Tras el gran éxito de Gente en sitios (2013), elegida por El Cultural como la mejor película de su año, Juan Cavestany (Madrid, 1967) regresa a los cines para regalarnos otra de sus deliciosas y amargas piezas de posthumor en Esa sensación, película dirigida junto a dos jóvenes talentos de la escena underground patria como Julián Génisson (Madrid, 1982), director de Canódromo abandonado, y Pablo Hernando (Vitoria, 1986), en la que cada cineasta aporta su propia mirada en un filme sobre la extrañeza y, como dice el propio Cavestany, “un anhelo que revela una carencia”. Hernando nos cuenta la historia de una mujer enamorada de un parquimetro y una piedra, Génisson la de un hijo que descubre la religiosidad de su padre y Cavestany crea varias piezas donde asuntos que le son propios como la extrañeza o la incomunicación cobran todo el protagonismo. Hablamos con los tres durante el último Festival de Málaga.
Pregunta.- ¿Si tuvierais que convencer de ver esta película a un señor que solo ve películas de Hollywood, qué le dirían?
Julián Génisson (JG).- Sale una chica desnuda que se enrolla con toda clase de objetos, hay violencia y también hay curas, que siempre hay morbo con eso. Y si te gusta la religión te gustará y si no te gusta también puedes verlo como que es anti. Contenta a todos los públicos.
Juan Cavestany (JC).- Pienso que es muy difícil calibrar al público y pensar lo que le gusta. La película es una paja mental igual que una película muy popular. Es una película falsamente autoral, es cierto que la narración es poco convencional pero tiene chistes y tiene una historia que se explica clarísimamente, no una a tres. La de Lorena, mujer que se enrolla con los objetos. La de Julián, se explica claramente con palabras. Y Pablo ha hecho una serie de sketches desenfadados. Es rara pero accesible.
P.- ¿Cómo han montado la colaboración entre vosotros?
Pablo Hernando (PH).- Cada uno escribimos una escaleta de cada parte y las pusimos en común, momento en el que nos hicimos algunas sugerencias porque compartíamos todo lo que íbamos a hacer. A la hora de rodar cada uno se ocupó de lo suyo pero ayudándonos también. Julián sale en dos escenas de la parte de Juan. A la hora de montar hubo un proceso más largo para juguetear con la película y ver cómo podíamos mover las piezas para que funcionase del todo.
P.- ¿Hay algún concepto inicial del que hayan partido?
JG.- Una de las ideas de base era ese no saber si te lo estás pasando bien y aunque no hubo ese momento de decir, vamos a hacer tres historias sobre eso o la dificultad de reconocer los propios sentimientos al final sí está. Hay una búsqueda de la felicidad, problemática para empatizar con gente que hace muy mal su trabajo de ser humano. No había un concepto de base pero sí una tonalidad.
JC.- Si hubiéramos buscado un tema de partida podríamos haber caído en el peligro de que resultara un artefacto un poco forzado. La película no parte de una tesis. No es un cadáver exquisito. Los tres sabíamos lo que teníamos entre manos porque estaba escaletada muy bien. Con un poco de sentido común es lo que hace que la cosa se pegue.
P.- ¿Querían reflexionar sobre la idea del vacío?
JG.- Hay reglas no escritas en las conversaciones. Hay una búsqueda de reglas que los demás manejan. Si realmente algo te atrae sexualmente ¿por qué no vas por ello? En el personaje de la chica que se enamora de los objetos vemos a una persona que más allá de las reglas, no le importa el qué dirán. En la historia del padre e hijo hay un miedo a la muerte y cuando el cura le salva la vida se pregunta qué hay más allá. Igual no tengo la fe pero la fe se puede suplir por una serie de rutinas. Las cosas importantes de la vida como la fe o el amor no te las enseñan. Te enzarzas en algo cada vez más raro pero esas reglas tienen que salir a la luz.
JC.- El deseo sexual aparece de una manera muy clara de diversas maneras. Está el deseo sexual sublimado en forma de religión que también se relaciona con la necesidad de sentirse incluido. Todo ello parte de un anhelo que a su vez presupone la carencia de algo. Muchos de los personajes o de las historias parten de un vacío que amenaza con invadir el espacio si no se llena con algo: una piedra, un Dios o una fiesta. El deseo implica todo aquello que nos falta porque nos faltan muchas cosas. Uno se llena la boca con todas estas cosas que se ven más a posteriori pero hemos rodado la película como un divertimento. En la vida real esas incomodidades son mucho más fugaces y pasan más desapercibidas. Lo que hace la película es dilatarlo.
P.- Muchas películas capturan los momentos épicos de la vida de sus protagonistas, ¿hay una voluntad por mostrar precisamente nuestra banalidad?
PH.- En un libro de Miguel Noguera hay una idea muy buena que es que en el futuro se inventa la forma de archivar todos tus pensamientos y se descubre que has perdido mucho tiempo con una nimiedad como de qué están hechas en realidad las camisetas de algodón.
JC.- Cuando uno escribe desde sus neuras siempre se pregunta si es que uno es así o es que está asumiendo que todo el mundo es igual.
P.- ¿De la comedia a la tragedia hay un paso?
JG.- Me gusta de la historia de Juan que empieza con un gag que se estira y es un poco al revés del tópico, aquí cuando la comedia se alarga se convierte en tragedia. Todo empieza un poco como un chiste y al final te das cuenta de que es trágico cuando comprendes las motivaciones de la gente son las mismas que las tuyas. Es una comedia que se agota.
JC.- También aparece una mirada más trascendente con una ambición de llegar más allá o ir a un lugar más elevado, y lo digo con humildad. Lo que empiezan como gags de incomodidad se convierten en algo mucho más conceptual que nos lleva a las puertas de la muerte. Hay un extraño deseo de trascendencia en la película.
P.- Aparece el tema de la religión, tan poco tratado por el cine o los medios. Sin embargo, hay mucha gente que sigue creyendo en Dios.
JG.- Se habla mucho del aspecto moral y no de lo más interesante que es simplemente preguntar: ¿Qué creencias tienes? Por favor explícamelas, quiero comprender, convencerte de lo contrario, o que me convenzas. Hemos dejado de hablar de Dios cuando quizá deberíamos hacerlo.
JC.- Ya no se pregunta si crees o no crees en Dios porque asumimos que no. El otro día estaba en el parque con los niños y un padre dijo que llevaba al niño a catequesis. Me quedé de piedra. Me abrió los ojos a que toda esa realidad sigue existiendo. No me atrevo a juzgarlo.