Un libro escondido en una librería de viejo despertó aquella tarde la curiosidad de William Grill. El gesto espontáneo, casi automático, de tomar el libro con su manos para olisquear entre sus capítulos le llevó a encontrar un olvidado relato de hombres y animales. Y así nace el cómic Los lobos de Currumpaw. Una historia que gira entorno a lobos en manada que asolan Nuevo Méjico asustando a los pobladores, diezmando su ganado. El liderazgo de un viejo lobo gris les ha permitido sobrevivir: ahora son bestias capaces de escapar de las trampas y burlar al poblador blanco. Pero todo está a punto de cambiar. La pericia y determinación del cazador E.T. Seton por dar solución a esta inasumible circunstancia se convierte en el hilo conductor de una narración con mensaje naturalista y espíritu indómito. Como en su anterior creación, Shackelton, las propuestas de este joven y destacado ilustrador británico cautivan desde la portada. Igual que entonces, aquí construye un relato sin diálogos que avanza entre viñetas de una belleza plástica singular, paisajes evocadores y personajes contenidos. La cuidadosa labor editorial de Impedimenta sirve para amplificar el disfrute visual de los trazos y colores que inundan unas páginas donde el texto se enrosca entre los dibujos creando una experiencia singular que recuerda a la lectura y sin embargo, no se parece a ella. Dibujos diseminados que conquistan el espacio en blanco e invitan a la exploración, a mirar el detalle, a saborear el viaje a aquel mundo pasado y no tan lejano. ¿No sigue habiendo lobos que buscan su espacio de convivencia? Quizá sea esta la reflexión que propone la obra, responder a la pregunta ¿qué estamos dejando para los demás?
Secciones
- Entreclásicos, por Rafael Narbona
- Stanislavblog, por Liz Perales
- En plan serie, por Enric Albero
- A la intemperie, por J. J. Armas Marcelo
- Homo Ludens, por Borja Vaz
- ÚItimo pase, por Alberto Ojeda
- Y tú que Io veas, por Elena Vozmediano
- iQué raro es todo!, por Álvaro Guibert
- Otras pantallas, por Carlos Reviriego
- El incomodador, por Juan Sardá
- Tengo una cita, por Manuel Hidalgo