La música puede salvarnos, y no solo en el sentido espiritual. O al menos, puede aplazar temporalmente la muerte. El mayor ejemplo de ello lo encontramos en Theresienstadt, el "modélico" campo de concentración con el que Hitler pretendió engañar a la opinión internacional acerca de su trato a los judíos. En este campo ubicado en la población checa de Terezín, los nazis permitieron a los prisioneros mantener una intensa actividad cultural aprovechando que allí había numerosos artistas e intelectuales de renombre. La gran farsa quedó registrada en la película propagandística Hitler regala una ciudad a los judíos.

Entre los prisioneros estaban los compositores Hans Krasa, Pavel Haas, Viktor Ullmann y Gideon Klein y muchos otros músicos y cantantes, así como artistas, científicos e intelectuales de renombre. Aunque las condiciones de vida fueron mejores que en otros campos, de los 140.536 judíos que pasaron por allí, sólo 18.971 adultos y 150 niños salieron con vida. La gran mayoría fueron enviados al campo de exterminio de Auschwitz. Las deportaciones solo se interrumpieron entre mayo y septiembre de 1944, con motivo de la visita de la Cruz Roja y de la filmación de la película. Un mes después, Krasa, Haas, Ullmann y Klein fueron trasladados a Auschwitz. Los tres primeros fueron ejecutados allí y el último murió unos meses después.

El músico Xavier Güell (Barcelona, 1956), gran divulgador y promotor de la música clásica en España, inició en 2015 su carrera literaria con La música de la memoria y ahora recrea la dura y épica historia de los músicos de Terezín en la novela Los prisioneros del paraíso, editada por Galaxia Gutenberg, igual que la anterior. "He querido plantear cuestiones sustanciales de la vida que el ser humano se plantea en situaciones límite y de las que en condiciones normales nos distancia el aturdimiento cotidiano", señala el autor. Así, la novela explora "la transformación del sufrimiento en alegría, el compromiso con tu tiempo, el significado del amor, de la amistad y del dolor". De hecho, las mayores inspiraciones del autor han sido "Dostoievski y Mahler, los dos grandes artistas que hablaron del dolor y del sufrimiento con mayor intensidad".

El Freizeitgestaltung, literalmente "organización del tiempo libre", fue en realidad una idea del prisionero Otto Zucker para mejorar las condiciones de los prisioneros. Zucker era arquitecto, ingeniero y músico. Condenado a muerte como máximo responsable de la resistencia de Praga, su pena fue conmutada porque había sido amigo de un alto mando nazi y fue nombrado vicedecano del campo de concentración. Güell cuenta de manera novelada cómo reclutó a Krasa y a Ullmann para defender su plan y cómo cedió todo el crédito de la idea al comandante del campo, Siegfried Seidl, que vio en ella una oportunidad perfecta para impresionar a sus superiores y ganar prestigio dentro de la jerarquía nazi. Finalmente fue Adolf Eichmann, teniente coronel de las SS y responsable directo del Holocausto, quien dio luz verde al proyecto y lo consideró de máxima prioridad. "Entre los años 1942 y 1944, Terezín llega a convertirse en uno de los centros culturales más importantes en la Europa devastada por la guerra", señala Güell.

Buena parte de Los prisioneros del paraíso recrea los ensayos de Brundibár, una ópera infantil que Krasa había compuesto algunos años antes de su detención y que reorquestó de memoria en Terezín. La obra, interpretada por más de 300 niños, fue la más exitosa de cuantas se montaron en el campo y se representó hasta 55 veces.

También aparece en la novela, entre otras composiciones creadas o interpretadas allí, El emperador y la Atlántida, de Viktor Ullmann, una ópera que pudo verse la pasada temporada en el Teatro Real de Madrid. El compositor, que compuso en aquellos dos años y medio más obras que durante el resto de su vida, fue demasiado osado al idear esta historia protagonizada por un absurdo tirano. La sátira de Hitler era evidente y se suspendió el estreno de la obra en Terezín.

En la novela aparecen otros personajes reales, como el despiadado doctor Josef Mengele, responsable de crueles experimentos médicos y genéticos con prisioneros de los campos. Pero también ha construido Güell personajes ficticios que sostienen y conectan las distintas partes de la trama. Uno de los más importantes -la auténtica protagonista, opina el autor- es la esposa del capitán Seidl, Elisabeth von Leuenberg. Hija de un barón que acabará arrepentido por haber financiado el ascenso al poder del partido nazi durante la República de Weimar, como ocurrió de verdad con muchos ricos industriales alemanes, Elisabeth es científica y miembro destacado del Instituto Kaiser Willhelm, uno de los centros de investigación genética más importantes de Europa en aquella época, dedicado bajo el influjo nazi al estudio de la raza aria y la eugenesia. Colega de Mengele, Von Leuenberg tiene una relación adúltera con él. Una brutal escena sexual relatada con detalle por el escritor ilustra el carácter depravado y sádico del doctor asesino.

Güell visitó durante una semana el campo de concentración acompañado de su editor, Joan Tarrida, y consultó la ingente documentación disponible para preparar la novela. Entre las terribles cifras destaca también que cada semana entre 100 y 150 prisioneros morían en el campo por agotamiento, inanición, enfermedades o ejecuciones, y otros 1.000 aproximadamente eran deportados a Auschwitz, donde eran asesinados. En la novela también cuenta cómo los nazis elegían semanalmente una cifra de deportaciones pero dejaban en manos del consejo de ancianos judíos de Theresienstadt la elección de los nombres que debían figurar en la lista, lo que considera "una perversidad absoluta". "Su objetivo era socavar las voluntades de los judíos y demostrar que eran una raza abyecta dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de sobrevivir", opina el escritor. Se trata de la misma estrategia que empleaban con los kapos, los prisioneros que ejercían de policías del resto de prisioneros y que a menudo se ensañaban con sus congéneres para mantener a toda costa sus privilegios dentro del campo.

"Como le dice Krasa a Elisabeth en un pasaje de la novela, la crueldad es una manifestación exclusivamente humana. El ser humano es un sibarita de la crueldad", opina el escritor. No obstante, el objetivo principal de Güell en esta novela es esperanzador: reflejar que "la música y el arte en general puede ayudarnos a sobrevivir", que "la pasión es el mejor instrumento para la vida y que esta no se puede entender sin la compasión y el compromiso con los demás".

@FDQuijano