A un autor consagrado se le reconoce por un estilo, una suerte de sello característico con el que impregna todo aquello que sale de su pluma. Guy Delisle (Quebe, 1966) es uno de esos. Sus creaciones son crónicas de viajes narradas en primera persona capaces de combinar humor negro y sátira política sin perder credibilidad y realismo. Ahí están Pyongyang, Crónicas Birmanas o Crónicas de Jerusalén para demostrarlo.
Y entonces llega Escapar, la última novela gráfica de este canadiense de trazo suelto y diálogo afilado, para recordarnos el destino aciago de algunos seres humanos, como Christophe André, miembro de una ONG médica en la región del Cáucaso y secuestrado durante su primera misión humanitaria en 1997.
Abandonado a sus recuerdos y desconectado del exterior, Christophe tiene que encontrar una estrategia que le impida sucumbir a la angustia y a la incertidumbre. Atado a una argolla durante su cautiverio de 111 días, las viñetas se componen de las reflexiones del protagonista, de miradas desconcertantes, de horas interminables recostado que desembocan en momentos de especial desasosiego. El reconocible estilo gráfico del autor y la brevedad de los diálogos convierten la lectura en una experiencia ágil y entretenida, amplificada por la sorprendente resolución del cautiverio.
Es posible que aquí no esté su habitual comicidad o las anécdotas de antropólogo aficionado, tan frecuentes en Delisle. Pero lo que sí se encuentra es un relato que empatiza desde el primer instante, que remueve. Porque, independientemente de la temática, sus cómics no son otra cosa que diarios dibujados en las esquinas del mundo sobre la convivencia y los conflictos surgidos de las contradicciones cotidianas. Una invitación a buscar las posibles respuestas sin aspavientos, sin prejuicios, sin afectación, a pesar de las circunstancias. Quizá por eso sus obras se han convertido en una referencia.