Max Porter (High Wycombe, Reino Unido; 1981), editor de Granta Books y Portobello Books, tiene más pinta de estudiante que de escritor. Parece más joven de lo que realmente es y, en la mañana en la que tiene lugar la entrevista, viste informal (sudadera y vaquero) y va despeinado. Sin embargo, tras esa fachada amable y en apariencia inofensiva (quizá solo matizada por su gran altura), se esconde el autor de un libro inquietante, difícil de etiquetar, que se mueve entre "lo críptico y lo lírico" pero que funciona como una novela. Se trata de uno de las primeras referencias de la editorial :Rata_ y se titula El duelo es esa cosa con alas, parafraseando un verso de Emily Dickson. El libro, que ha recibido el Premio Dylan Thomas, aborda el dolor que produce la pérdida de un ser querido. Ese espacio que queda vacío es ocupado por un ser negro con alas, el cuervo, que ayudará a un padre de familia con dos hijos a transitar por ese oscuro camino que es el duelo.

P.- En el prólogo el escritor Jesús Carrasco dice que este libro, en el que se funden lo críptico y lo lírico, te obliga a ser poeta. ¿Qué le parece esta reflexión?

R.- No sé si es realmente así. Me gusta la idea de que leer un libro pueda cambiarte. Desde mi punto de vista cada uno de nosotros somos el resultado de los libros que hemos leído. Quizá esto es más pronunciado en el caso de los escritores porque siempre estamos pensando en crear y para ello hay que aprender de las técnicas y de la intuición de otros que ya han abierto camino. Si el lector entra en los espacios vacíos que va dejando el libro creo que habría conseguido algo.

P.- El libro se abre con un poema de Emily Dickinson con palabras tachadas. ¿Es de alguna manera una carta de amor al vandalismo?

R.- Sí. Todos los personajes son vándalos pero creo que el vándalo más importante es el lector, que tiene que dibujar sobre lo escrito y también pensar poéticamente sobre el modo en el que se usa el lenguaje. Creo que es la manera más efectiva de conseguir crear un manifiesto de amor por la lectura.

P.- ¿Ha recibido algún tipo de feedback de los lectores en ese sentido?

R.- Muchos me dicen que una vez que acaban el libro lo primero que hacen es llamar a su madre o abrazar a sus hijos, una respuesta muy emocional. Pero me gustaría que su lectura también provocara una respuesta creativa y que al acabarlo alguien quiera salir a la calle y garabatear algo en la pared, por ejemplo, contra el Brexit.

P.- ¿Por qué se decidió a contar esta historia de perdida?

R.- Hay una experiencia personal de trasfondo. Mi padre murió cuando yo tenía solo seis años y quería hablar de la perdida desde el punto de vista de dos hermanos que mantienen una estrecha relación entre ellos. Para mí es la base de este libro, el tema más importante, y es algo a lo que le estoy dando vueltas constantemente. Es cierto que se ha descrito en muchos libros pero casi siempre a través de infinidad de clichés y de preguntas incorrectas. Probablemente es consecuencia de los extraños rituales de consumo de estas sociedades post religiosas. Hay una especie de crisis existencial que provoca que parezca que la gente que escribe sobre la pena utiliza unas plantillas prefabricadas. Yo quería hacer algo más personal.

P.- ¿Y qué le parecen los funerales? ¿Sirven para algo en estas sociedades de consumo?

R.- En los últimos tres o cuatro años he ido como a diez funerales y me obsesioné un poco con lo inadecuado que me parecía. En el de mi padre me recuerdo sentado con un traje prestado, horroroso e incómodo, mientras tocaban esa música de órgano tan poco agradable… Aquello no me bastaba. La vida humana es algo muy rico, extraño, mágico, lleno de humor y de cosas curiosas y utilizar el mismo ritual para todo el mundo me parece una mala solución. Para mí este libro es el verdadero homenaje que se merecía mi padre y que no tuvo.

P.- ¿Por qué los niños aparecen en el libro como una entidad en vez de como seres individuales?

R.- El personaje que quería describir era precisamente esa relación entre hermanos. Me pareció que era la mejor manera de eliminar todo lo que era innecesario como la información de nombres, edades, direcciones… Quería crear unos arquetipos que tuvieran color gracias a la imaginación del propio lector para centrarme en el intercambio narrativo. A veces cuando cuentas una historia del pasado tú tienes una versión y tu hermano tiene otra y de repente aparece tu madre y os contradice a los dos. ¿Quién dice la verdad? Esos fallos en los recuerdos son casi tan importantes como recordar lo que realmente ocurrió. Es un juego de amor y era lo que quería trasmitir con ese personaje que es en sí la relación entre dos hermanos. Estos arquetipos son universales y todo el mundo los puede entender. Son como bloques de construcción para este mundo posmoderno en el que vivimos. La novela del siglo XX sigue anclada en un esquema realista que tiene una serie de piezas de un puzzle que no se pueden eliminar: el arco narrativo, la trama, la cronología, los personajes creíbles… Ya basta de estar atrapados por este marco. Podemos jugar con las herramientas que nos ha dado la narración.

P.- ¿Este libro es una novela?

R.- La novela se convierte en novela en el momento que la llamas como tal. Es un trabajo que normalmente realizan los departamentos de marketing de las editoriales. Yo soy un enamorado de la literatura pero me gusta todo, desde la novela más convencional a la más experimental, poemas, cuentos cortos, libros para niños… A mí las etiquetas no me interesan, realmente es una cuestión de la industria cultural. De alguna manera lo interesante es retar a esas etiquetas, como hizo por ejemplo El Quijote. Para mí lo importante era que mi libro fuera coherente y tuviera consistencia. Es casi como cocinar, yo iba añadiendo ingredientes hasta que me di cuenta que tenía un plato. Después solo quedaba pulirlo y casi sin darme cuenta ya tenía una novela.

P.- Usted es escritor, pero también editor. ¿Cómo editor pienso también que las etiquetas no importan?

R.- La verdad es que es un tema complejo en el que también puedo argumentar lo contrario. Por ejemplo hay un libro extremadamente popular en estos momentos en el Reino Unido, All that Man is de David Szalay, que realmente es un conjunto de cuentos pero que se está vendiendo como novela. Me parece un gran fallo porque hoy en día es muy difícil que un libro de cuentos cortos tenga éxito y este caso es fantástico y milagroso. Pero supongo que así es más fácil de vender y tiene más opciones de ser nominado a premios… Así que por un lado pienso que todo es novela pero por otro lado soy un guardián de la pureza de la novela. La verdad es que es un tema en el que pienso mucho y del que todavía no tengo una idea del todo clara.

P.- El cuervo convierte este relato en algo inesperado, salvaje y muy potente y es un elemento con mucha tradición en literatura. ¿Qué elementos ha tomado de otros y cuáles cree que ha añadido a esa tradición?

R.- El cuervo es como el hombre de las mil caras, está constantemente cambiando. Sería muy aburrido que fuera simplemente el cuervo de Ted Hughes o simplemente la metáfora de la tristeza y el duelo o simplemente un tramposo que solo hace trucos. Cambia el rostro continuamente pero también el tono y puede hacer bromas pero también puede decir cosas muy serias. Sin embargo, cuando nos acercamos al final de la novela, nos damos cuenta de que cada vez gira menos y que se está fusionando de alguna manera con el padre. Es un pájaro posmoderno, capaz de hablar con mucho sentido y de repente ponerse a graznar, como si hubiera sufrido un cortocircuito.

P.- Ted Hughes y Emily Dickinson aparecen directamente en la obra. ¿Cuál es su relación con la obra de estos escritores?

R.- Emily Dickinson es una escritora increíble y extraordinaria. En muchos casos escribía en la parte de atrás de sobres sobre temas de gran profundidad como el amor, el dolor, la conciencia humana, lo oscuro, la fe... Para mí está entre los tres escritores más importantes de la historia y tanto Sylvia Plath como Ted Hughes eran grandes admiradores. Para hablar de Ted Hughes pensaba que debía recurrir a un poder mayor o superior, que en este caso era Emily Dickinson. Ted Hughes es un gigante de las letras británicas pero tiene el problema de que su vida se hizo demasiado famosa y sus errores también. Los poemas del cuervo son para mí una gran fuente de inspiración porque hablan de hombres, de paisajes, de la naturaleza, de animales… Sin embargo para mí Dickinson es un ser superior.

@JavierYusteTosi