Ignacio Martínez de Pisón. Foto: Santi Cogolludo
Lo primero que sorprende de Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) es su sencillez sin estridencias, su honestidad intelectual, su alergia a tanta polémica inútil. Ha hecho del realismo su bandera, y no tarda en confesar que por encima de todo le gusta “crear personajes que al lector le parezcan reales, de carne y hueso. Cada uno de los personajes tiene que cambiar, evolucionar, mostrar su complejidad. Si algunos personajes de novela nos parecen más complejos que muchas personas reales es porque con aquellos tenemos acceso a sus secretos y con estos no. Es la ventaja con la que jugamos los novelistas”. Otra podría ser la imaginación, tamizada por la memoria y la nostalgia. Quizá por eso, en el origen de Derecho natural, su última novela, está su pasión por el cine: “Sí, llevaba tiempo con ganas de contar una historia relacionada con el cine B de los 60: el de Paul Naschy o Jess Franco, el del spaghetti western español”, explica. Entre rodaje y rodaje, el padre del protagonista, Ángel Ortega, un actor que trabaja de secundario con el seudónimo de Ray Ronson, gana peso y pierde pelo hasta convertirse en el doble de Demis Roussos. “La historia tiene un aire pop, porque su inspiración también lo fue. De hecho, lo que propone la novela es una versión pop de la Transición”, destaca. Pregunta.- El cine es fundamental en la novela. De hecho, Ángel Ortega es amigo de Paco Rabal, Paul Naschy, Emma Cohen, Fernando Sancho, y llega a trabajar con Claudia Cardinale y Brigitte Bardot en Las petroleras. ¿Es un pícaro moderno o un infeliz? Respuesta.- Aquella España estaba llena de “maletillas”, esos aspirantes a toreros que iban de aquí para allá buscando su oportunidad. Mi personaje es un maletilla pero no del toreo sino del cine, y nunca pierde la ilusión de una consagración fulminante y definitiva. Por entonces, como era un país barato, se rodaban bastantes superproducciones extranjeras en España. Eso inducía a creer que podía ser el país de las oportunidades, pero más bien era su parodia, su versión pobretona.Si atraía a muchos, era mala
P.- Reivindica también a la Escuela de Barcelona, frustrada porque cuando parecía haber llegado su tiempo el público se volcó en las películas de destape y de quinquis... R.- Era la época del cine de arte y ensayo, el llamado cine de autor, que está en las antípodas de las películas en las que trabaja mi personaje. Entonces, para decir que una película era floja, se decía que era “comercial”: si atraía a muchos espectadores sólo podía ser mala. La Escuela de Barcelona tenía bien clara la idea de hacer precisamente un cine que fuera minoritario y poco comercial. De hecho, José María Nunes, que aparece en la novela como personaje secundario, hizo algunas películas que prácticamente no llegaron a verse. Que mi protagonista sienta el mismo entusiasmo por el cine de Nunes que por el de Paul Naschy quiere decir que estaba bastante despistado.P.- Leyendo el libro es inevitable recordar una de sus primeras novelas, Carreteras secundarias. ¿Qué tienen en común, además del padre tarambana y la fascinación del hijo hacia él? R.- En las dos novelas los papeles están intercambiados: el padre es el inmaduro y el hijo el maduro. Y las dos son novelas de aprendizaje en las que cada uno aprende algo del otro. El hijo aprende, sobre todo, de los errores de su padre, que son muchos. Pero esta novela se parece también a otras mías. Por ejemplo, a El tiempo de los mujeres, una novela que publiqué hace unos quince años. En ella, a través de tres hermanas que acaban de perder a su padre, hablaba del cambio en el papel de la mujer en la España de los años setenta y ochenta. Lo que les ocurre a esas tres chicas y a su madre sólo les puede ocurrir en aquella España en concreto, justo cuando la mujer está abandonando ese papel auxiliar al que la había condenado el franquismo. P.- Como en esta novela. R.- Desde luego. Muchas de las cosas que cuento en Derecho natural sólo pueden suceder en una época y un lugar determinados, cuando España era todavía un país a medio hacer, con la Constitución recién aprobada pero por ejemplo sin una ley de divorcio. También en esta novela, como en El tiempo de las mujeres, aparece el golpe del 23-F... Creo que lo natural es que las novelas de un autor se parezcan entre ellas porque surgen del mismo foco de inquietud. Yo no puedo negar mi debilidad por contar historias de familias. Las familias son diferentes en cada caso, pero mi curiosidad por sus historias es siempre la misma. E incluso cuando parece que no estoy contando historias de familias, como en Enterrar a los muertos o El día de mañana, lo estoy haciendo, al menos en parte."En la novela todos van sumando nuevas ofensas, pero casi siempre dejan una rendija abierta al perdón”
Familias infelices a lo Tolstoi
P.- Sí, recuerdo que hace tiempo decía que “en las familias, los agravios no prescriben nunca” y si de algo va sobrada la madre del protagonista, Luisa, es de agravios y abandonos... R.- Esta es una de esas familias infelices de las que hablaba Tolstoi, una familia que es infeliz a su manera. La madre, el padre, los hijos...: todos van sumando nuevas ofensas a las ofensas antiguas. Y sin embargo casi siempre dejan una rendija abierta al perdón y la reconciliación. En realidad, como otros libros míos, es una novela sobre el perdón y la culpa. Si el narrador acaba interesándose por el Derecho es porque necesita delimitar culpas y responsabilidades. Al final, ese interés por el Derecho deriva en un ideal de rectitud: ¿para qué tanto esfuerzo por discernir entre lo que está bien y lo que está mal si no es para elegir el bien y descartar el mal? A diferencia de sus padres, que tantas veces se han equivocado, Ángel intentará hacer siempre lo correcto. Y acabará descubriendo que esa rectitud absoluta no siempre es posible y que también él, como su padres, tendrá que asumir sus propias culpas y responsabilidades. P.- Claro, pero ¿por qué decidió utilizar de nuevo una familia para retratar a la sociedad española de la Transición? R.- El retrato de una sociedad y una época determinadas siempre resulta más veraz si lo hacemos a través de la peripecia menor de la gente corriente, que es la protagonista de la Historia con mayúscula. La Transición me fascina por motivos estrictamente históricos: el paso de la dictadura a la democracia sigue siendo, desde el punto de vista de nuestra historia colectiva, lo más importante que nos ha ocurrido a los españoles de hoy. Pero la Transición también me interesa por motivos personales y biográficos: es mi época, la época de la que puedo dejar algún testimonio para los lectores que no la vivieron. P.- En la novela tanto el padre del protagonista como su abuelo intentan rehacer el pasado y se inventan credenciales proletarias el primero y nacionalistas el segundo. ¿Realmente la Transición fue un tiempo de impostores y desmemoria? R.- La sociedad aprovechó para hacer borrón y cuenta nueva o, como se dice ahora, para resetearse. El pasado quedó abolido por arte de magia, y cada cual era libre de elegir lo que quería ser. La sociedad española había sido en general franquista por omisión y se convirtió en antifranquista a toro pasado, cuando ya Franco había muerto. Si los franquistas podían de la noche a la mañana convertirse en antifranquistas, es que todo estaba permitido y cualquiera podía reinventarse de arriba abajo.P.- Hablando de invenciones, ¿cómo vive un zaragozano afincado en Barcelona desde hace décadas la deriva independentista en Cataluña? R.- Esto del independentismo es un negocio que se han montado unos cuantos para aferrarse al poder y seguir viviendo del dinero público. Pero sobre todo es una gran tabarra. P.- Hace tiempo explicó que al joven que fue le desagradaría leerle hoy. ¿Por qué? ¿Cuál de sus libros le gustaría más al Pisón de hace más de 30 años? R.- Entonces no me atraía la tradición realista. Ahora, aunque como lector disfruto con novelas de todo tipo, como escritor sólo me reconozco en esa tradición. Pero tal vez alguna de mis últimas novelas, como El día de mañana o La buena reputación, sí que le habría gustado a ese joven escritor de los años ochenta."La sociedad española aprovechó la transición para resetearse. El pasado quedó abolido por arte de magia”