Sobre la pluma de Javier Marías (Madrid, 1951) pesan diversos tópicos. El de ser el mejor escritor español vivo, sus maneras y carácter extremadamente anglófilos, su eterna candidatura al Nobel, su feroz resistencia al mundo digital, su metódico, casi flaubertiano, ritmo de trabajo, o su querencia por Shakespeare, broche incluido; son parte del folclore del hombre y el escritor. Y como todos los tópicos, son en parte verdad y en parte mentira. Por ejemplo, la puntualidad británica en el ritmo de publicación no impide que Marías coquetee con dejar la escritura tras cada historia. "Cada vez que termino una novela estoy convencido de que no haré otra. A diferencia de mi amigo Reverte, que asegura que siempre tiene muchas historias listas para salir de su pluma, me parece milagroso terminar una novela".
Aunque asegura que al final, "siempre habrá algo que me inquietará lo suficiente como para ponerme de nuevo frente a la máquina". En esta línea, en base al trabajo que suponen, Marías se muestra sorprendido por la cantidad de novelas que se publican cada año, especialmente las escritas por gente que no se dedica a ello. "No tengo nada en contra de que cualquiera publique una novela, no me quejo de intrusismo porque todo escritor es un intruso con su primera novela", asegura. "Pero parece que como todos sabemos leer y escribir, todo el mundo cree que puede escribir una novela, mientras que no todo el mundo piensa que puede dirigir una película, pintar un cuadro o hacer una sinfonía".
En este caso, ese algo que ha inquietado al escritor para teclear en su máquina, pues Marías nunca se ha pasado al ordenador, es un viejo tema que le produce fascinación desde hace años, "tenía ganas de adentrarme en un tipo de historia muy fértil en la tradición literaria, supongo que la primera fue la Odisea, la historia del hombre que desaparece y que vuelve o no vuelve, y de la mujer que lo espera", explica el escritor. "Hablo de hombres, porque generalmente estas historias han sido protagonizadas por hombres por motivos obvios, es la tradición literaria masculina del soldado, del marinero..." puntualiza prudente antes de citar ciertos referentes, como el cuento del Coronel Chabert, incluido por Balzac en su Comedia humana, la historia de Martin Guerre, que ha inspirado varias novelas y hasta películas, o el conocido cuento de Nathaniel Hawthorne sobre el señor Wakefield.
Alrededor de este concepto está construida la trama de Berta Isla (Alfaguara), la decimoquinta novela de Marías, en la que bucea en alguno de sus temas clásicos como el matrimonio, el secretismo, los dilemas morales y el precio de la propia existencia, y donde además incluye algún personaje de novelas pasadas. "Tiene algo de parentesco con Tu rostro mañana, por compartir aspectos de la trama y los personajes", reconoce el escritor. Pero la obra también supone un paso de continuidad y coherencia dentro del corpus narrativo del autor, pues en ella hay ecos de Así empieza lo malo (2014), apreciables en el mundo sentimental que se derrumba, aparece el matrimonio como uno de los ejes, como en Corazón tan blanco (1992), y regresa el ambiente universitario de Oxford de Todas las almas (1989) y la inmersión en los servicios secretos británicos que Marías exploró en la trilogía Tu rostro mañana (2002-2007).
Espera y esperanza
En esta ocasión, Marías presenta un relato que, aparentemente, es de espionaje, y, en realidad, versa sobre la espera y sus consecuencias. La trama se centra en la relación de pareja que se establece entre Berta Isla y Tomás Nevinson, que se conocen jóvenes en Madrid a finales de los 60 y cuya unión que será puesta a prueba por la desaparición de él, una vez es involuntariamente reclutado por los servicios secretos británicos. Berta, a la manera de la mujer del citado Wakefield creada por Eduardo Berti o de la Penélope de Ulises, se ve abocada entonces a esa espera que según Marías "crea una especie de adicción y se torna esperanza, pues cuando uno espera, las posibilidades están sin definirse todo es posible. Berta Isla es un personaje muy digno que evoluciona", apunta. "De una vida convencional que esperaba vivir se encuentra con una convivencia intermitente con zonas de sombra de las que no puede saber nada. Y así un día se plantea la moralidad o inmoralidad del espionaje, la vileza y la traición imperantes en ese mundo".
Ese mundo en el que se ve inmerso en contra de su voluntad Tomás Nevinson, reclutado por sus excepcionales dotes idiomáticas e imitativas, algo muy útil para unos servicios secretos. Con este personaje Marías reflexiona sobre el hecho de existir mismo, que "es en parte una bendición, claro, pero también una maldición, porque desde entonces uno es avistado, y susceptible de ser querido, buscado y exigido por otros por sus dotes. Todos los ciudadanos solemos ser utilizados por el Estado, que nos recluta fiscalmente, pero también de otras maneras", afirma el escritor. "Tom es obligado a hacer cosas que no haría normalmente. ¿Qué nos puede llevar a actuar así? El principal es el miedo, la desesperación de cualquier tipo, el temor... pero también Marías destaca la juventud. Son personas muy jóvenes, crédulas, manipulables, ingenuas y asustadizas". Como prueba cita Marías los recientes atentados en Barcelona y Cambrils, "donde algunos terroristas eran menores de edad, pero los cerebros, los que no dieron la cara eran personas mayores que abusaron de la credulidad de la juventud".
Sobre esto apunta que "es curioso que en épocas como las actuales que reclamamos transparencia para todo, la gente exija saber lo que hacen los servicios secretos. O no los tenemos o deben seguir siendo secretos", razona. "Pero la gente no es enteramente estúpida, aunque se pretenda que lo sea cada día más, y sí se acepta que haya cosas ocultas, zonas de sombra. Por seguir con Barcelona, nadie ha protestado porque los policías hayan abatido a los terroristas sin más. Como si tuviéramos una conciencia colectiva de que al enemigo o se lo aniquila o uno es aniquilado".
Más superficialidad, menos sustancia
Sin embargo, sobre la época actual no guarda María opiniones muy halagüeñas, lo que ha motivado que haya dejado de escribir sobre el presente de forma casi inconsciente. "En la actualidad vivimos en un mundo más leve, más insustancial. Tradicionalmente mis novelas han sido contemporáneas a la época de su redacción, hasta Los enamoramientos, las dos últimas no". Algo que el escritor achaca a que "el tipo de conflictos, densidades y ambigüedades que mis personajes suelen tener no casan con la sociedad actual, tan superficial. Hace 25 años uno no veía a un señor de 70 años en pantalones cortos fotografiándose la oreja. Hoy sí".
"Se ha producido un extraño fenómeno de superficialidad que tiene que ver con la prisa y la impaciencia. Precisamente porque no estoy dispuesto a escribir tonterías del mundo de hoy, me siguen interesando las cuestiones que le interesaban a la gente en el pasado, en los siglos XVIII o XIX, pero también en 1985, no tan lejos. Ambientadas en la superficialidad y la banalización actual al lector le chirriarían mis novelas", reitera. Pero a pesar de su declarado desinterés por las nuevas tecnologías y las redes sociales, Marías no les arroga toda la culpa de esto, como hacen muchos. Reconoce eso sí, que "los medios que hay hoy para la manipulación no tienen parangón con los existentes en otro tiempo. ¿Qué habría sido del mundo si Goebbels hubiera tenido internet?", se pregunta. "Siendo como fue, solo con la radio y dos películas convenció a media Europa... Quizá habrían ganado la guerra y seríamos todos nazis", teoriza.
Para Marías el problema grave es que "la gente ya no piensa por sí misma, vivimos en lugares comunes, la gente acepta vicios y virtudes consensuados en una sociedad cada vez más puritana e hipócrita". Por eso asegura que la culpa, por encima de la tecnología, es "la deliberada destrucción del sistema educativo, desde hace casi treinta años. Antes no había este grado de ignorancia", se lamenta. Para terminar, y poner la nota de humor tras este panorama desolador, ha bromeado sobre su etiqueta de antiguo diciendo que "a veces lo antiguo puede derivar en atemporal y a eso aspiramos todos los escritores, a trascender a nuestro tiempo".