La reciente novela gráfica de Adrian Tomine, Intrusos, gira alrededor de las relaciones personales y la incapacidad del ser humano de salir airoso del lance de la convivencia. Y nos trae a la memoria incursiones anteriores que también prestan atención a este asunto, como su reconocida obra Rubia de Verano (Editorial La Cúpula).

Intrusos recoge seis relatos en la tradición slices of life que capturan momentos cotidianos, desprovistos de romanticismo, cargados de incomprensión. Los protagonistas se abandonan a su instinto de supervivencia y la incomprensión se apodera de la trama. Al autor californiano le gusta observar a sus personajes removerse en las viñetas para intentar escapar de un día a día rutinario y apestoso.

Resulta asombroso comprobar como los diálogos escarban en las motivaciones y debilidades de las personas para mostrarnos su lado más áspero. Como contrapunto se esparcen por las páginas briznas de ilusión que duran poco ante la asunción inevitable de que, para seguir con la vida, hay que aceptarse. Y da igual que uno sea un perdedor al que no le queda ya ni siquiera la melancolía.

Una propuesta visual luminosa y colorista, de dibujo limpio y trazo firme, consigue despertar en el lector la esperanza de que algo siempre puede cambiar. Pero después de esta afirmación optimista no se puede evitar tener la funesta sensación de que, a pesar de todo, siempre seguiremos solos en este mundo de ciudades esquivas. Por eso al leer este cómic hay algo amargo que se adhiere al paladar. Y cuesta quitarlo.