Tras haberle concedido el año pasado el Premio Internacional de Fotografía Ciudad de Alcobendas, el centro de arte de la localidad madrileña reúne en esta exposición una veintena de retratos del fotógrafo Pierre Gonnord (Cholet, 1963). Francés afincado en España, Gonnord es uno de los fotógrafos más reconocidos de nuestro panorama. Tanto como reconocibles son sus obras, rostros de tamaño considerable y depurada técnica que miran, que llegan, que transmiten, porque eso es, al cabo, lo que el fotógrafo quiere con su obra "comunicar, hablar de la dignidad del ser humano". Autodidacta confeso, huye de palabras grandilocuentes y lleva años recorriendo en coche una Europa cambiante que le ha brindado trabajos y retratos inolvidables a los que solo quiere volver. Recién llegado de su último viaje que le ha llevado a Biarritz, donde trabaja en un proyecto enmarcado dentro de la capitalidad San Sebastián 2016, acude a Alcobendas para dar los últimos retoques a esta exposición. Pregunta.- ¿Qué vamos a ver en la muestra? Respuesta.- La exposición se organiza con motivo del Premio Internacional de Fotografía Ciudad de Alcobendas. Se trata por lo tanto de un reconocimiento a mi trabajo y, junto con José María Díaz-Maroto y Belén Poole Quintana, hemos querido centrarnos en los retratos. Arrancamos con Antonio (2004) un personaje impresionante de hace 10 años. Le retraté en la calle, y ya ha fallecido, lo cual lo hace más emotivo hoy. Sigue la exposición con Basiliza (2009), una mujer que vive en Finisterre, muy mayor, a la que imagino frente a los riscos, enfrentada al océano. Hay también una serie de retratos más cercanos, psicológicos, realizados en Venecia cuando me invitación a la Bienal, y otros realizados en Portugal. Me gusta especialmente el retrato de Hattie (2012) realizado durante un viaje a Alabama para celebrar el 50 aniversario de la muerte de Martin Luther King. Se trata de una señora que conoció al activista y lo hemos colocado entre dos retratos "europeos". El final de la exposición son seis retratos de los gitanos La Raya, entre Portugal y España, que trabajan en el campo. Y los cuatro retratos de los mineros realizados en 2009 con el vídeo, hasta ahora inédito, de 2014. P.- Retratista se llama la exposición, ¿es así como se siente? R.- La palabra artista es complicada para mí… Soy en este aspecto como los hebreros que no mencionan a Dios. Las palabras 'arte' o 'retrato' son demasiado grandes. Mi trabajo es de vivencia, yo trabajo con la gente con la que compartimos una condición frágil y fuerte a la vez, nacemos, vivimos y morimos todos de la misma forma y yo solo traigo estas imágenes a mis contemporáneos. La palabra 'retratista' es un poco ortopédica. Yo hablo con fotografías. Los títulos son siempre difíciles. Por eso también utilizo el nombre de las personas en el título. El nombre es lo que poseemos, lo que nos hace únicos. Por eso es importante. María e Isaac, Aníbal, Amador, Moses, Senen… P.- Antes los retratistas eran sobre todo pintores de corte, de la aristocracia, nada más alejado de sus retratos, ¿qué le ha llevado a usted a acercarse a los más desfavorecidos? R.- No me gusta hablar de desfavorecidos o marginales. La marginalidad no es tal; esa marginalidad existe desde nuestra mirada urbana y occidental. Yo veo raíces, algo que me pertenece. Todos tenemos secuelas de la vida que nos une. Para mí todos son monarcas: un niño que trabaja en el campo es un pequeño monarca también. Celebro los valores, las raíces sólidas que percibo en la gente con la que me cruzo. No trabajo en estudio, yo trato de captar un gesto que narra e indaga, que deja constancia de nuestra presencia mientras estamos vivos. Al principio el retrato era símbolo de poder, propaganda, pero también un acto de redención hacia la humanidad. Incluso cuando August Sander retrata a los generales alemanes y muestra sus retratos mezclados con los de sus víctimas, son seres humanos.
Hattie, 2012. A la derecha, Friedrich, 2010