En un momento dado de Historia de Irene (Seix Barral), su última novela, una novela que es en realidad una fábula, una fábula "mediterránea" sobre una chica perdida que se deja cuidar por los delfines, Erri De Luca (Nápoles, 1950) dice de sí mismo, del escritor al que Irene, la chica, cuenta su historia, que "algunas veces" se siente "como el caballo de Don Quijote", esto es, "espoleado por alguna buena causa" que le saltó "a la grupa" y le mandó "a deambular por ahí". "El escritor puede dar voz a aquellos que no la tienen", asegura. Él se la dio a los vecinos del Valle de Susa, animándolos, en 2013, a "sabotear" la línea de alta velocidad que debía unir Turín con Lyon, y a punto estuvo, por ello, de terminar en la cárcel -pedían para él hasta cinco años de prisión-. ¿Cómo acabó aquello? "Me absolvieron y no recurrieron. Pero yo no me moví ni un ápice. Siempre digo que no soy un intelectual porque un intelectual es capaz de defender causas que le son ajenas. Yo no soy capaz de hacer eso. Defiendo sólo aquello en lo que creo", sentencia.
Junto a Historia de Irene, llega a librerías el primer volumen de su poesía reunida (y en edición bilingüe) que se publica fuera de Italia, algo que le hace especial ilusión porque entre sus maestros, de niño, se encontraba Lorca. "Yo dormía en la habitación en la que mi padre acumulaba todos los libros. Mi padre era un lector apasionado. No dejaba de comprar libros. Y también discos. Discos que eran discos de poesía leída por grandes actores. Recuerdo que teníamos uno de Lorca: Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Me fascinaba. Los versos, la voz del actor, la historia", recuerda. Aunque no publicó hasta cumplidos los 40, siempre se sintió escritor -pese a sus muchos oficios: De Luca ha sido albañil y ha conducido camiones en la guerra de Yugoslavia, De Luca estuvo "en las calles" durante los durísimos Años del Plomo, vio morir a Pier Paolo Pasolini, de quien dice, "siempre fue muy valiente, y se bastaba a sí mismo, nosotros siempre íbamos en grupo, él no tenía miedo"-, porque no podía no serlo, dice, creciendo, como creció, en una habitación en la que "los libros se me caían encima todo el tiempo". Sonríe y se proclama, además de Rocinante -"siempre fue mi personaje favorito de El Quijote, cabalgado como está por una fuerza que lo supera, una buena causa, noble", insiste-, "un hombre del Mediterráneo", porque a él le debe toda su "consistencia como ser humano", dice.
Pregunta.- ¿Puede sentirse hoy orgullo de ese Mediterráneo?
Respuesta.- El Mediterráneo vive hoy su peor momento, asiste a los peores naufragios de su historia. El Mediterráneo fue el primer mar en considerarse "nuestro", es decir, de todos aquellos que lo habitábamos, de aquellos cuyos pueblos, cuyas costas, estaban siendo bañadas por él. Pero hoy es también el mar de los otros. Aquellos que están muriendo en él. El mar es también hoy suyo, porque son sus cuerpos los que nutren el plácton que se genera. Es horrible, hasta los esclavos viajaban de forma más segura, porque eran mercadería y debían llegar en buenas condiciones. Los que viajan hoy ya han pagado, y por lo tanto, no importa si se pierden.
P.- Creció usted en Nápoles y eso le ha marcado sobremanera.
R.- Viví en Nápoles hasta los 18, y luego me alejé, y fue como si me hubieran sacado un diente de la encía. Por más que vuelva, el diente va a seguir estando fuera, no puede volverse a colocar algo que se ha extraído de esa forma. Pero las raíces siguen ahí. Me resulta inevitable pensar en todas las familias que se separaron en el puerto de Nápoles y emigraron a Nueva York. Hoy en día, Ellis Island, el lugar al que llegaban, es un museo, pero en su momento, era el sitio en el que todos esos nuevos norteamericanos eran acogidos, y por aquella época, sólo rechazaban al 2% de los que llegaban. Hoy, Ellis Island es un museo. Los que viajaban entonces pensaban encontrar oro, riqueza, en el lugar al que iban, los que lo hacen hoy saben que todo el oro que van a encontrar lo llevan consigo, y es su fuerza de trabajo.
P.- Parece usted realmente implicado en la crisis de los refugiados.
R.- He tratado de viajar y estar con ellos. Solo puedo implicarme en aquello que me afecta, ya lo he dicho. No soy un intelectual. He viajado a la isla de Lampedusa en más de una ocasión porque la isla de Lampedusa se ha transformado en una especie de embajada no oficial de Europa, y los he escuchado. Para mí, su historia, lo que les está pasando, es la épica más grande de nuestra época. He titulado mi antología poética Sólo ida pensando en el viaje, un viaje de sólo ida, que hago yo, antes, como pez guía, y en el que me seguirá un futuro Homero que contará todo lo que está pasando, su historia, y esa historia se convertirá en canto, porque las tragedias siempre acaban convertidas en cantos.
P.- ¿Qué le mueve a implicarse? ¿Cree que el escritor está en la obligación de hacerlo?
R.- En mi caso, cuando el poder reduce a los ciudadanos a súbditos, me siento en la obligación de implicarme. No soy partidario de firmar manifiestos, ya lo he dicho, soy partidario de ir al lugar y hablar con quien está sufriendo. Respecto a la condición social del escritor, siempre suelo decir lo siguiente: el zapatero debe haber bien sus zapatos porque el que compra unos zapatos tiene el derecho de poder andar bien con ellos. El escritor debe escribir bien sus libros, y luego, si quiere hacer algo más, puede dar su palabra a los mudos, a los prisioneros, a los inmigrantes que aún no hablan bien la lengua del lugar al que emigrado. El escritor puede hacer que los escuchen.
P.- Ha dicho usted en alguna ocasión que las democracias pueden suicidarse, ¿a qué se refiere?
R.- A lo que ocurrió en Alemania cuando Hitler ganó las elecciones, por ejemplo. O lo que ocurrió aquí en España cuando estalló la guerra civil después de un periodo de incertidumbre. O a lo que está ocurriendo ahora mismo en Turquía.
P.- ¿Y en qué situación cree que se encuentra Europa? ¿Cómo podría salir del bache en el que se encuentra?
R.- Me considero un europeísta extremista. Y creo que Europa debería avanzar hacia un estado federal. Francia, Alemania, España e Italia deberían unir fuerzas para avanzar en ese sentido. La Europa actual es un tren que lleva mucho tiempo para en la misma estación.
P.- En ese sentido, ¿cree que vivimos unos tiempos especialmente revueltos?
R.- No. El mundo siempre ha estado revuelto. Pero antes, la generación de jóvenes se creía capaz de cambiar las cosas. Hoy en día, no. Hoy en día, las nuevas generaciones esperan a que los cambios sucedan por sí solos. Podría decirse que es una perspectiva más filosófica, pero eso no evita que el mundo esté revuelto de todas formas.
P.- Cultiva usted poesía y prosa, ¿qué diferencia hay entre una y otra, como creador?
R.- La prosa siempre tengo la sensación de que no podría ser mejor. Cada frase está escrita de la mejor de las maneras posibles. El caso de la poesía es distinto. Siempre pienso que podría hacerlo mejor. Es decir, escribir en prosa es como caminar, controlo perfectamente cada paso que doy. Escribir poesía, en cambio, es como ir a caballo. Trato de controlar al caballo, pero el caballo tiene su propio ritmo, y lo que surge es siempre una aproximación de lo que tenía en mente.
P.- ¿Escribe cada día?
R.- No me obligo a escribir. Escribo cuando me apetece. Pero sí, siempre estoy escribiendo algo. Y siempre lo hago a mano, en una libreta, y suelo hacerlo por las mañanas, a veces muy temprano.
P.- ¿Y las ideas, le surgen en forma de imágenes?
R.- No, son más bien como recuerdos. Aparecen, como recuerdos, y yo me dejo llevar por ellas, y de repente, van apareciendo otros recuerdos, y va creciendo, poco a poco, y se va haciendo inabarcable, y eso es lo que más me gusta de la escritura, de la literatura, que es inabarcable. Yo consigo quedarme con un pedazo de todo aquello que podía haber sido, una parte pequeña. Me gusta pensar que la historia era mayor que yo, mayor de lo que yo llegaba a imaginar. Si no, sería como estar nadando en mi bañera, y prefiero pensar que nado en alta mar.