La famosa playa de Ipanema en 1957
Son viajes ideales, viajes soñados, pero esta vez desde la ficción. Porque viajar es también un placer cuando se hace desde las páginas de un libro, la imagen sugerente de un cuadro, una fotografía, desde la butaca de un cine. Y así, nos vamos al Nueva York de Paul Auster, al Sáhara de El paciente inglés, al Cape Cod de Edward Hopper...
A mí me gustaría llegar con ella a ese Brasil de los cincuenta que se encontró y se ha vuelto mítico: el que elegía presidente a Kubitschek, creía progresar hacia la justicia social y daba alas a la arquitectura moderna de Niemeyer, Lúcio Costa, Afonso Reidy y tantos otros; el que escuchaba atónito en 1957 el primer disco genial y "desafinado" de Joao Gilberto, Chega de Saudade, y veía como Jobim, Vinícius y Elizeth Cardoso reinventaban el samba-cançao para exportar la bossa nova a todo el planeta; el que leía los cuentos y las columnas de Clarice Lispector en los periódicos y la veía pasear por las calles de Río, hermosísima, aún sin desfigurar por el incendio que arruinaría su rostro de esfinge; el que cimentaba la fama mundial de una Copacabana cosmopolita y preparaba ya la leyenda de Ipanema como barrio eternamente soleado. Seguramente ese Brasil y ese Río legendarios nunca llegaron a existir del todo, pero a quién no le gustaría pasar allí al menos un verano.