Capilla del King's College, en Cambridge
Son viajes ideales, viajes soñados, pero esta vez desde la ficción. Porque viajar es también un placer cuando se hace desde las páginas de un libro, la imagen sugerente de un cuadro, una fotografía, desde la butaca de un cine. Y así, nos vamos al Nueva York de Paul Auster, al Sáhara de El paciente inglés, al Cape Cod de Edward Hopper...
Quizá por ser una ciudad de académicos, es decir, de gente ansiosa de desvelar los misterios del universo, también es famosa por sus espías. Me acuerdo de seres tan literarios como Kim Philby o Anthony Blunt, el historiador de arte que inspiró El intocable, de John Banville. Me acuerdo de Operación Dulce, de Ian McEwan. Marlowe, el émulo malogrado de Shakespeare, estudió en Cambridge, donde se conserva de él, o de alguien que podría ser él, un retrato anónimo. En el cuadro Marlowe tiene cara de lo que tuvo fama de ser: una criatura de vida doble y peligrosa, agente secreto, quizá católico sedicioso, falsificador de moneda. Murió de una puñalada a los 29 años. Es el personaje de una novela de Anthony Burgess: Un hombre muerto en Deptford.
Wittgenstein también alcanzó en algún momento cierto prestigio de posible espía, y en Cambridge, donde enseñó, escribió aquello de "cuando leo un poema me pasa algo que no me ocurre cuando sólo leo un texto por encima en busca de información". De Cambridge salió Alan Turing, héroe genial que ayudó a descubrir la lógica de la máquina alemana codificadora de mensajes secretos en la II Guerra Mundial. Descubierta su doble vida, condenado por las leyes contra los homosexuales, se suicidó en 1954. David Leavitt ha escrito su biografía, y los años lo han convertido en un personaje del teatro, las novelas, las películas y la música popular. Nick Drake, estudiante en Cambridge, quizá escribiera allí esa canción que dice: "La vida sólo es el recuerdo de algo que sucedió hace mucho".