañera y la deja embarazada. Ese amor destruye la buena relación que tenía hasta entonces con su ex mujer, madre de sus dos hijas adolescentes, que también lo critican, además de provocar la ruptura de su relación con su novio argentino y convertir a Baylys en comidilla de la prensa amarilla de su país. "Si me preguntan cuánto hay de ficción en esta novela diré que muy poquito, apenas he cambiado los nombres de los personajes, que aun así se parecen. A mi alter ego le he puesto solamente una 's' al final, una coquetería. Todo lo demás es lo que ocurrió o lo que yo recuerdo que ocurrió".



Pregunta.- La gran mayoría de lo que cuenta en la novela ya se había hecho público en sus columnas y en la televisión peruana, ¿por qué ofrece su visión ahora?

Respuesta.- Creo que en esta historia, como en cada historia de amor, hay varias versiones, distintos relatos. Yo quería dar mi propia versión. En parte ya la había ofrecido semanalmente en mi columna del periódico, pero quería terminar de contarla o contarla de un modo más minucioso.



P.- Sus novelas siempre han sido autoficcionales, ¿es el único modo auténtico de escribir, sobre uno mismo? ¿Dónde está el límite entre realidad y ficción?

R.- Para mí sí. Yo creo que mis novelas son como autorretratos. Los pintores a menudo se están pintando a sí mismos y no se cansan, están siempre buscando un retrato distinto, un rostro más. En cierto modo reivindico el autorretrato como género literario en muchas de mis novelas. No aspiro a embellecerme en mis textos, sino que trato de desfigurarme o deformarme, convertirme incluso en un monstruo. No me atrevo a escribir de lo que no conozco.



P.- Precisamente usted afirma ser escritor por esas vivencias, por su infancia, sus experiencias, muchas al límite, ¿ser escritor presupone para usted el trauma?

R.- Me interesa ese tipo de ficción realista, sucia e impúdica, que proviene de la propia experiencia. Todas mis novelas son descaradamente realistas. No me interesa escribir de cosas que no me han dejado tatuajes en el espíritu. Esta fue una historia de amor que por un lado fue maravillosa, pero por otro lado fue muy traumática, porque la exhibición pública de mi relación con Silvia provocó, en parte por errores míos, que mis hijas, entonces adolescentes se alejaron de mí, y fue una distancia que me dolió mucho. Me sentí un padre muy torpe, pasaron 4 años largos sin verlas, y quizás también por eso tenía ganas de contar la historia, porque entre otros conflictos que plantea la novela, está el de ser un amante apasionado o ser un padre responsable. En mi caso por ser lo primero descuidé lo segundo.



P.- Habla en la novela constantemente del fracaso, ¿considera su vida un fracaso?

R.- Me considero un escritor mediocre, fracasado. Creo que en estos tiempos ser escritor es una cosa fantasmagórica, casi clandestina, pero no por eso voy a dejar de escribir. No juego ni en el Barça ni en el Madrid, juego en segunda división pero me lo paso bomba jugando todos los domingos. Si me dicen "no eres un virtuoso", digo "no lo soy, pero hago mi mejor esfuerzo, lo disfruto y seguiré jugando". Algunos tenemos que jugar en segunda.



P.- ¿Quizá la crítica literaria no le ha tomado muy en serio por su papel de showman televisivo?

R.- Sí, pero no me quejo. Es verdad que cuando haces televisión estás bajo la sospecha de ser frívolo, de pertenecer a aquello que Mario Vargas Llosa denunció como "La civilización del espectáculo". Pero yo me siento muy a gusto en esa civilización, y tengo la impresión de que Mario también nos acompaña en ella y está cada vez más confortable.



P.- Hace una dura crítica a la televisión, la califica de "tribuna de charlatanes" y habla de la frivolidad del periodismo, ¿hasta qué punto cree, tras tantos años en antena, que contribuyó a esto?

R.- Me abruma la culpa porque soy un charlatán y me gano la vida diciendo chorradas en televisión. Soy un parlanchín desde niño, ya en el colegio me encantaba dar discursos y hablar en público, por eso creo también que habría sido un buen político. La televisión generalmente es un manicomio y sin embargo yo no puedo vivir sin ella. En sentido material, claro. Tengo una relación mercenaria con la televisión. Es una ironía cruel, uno hace su mejor esfuerzo creativo escribiendo una novela, allí uno se esmera y refina. Pero lo que uno gana con los libros es lo que la televisión te paga en un mes. En cambio en la televisión te dejas maquillar, sonríes un poco y hablas como una cotorra, ofreces la peor versión de ti mismo, y sin embargo el mercado te recompensa generosamente. Esto confunde un poco.



P.- Esa cultura televisiva del espectáculo, está invadiendo ahora la política, especialmente aquí en España, ¿qué riesgos entraña que la política se convierta en espectáculo?

R.- Veo eso como un creciente peligro. El peso de la televisión es evidente en personas como Pablo Iglesias, que llegó a tener dos programas. La política ya no se hace como antes en las aulas universitarias, en los grandes mítines callejeros, o en los libros de ensayo, ahora se hace en la tele, en las tertulias y los programas de cotilleo. Me parece que todos estamos viendo las mismas series de Netflix, y todos queremos ser Pablo Escobar, Walter White o Frank Underwood. Cuando uno lee la prensa piensa, "pero si este capítulo ya lo vi en House of Cards, y en la prensa española no es tan bueno".



P.- Aunque ya no vive en Perú, está muy volcado una vez más en la campaña electoral actual, ¿por qué se posiciona tanto?

R.- Por tonto, envanecido e imprudente. Mi mujer me dijo: "cállate por una vez, vives en Miami, ¿por qué te tienes que meter en esos líos?". Pero no lo puedo evitar, está en mi ADN. Siempre me voy a la guerra política y casi siempre termino eligiendo una opción perdedora. Además he sido un poco tonto porque me he peleado con amigos muy estimables como los Vargas Llosa, padre e hijo, por razones políticas, y no conviene pelearse con los amigos escritores por entredichos políticos. En esta ocasión estoy apoyando a la hija del dictador Fujimori y vamos a ver si gana.



P.- ¿Por qué en Latinoamérica los escritores todavía tienen esa influencia y esa pasión por la política, algo que en Europa ya se ve como algo caduco, de décadas atrás?

R.- En Latinoamérica los escritores son como curanderos, como chamanes. En parte porque la gente no los lee, el ciudadano medio no lee a los escritores "vacas sagradas", pero sabe vagamente de ellos y les atribuye poderes mágicos, supremos. Son como grandes oráculos. Los peruanos dicen: "¿a quién apoyará Vargas Llosa, nuestro Premio Nobel?". Y Mario dice: "le toca ser presidente a Humala". Y Humala gana. Ahora ha decidido que le toca a un anciano de 77 años, ciudadano norteamericano, que ha sido banquero toda su vida y tiene un apellido improbable para la política peruana. Y aunque no se crea, mucha gente va a votar por Kuczynski porque lo recomienda Vargas Llosa.



P.- ¿Hasta qué punto fue real su intención de ser candidato hace 5 años?

R.- Completamente real. Si mi madre me hubiera dado el dinero que le pedí, seguro que me inscribía. Sólo tenía que comprar un partido político, con dinero hay un montón de partidos que se prostituyen y se alquilan. Cuando Chávez le dio a Pablo Iglesias 5 millones de euros, Pablo en seguida le abrió un partido político aquí. Yo con 5 millones de euros abro tres partidos políticos en Perú. Pero no tuve dinero.



P.- Entonces, ¿están descartadas más aventuras políticas?

R.- Con el tiempo, si mi madre no me deshereda, algo que trato de que no ocurra, a lo mejor tengo un futuro político.



P.- Hablando de perder esa herencia, ¿un motivo podría ser publicar una novela que ha escrito sobre su familia?

R.- Exacto. He escrito una novela titulada La sagrada familia, y mi madre, que no la ha leído, ni la quiere leer, me ha dicho que si la publico me deshereda, así que por supuesto la he guardado en un cajón y estoy aterrado. Creo que debo ser prudente por una vez en mi vida.



P.- Ahora que parece estable y feliz, ¿aún tiene historias que contar? ¿Sobre qué será su próximo libro?

R.- La felicidad envilece mucho el arte, es buena para la salud pero es pésima para la literatura. Siempre encuentro maneras de ser infeliz, siempre hay una pulsión autodestructiva en mí. Ando dándole vueltas a una idea que me fascina mucho. Esto nunca lo he contado, se lo comenté en su día a Carmen Balcells, y ella se espantó y me prohibió hacerlo. Pero ya se ha 'retirado'. Voy a escribir una novela sobre por qué Vargas Llosa le dio un puñetazo a García Márquez en un teatro de México. Voy a escribir sobre la 'trompada' que Mario le dio a Gabo y que acabó con esa amistad. Me parece que ahí hay una novela y alguien tiene que hacer ese trabajo sucio.