Juan Pérez Floristán
En la casa de Bernarda Alba
26 julio, 2016 02:00Una imagen de La casa de Bernarda Alba de Mario Camus
Son viajes ideales, viajes soñados, pero esta vez desde la ficción. Porque viajar es también un placer cuando se hace desde las páginas de un libro, la imagen sugerente de un cuadro, una fotografía, desde la butaca de un cine. Y así, nos vamos al Nueva York de Paul Auster, al Sáhara de El paciente inglés, al Cape Cod de Edward Hopper...
No es una Andalucía (una España) calma. Sus habitantes parecen estar poseídos por los sentimientos más bajos y, a la vez, más sutiles y eficaces a la hora de conseguir sus objetivos: venganza, traición, asesinato. Y, sin embargo, no puedo dejar de desear poder desentrañar semejante enigma. En una época tan desbocada y lanzada hacia el futuro, no deja el pasado de tener un halo de leyenda, solidez e imperturbabilidad. Una misteriosa fuerza me lleva a visitar y revisitar parajes que jamás querría habitar uno, pero que de manera irremediable lo atan a través de imágenes de apariencia ensoñada, pero de realidad innegable.
Lorca, genial y visionario. En sus líneas sentimos aquí, ahora, lo que tiene que ser el duende, que de tan escurridizo, solo es posible imaginarlo en el pasado, en esas regiones de mitos, pasiones desbocadas, pueblos desaparecidos y lenguas olvidadas.
Cuando eran cuatro puñales, y Antonio Torres Heredia, Camborio de dura crin, tuvo que sucumbir. Cuando nadie dijo nada, pues Adela había muerto virgen. Cuando hay que guardar las lágrimas para cuando se está sola. En fin, cuando nos hundimos todos en un mar de luto: es exactamente ahí cuando uno siente esa especial mezcla de horror y placer, ese sentirse afortunado de descubrir sitios de un magnetismo oscuro como el azabache que solo los más grandes nos dan.
Que solo el arte nos regala.