Hipólito G. Navarro: "Sí, al cuento le han estallado todas las costuras"
G. Navarro, con una vieja máquina de escribir sobre los hombros de su editor, es fotografiado por Daniel Mordzinski
Biólogo antes que escritor, confiesa Poli G. Navarro, zumbón, que sin su editor, Juan Casamayor, La vuelta al día no existiría. Tres años antes, a mediados de 2013, había conformado un pequeño "atadijo con veinte cuentos, uno detrás de otro, sin más" y lo mandó a otra editorial, "como pidiendo auxilio", recuerda ahora. Y lo rechazaron, claro, porque "aquello no estaba cuajado en absoluto. Suspenso, cateado en arquitectura de libro de cuentos, pensé. Enviar los cuentos sin más fue una debilidad, producto del entusiasmo de haber superado bien una peligrosa operación de columna y haber salido del túnel de dos años largos sin poder caminar, y atiborrado además de aquella droga dura para soportar el dolor, la pregabalina". Como si del Séptimo de Caballería se tratara, Casamayor (Páginas de Espuma) fue al rescate: se plantó en Sevilla, y hasta que no tuvieron clara la estructura, la "arquitextura" del libro, no salieron del Hotel Alfonso XIII. "Juan sabía que andaba yo muy perdido, bipolar perdido, con alegrías enormes una noche y desánimos más grandes a la mañana siguiente. Lo tenía, tenía la composición del libro, sus cinco secciones claras, con títulos y subtítulos desde hace mucho, pero hasta que Juan no me encerró en ese hotel una jornada entera, atropellados los dos de copias del índice para barajar y barajar, no fui capaz de decir basta. Rematar el libro, pues, ha sido un regalo de Juan y de un montón de muy queridos amigos. Ahora vuelvo a estar como un muchacho, ilusionado como si sacara el primer libro otra vez". Pregunta.- ¿Cree que le gustaría a su madre, que no quería creer que los relatos de su libro anterior, Los últimos percances, fuesen los últimos de verdad? Respuesta.- Estaría feliz, sí. Le molestó entonces pensar que aquellos relatos fuesen los últimos. Se enfadó conmigo. "¿Por qué no le has puesto penúltimos por lo menos?", me dijo. Llegaba yo tan contento junto a su cama en el hospital, celebrando no imagina cómo que ella pudiera tener en las manos aquella edición de todos mis cuentos reunidos en Seix Barral, que la morfina y su enfermedad devastadora le hubiesen permitido tocar el libro siquiera, y ella va y me sermonea con eso. ¡Qué madre más genial!, ¿no le parece? Las 'elviras navarro' son así, ya lo sabemos. Era mi primera y más grande y emocionada lectora y ahora yo ya no la tenía. Escribir textos nuevos me ha parecido una traición desde entonces. Es un sentimiento raro, inverosímil, lo reconozco, pero no lo puedo evitar. Me ha resultado mucho más soportable seguir trabajando en los textos y cuentos que ella conoció, con los que lloramos y reímos juntos.P.- El joven G. Navarro que comenzó a esbozar estos relatos, ¿los reconocería hoy, y se reconocería en el escritor que es hoy? R.- Creo que sí. Seguro que sí. Sumando los veinte cuentos que ahora salen a los que había publicado antes deben hacer un total de unos 90, por ahí más o menos. Pues aquel joven fue el autor de por lo menos 70. Al escritor de hoy lo vería, pues, como un poquitín vampiro, como un tipo con la imaginación algo vaga, adoquinada, que tiene que escarbar mucho en la memoria para recuperar ideas que valgan medianamente la pena. P.- ¿Cuál es el secreto de su ductilidad constructiva que la crítica siempre celebra? R.- No hay secreto, que yo sepa. La mayoría de las veces tengo la sensación de que esas construcciones surgen de mis dificultades para contar de una manera más derecha, más, ¿cómo diría?, lineal, normal. Algo tendrá que ver mi forma de trabajar, improvisando desde la primera línea hasta la última, sin saber nunca adónde me llevan los personajes y sus historias. El estrabismo ayuda, qué demonios. Y la mano quemada también. Lo digo muchas veces en broma, que eso de pertenecer a la mancomunidad de escritores mancos es bien bueno para tener mano izquierda con las propias criaturas, y que ser bizco permite tener como poco dos puntos de vista simultáneos sobre una misma historia o idea, argumentación que no se le hubiese ocurrido ni al mismísimo Piglia. A lo mejor ahí está el secreto. Todo eso es magnífico para el cuento. Y el humor. El humor también."Digo muchas veces en broma que ser bizco permite tener como poco dos puntos de vista simultáneos sobre una misma historia. A lo mejor ahí está mi secreto"
De maestros y discípulos
P.- ¿Cuánto hay de homenaje a Cortázar en sus relatos y quiénes son sus otros maestros? R.- A Cortázar le debo la fascinación primera por el género cuento, por los juegos con el lenguaje, la enseñanza de que en cualquier cosa nimia podía haber una historia a contar. Proponer las instrucciones para subir una escalera, darle cuerda a un reloj, coleccionar los telegramas de unas tortugas..., qué lecciones inmensas fueron aquellas para un muchacho con la cabeza llena de pájaros, al que quisieron a toda costa que se entusiasmara con el realismo social, como empieza a ocurrirle ahora a una nueva generación. Sus cuentos fueron la alegría, la salvación de habitar en un mundo gris. Yo creo que algo de eso se pegó para siempre. Otros autores imprescindibles en mi formación han sido Kafka y Beckett. Son magníficos, porque todo lo que se aprende con Cortázar se desaprende con ellos, y hay que volver de nuevo a empezar. Este par de dos me enseñó que el relato más interesante, al menos para mí, es el que no es relato, el que es texto, solo texto. Durante mucho tiempo no me atreví a llamar a mis criaturas cuentos, sino textos, a secas. Luego, como digo, uno quiere volver a aprender, y se bebe y admira a Medardo Fraile, por ejemplo, para enseguida desaprender con Virgilio Piñera o Felisberto Hernández; vuelve a la calma con José María Merino, para un poco después descalabrarse con Barthelme, y así sucesivamente.P.- Muchos narradores jóvenes se reconocen sus discípulos, pero ¿quiénes le interesan más? R.- Esto empieza a señalarme enseguida ya una edad, que si no fuese por mis goteras de la columna y otras varias que me callo tendríamos que discutir ahora mismo. Me interesan muchísimo los autores jóvenes, más que los mayores. Procuro leer a todos los que puedo. Más cuentistas que novelistas, y muchos más en castellano que traducidos. Me gustan muchísimo Felipe R. Navarro, Sara Mesa, Mercedes Cebrián, Paul Viejo, Isabel González, Patricia Esteban Erlés, Cristian Crusat, Jesús Ortega, Isabel Mellado, Miguel Serrano Larraz... Me da tanto apuro nombrar a algunos y dejarme atrás otros que me gustan igualmente; la memoria es traicionera... De los más jóvenes, con un libro recién publicado estas semanas atrás, la argentina Valeria Correa-Fiz, con La condición animal, y la chilena Paulina Flores, con Qué vergüenza, me han dejado trastornado. Hacía mucho tiempo que no leía unos primeros libros con tantísimo talento dentro, tanta belleza, tanta intensidad. Hay muchísimo que aprender de los jóvenes."Kafka y Beckett son magníficos, porque todo lo que se aprende con Cortázar se desaprende con ellos, y hay que volver de nuevo a empezar"