El cómico Louis C. K. en su serie, un concentrado de humor neoyorquino
Son viajes ideales, viajes soñados, pero esta vez desde la ficción. Porque viajar es también un placer cuando se hace desde las páginas de un libro, la imagen sugerente de un cuadro, una fotografía, desde la butaca de un cine. Y así, nos vamos al Nueva York de Paul Auster, al Sáhara de El paciente inglés, al Cape Cod de Edward Hopper...
Jamás he estado en Nueva York y, sin embargo, la visito con frecuencia desde hace mucho tiempo. Ya desde niño paseaba por una ciudad que yo solía mirar desde la ingravidez y en ángulos inverosímiles, en los cómics de Spiderman podía pasarme horas entre sus calles, viendo como poderosas fuerzas reducían sus colosales edificios a escombros para renacer por la fuerza de voluntad de sus habitantes -mucho antes del 11S-. Hoy se me da la posibilidad de viajar a donde quiera y, por no renunciar a las viejas costumbres, elijo Nueva York. Quizá algo menos policromada y un tanto menos optimista, pero igualmente reconocible: la ciudad de Louis C. K. y su serie
Louie.
C. K. le birla a la urbe cosmopolita de Woody Allen un poso de ternura, pero se la guarda en el bolsillo y apenas la muestra; a esta se le ven más los malos humos, que casi siempre salen de las alcantarillas o de los extractores de algún restaurante grasiento y trasnochado cuya comida es probablemente poco saludable pero pinta deliciosa, quiero un trozo de eso. Sirve para empujar el buche un trago de cerveza en The Comedy Cellar, el club de
stand up en el que Louie se deja filamentos de amargura tras la risa apoyado indefectiblemente en la pared de ladrillos al fondo de su diminuto escenario. Pero de todos aquellos lugares, en el que más detendría mi visita sería la orilla del río Hudson, donde se da uno de los diálogos mejor escritos de la historia de la televisión: el final de
So did the fat lady, o quizá aquel otro en que… bueno, en realidad da igual. Cada escenario de su Nueva York es, como en aquellos viejos relatos de superhéroes que leía de niño, un marco que sirve para narrar que después de la catástrofe uno se levanta por pura fuerza de voluntad.
José Padilla (Santa Cruz de Tenerife, 1976) es una de las figuras jóvenes más interesantes del teatro actual. Licenciado por la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid, este actor, director y dramaturgo traduce y adapta tanto textos clásicos como contemporáneos. De sus propias obras destacan Porno casero (2010), Los cuatro de Düsseldorf (2014) y Haz clic aquí (2014), estas dos últimas también dirigidas por él mismo. El 2016 está siendo un año fructífero para él, con la representación de varios de sus montajes adaptados como son: La isla púrpura, de Bulgákov; Trabajos de amor perdidos de Shakespeare, para el Festival de Olite, y Perra Vida, adaptación de la obra cervantina El casamiento engañoso. Con la última ha conseguido el primer premio del certamen Almagro OFF. Anteriormente, en 2013, había conseguido el premio Ojo Crítico de RNE.