Vivimos ya en la Edad Digital. Tras la Edad Antigua, la Edad Media, la Edad Moderna y la Edad Contemporánea, la Humanidad se ha postrado ante el altar de la Inteligencia Artificial (IA). La ciencia y la tecnología han dejado en ridículo a McLuhan y a su aldea global. Vivimos ya en un patio de vecindad.



Escuché a José María Álvarez-Pallete explicar la significación profunda de la IA, de las máquinas que disponen de funciones cognitivas y que resuelven problemas y toman decisiones. Es el futuro, y negarse a aceptarlo o a estudiarlo significaría perder el sentido de la realidad. La robotización galopa ya desbocada por el mundo. Y no se trata solo de usos domésticos y de prestaciones laborales. Mantenemos en Marte un robot que decide por sí mismo: el Curiosity. El sistema AEGIS ha consagrado el funcionamiento de la IA. Los técnicos de la NASA saben que enviar una orden al Curiosity y recibir su respuesta supone 48 minutos y por eso incorporaron el ejercicio de la inteligencia computacional al robot. Steve Chien escribió en la revista Science Robotics que se ha abierto una nueva era en la exploración espacial. Así lo ha documentado Joana Oliveira.



Nos adentramos con paso firme en la época "cíborg". Si se quiere que la IA se convierta en un beneficio, si se pretende superar lo que Mark O'Connell condensa en su ensayo Ser una máquina, habrá que adentrarse con el paso humilde en el nuevo mundo digital en lugar de despreciar lo que se ignora. José María Álvarez-Pallete lleva mucho tiempo trabajando en una tesis doctoral sobre el significado y el alcance de la IA. Estoy deseando leer su investigación porque los avances científicos se hacen positivos si se emplean para el bien y negativos si para el mal. Cervantes afirmó en su último libro, poco antes de morir: "Ninguna ciencia, en cuanto a ciencia, engaña; el engaño está en quien no sabe utilizarla".



En muy poco tiempo el robot va a sustituir una parte considerable del trabajo manual y también del ejercicio intelectual. Habrá que regular su exis-tencia pues originará problemas de desempleo y reacciones violentas como las que se produjeron en el siglo XIX en la industria textil británica con la aparición de la maquinaria que desplazó al obrero. Nick Bostrom ha comparado el futuro humano con el de los caballos cuando se generalizó el automóvil. En solo 40 años se perdieron 24 de los 26 millones de equinos en Estados Unidos. Hay quien ha apuntado sagazmente que los robots deberán pagar impuestos para dedicar lo recaudado al ocio y a la cultura de los hombres. La civilización, tal y como la entendemos hoy, estará en riesgo de deshuesarse si no se toman las medidas adecuadas a tiempo. Los robots militares y la invasión de los drones pueden ser un grave peligro salvo que se controlen jurídicamente.



No me puedo extender en los avances de la IA, que se multiplican y provocan una admiración incontenible, pero todos sabemos lo que significa el teléfono móvil inteligente que, aún en los balbuceos de la nueva época, se ha convertido en ordenador de bolsillo, reloj despertador, brújula exacta, magnetófono, receptor de radio y de televisión, discoteca y biblioteca sin límites, control de la salud, espacio de entretenimiento, periódicos de todo el mundo, sustituto de las enciclopedias, atlas completo, GPS certero, escoba de los diccionarios, horario del ancho mundo, caravana de imágenes y de vídeos, archivo de fotografías.



John McCarthy, Marvin Minsky y Claude Shanon acuñaron el término "Inteligencia ArtificiaI" en 1956 en el congreso de Dartmouth. Años más tarde, Gari Kasparov perdió al ajedrez contra el programa informático Deep Blue. Españoles como Tirso de Andrés, Luis Gonzalo, Adarraga Morales o García Serrano han profundizado en el análisis de la IA con posiciones lejanas a las predicciones un tanto apocalípticas de Elon Musk. El Ceo de Space X piensa que la Inteligencia Artificial amenaza la existencia de nuestra civilización.



Que un hombre que está al frente de una de las compañías telefónicas más importantes del mundo tenga como preocupación destacada la Inteligencia Artificial, abre caminos de esperanza para el futuro, sobre todo si se acepta lo que ha declarado el gran científico español Juan Carlos Izpisúa: "Pienso que hay algo divino. La ciencia no lo explica todo".