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Image: Cristina Fontaneda Berthet
Cristina Fontaneda Berthet
Al cabaret Voltaire, en Zurich, 1916
23 agosto, 2016 02:00El precursor del cabaret Voltaire, Hugo Ball, vestido por Marcel Janco en 1916
Son viajes ideales, viajes soñados, pero esta vez desde la ficción. Porque viajar es también un placer cuando se hace desde las páginas de un libro, la imagen sugerente de un cuadro, una fotografía, desde la butaca de un cine. Y así, nos vamos al Nueva York de Paul Auster, al Sáhara de El paciente inglés, al Cape Cod de Edward Hopper...
Sentarse entre el público y asistir a una de sus primeras sesiones es el objeto de este viaje. Pasear la vista por las paredes decoradas con obras de Hans Arp y Max Oppenheimer esperando la irrupción en escena de Hugo Ball revestido por Marcel Janco para oficiar el rito dadaísta en devoto tributo a Voltaire. El recitado de textos de Apollinaire, la interpretación de piezas de Debussy o Ravel y las exóticas coreografías de Rudolf von Laban serían tan solo el primer acto de un programa que se iría radicalizando más y más. Más tarde los poemas fónicos sin sentido y los recitados simultáneos pondrían a prueba nuestra capacidad para disimular el asombro o la indignación. Han pasado cien años desde aquello y cabe preguntarse si nuestra probada resiliencia contemporánea, tan refractaria ante lo novedoso, respondería igualmente al reto que Ball se proponía en cada nueva sesión: "Es una competición con las expectativas del público, que requiere de toda nuestra capacidad de inventiva y debate".