Cuando en septiembre de 2008 Monika Zgustova (Praga, 1957) tuvo la oportunidad de acudir a una reunión de antiguos presos del gulag en Moscú, le sorprendió ver el alto porcentaje de mujeres presentes. Desde entonces, la escritora se dedicó a viajar por la capital rusa, Londres y París para conocer de primera mano a las pocas supervivientes de los campos de concentración soviéticos. Un trabajo que, nueve años después, da vida a este Vestidas para un baile en la nieve, donde recoge los testimonios de nueve mujeres cultas que vivieron en el gulag. "No quería tener ninguna documentación más que sus testimonios", explica en una entrevista concedida a El Cultural. "Aunque evidentemente algo sí investigué el tema -matiza-, quería escribir una historia muy directa, que solo les perteneciera a ellas".

Entre medias, Zgustova publicó una novela ficticia basada en el testimonio de una de ellas, Valentina Íevleva, titulada La noche de Valia (Destino), y Las rosas de Stalin (Galaxia Gutenberg), sobre la hija del dictador soviético. No obstante, "creo que no escribiré nada más sobre el gulag", confiesa ahora al tiempo que avanza que su próximo trabajo tratará sobre la vida de Nabokov. "Mi lección de la historia ya la he dado. He escrito muchos libros sobre la historia reciente de la Europa del Este y creo que ahora me toca escribir sobre otras vivencias que no tengan tanto que ver con este tipo de terremotos".

Pregunta.- De vueltas con su último libro, en Vestidas para un baile en la nieve todas las personas que usted entrevistó eran mujeres cultas. De hecho, en el capítulo introductorio de la novela, afirma que la cultura ayudó a la gente a sobrevivir, ¿cómo influyó en sus vidas?

Respuesta.- Así lo vivieron ellas que eran presas políticas y mucho más cultas que las presas comunes. Ellas sabían además que estaban en el gulag injustamente. Esta conciencia les ayudó a superar su experiencia. La cultura, por su parte, les fortaleció. Algunas de ellas, por ejemplo, recitaban poemas enteros que habían aprendido en sus vidas a otros presos. Si no los recordaban, entonces componían versos nuevos ellas mismas que después memorizaban y compartían con el resto por las noches. Les cundía mucho más quedarse despiertas escuchando poesía o hablando de música que dormir y coger fuerzas para el trabajo del día siguiente porque se sentían humanas, sentían que podían tener, gracias a aquello, intereses más elevados, que iban más allá de solo comer, dormir y trabajar.

P.- De hecho una de ellas llega a afirmar que el hambre intelectual era peor que el hambre físico...

R.- Sí, realmente lo era. Se alimentaban más y mejor de la poesía y de la música. Aquello les llenaba mucho más que la comida en sí que era mala y además muy escasa. De hecho, comer era un acto más animal. Ellas necesitaban sentirse como un ser humano.

P.- ¿Y por qué decidió entrevistar solo a mujeres?

R.- De los hombres tenemos mucha más información. Tenemos, por ejemplo, una novela autobiográfica y tres tomos del Archipiélago Gulag, escritos por Solzhenitsyn. O los cuentos de Varlam Shalámov. Pero incluso yo quedé sorprendida por la presencia de mujeres en el gulag. Pensaba que era un tema más o menos dedicado a los hombres. No tenía ni idea de que una amplia capa de ellas fue a parar allí también, lo que me resultó muy chocante. Vestidas para un baile en la nieve está concebido como un homenaje para estas mujeres, por eso los capítulos llevan nombres de distintas heroínas mitológicas y bíblicas.

P.- Recuerda a esa otra parte de la historia de la que hablaba también Svetlana Aleksiévich en La guerra no tiene rostro de mujer...

R.- Exacto. De hecho, tuve la suerte de poder comentar este libro con Svetlana y de pedirle algún consejo. Yo sabía, por ejemplo, que a las mujeres las violaban en los campos de concentración soviéticos pero ellas no me lo contaban. Ella me dijo: "sí, ocurría y ellas no te lo van a decir". Entre otras cosas porque venían de una generación en la que estaba totalmente prohibido hablar de sexo y además lo vivían como una vergüenza.

P.- ¿Y qué le recomendó?

R.- Que para tratar este tema lo mejor era dejar un silencio y que el lector se diera cuenta por sí mismo de que algo faltaba, de que había algo que ellas no estaban contando. Yo he intentado en el caso de algunas de ellas, sobre todo en el de la última entrevistada, dar a entender lo que ocurría y que, cuando llamaban a una mujer para que saliera de la casa, era generalmente para violarla. Así lo insinúo en un par de ocasiones, esperando que el lector lo perciba, porque más no puedo hacer, no puedo decir algo que ellas no me dijeron.

P.- Otro factor importante, que se repite en todos los testimonios, además de la importancia de la cultura en la supervivencia, es la amistad...

R.- Sí. De hecho, hay una cosa que me pareció increíble. La mayoría de ellas me confesó que si tuvieran otra vida les gustaría volver a tener la experiencia del gulag. Durante mucho tiempo no supe cómo interpretar aquello. Luego me di cuenta de que aquello había supuesto una experiencia tan intensa que, después de tal crueldad y horror, un poco de cariño se convertía en algo enorme. Son unas sensaciones tan fuertes que en la vida normal somos incapaces de entender. Y aquello fue lo que, una vez en libertad, echaron de menos.

P.- ¿Y la belleza?

R.- La belleza te humaniza y te alimenta. Los grandes sabios de los gulag, como los chamanes, que eran también presos políticos, aconsejaban a las jóvenes presas que se fijaran mucho en lo que tenían alrededor. La nieve, los árboles, el cielo, las puestas del sol e incluso en lo que normalmente concebimos como fealdad. Si se mira bien en cualquier parte se pueden encontrar rincones hermosos.

P.- Cuenta en su libro que, como método de tortura, a estas mujeres les hacían levantar un muro y derribarlo al día siguiente para volverlo a construir después. "La mayor tortura de todas las que he vivido -dice una de ellas al recordarlo- consistía en la inutilidad de un trabajo sobrehumano".

R.- A mí también me llamó la atención muchísimo. La peor tortura de todas es que tengas que hacer un trabajo inútil. Un trabajo duro, durísimo, hacerlo y al día siguiente deshacerlo. Y así siempre. La tortura de Sísifo, ¿no?

P.- ¿Qué cosas le impactaron más a usted?

R.- En realidad, todos los testimonios desde el principio. Recuerdo que la primera mujer que entrevisté estaba muy agradecida de compartir todo aquello conmigo. Su experiencia no era lo peor, pero también resultaba fuerte aquella imagen: la de una chica joven a la que detienen con su vestido de baile, mientras trata de celebrar la defensa de la tesis de su hermana. Para ella, me dijo, estaba la experiencia del gulag, que era la más fuerte que había experimentado, y lo demás ya eran los restos. Como la cotidianidad, lo previsible, los hijos, el trabajo o el marido. La aventura, el cariño y el peligro real fue el gulag. Aquella señora era muy optimista.

P.- ¿Y qué pasó cuándo salieron de los campos?

R.- Pensaron que la vida en libertad, la vida de la gente normal que no experimentó todo aquello, era una vida superficial y llena de cosas superfluas como ir a cenar a restaurantes, pasar horas charlando en el café, ir al cine, a un club de jazz, tomar una copa... A todas les parecía que aquello era una pérdida de tiempo total. Después del gulag todas dedicaron la vida a lo más importante, a los valores absolutos de la vida. Al trabajo que realmente las llenara.

P.- ¿Por ejemplo?

R.- Una de ellas empezó a estudiar a los cuarenta años cibernética y se convirtió en una de las especialistas más grandes de su país. De hecho, fue enviada para representar a la Unión Soviética en los congresos internacionales. Otra, influenciada por un novio que murió en la cárcel, estudió historia y se dedicó a la disidencia el resto de sus años. Una de ellas no pudo rehacer su vida ni estudiar, pero dedicó cada rato libre que tenía a la lectura de grandes clásicos. Tenía la casa tan llena de libros en todas partes que casi no podías ni caminar... El otro valor era la familia. Pero algunas se dieron cuenta de que sus propios hijos no entendían su experiencia y se recluyeron en la compañía de otras expresas del gulag. La última frase de este libro dice que lo más importante de esta vida es que te entiendan. Es lo que pensaron todas. La compresión la encontraron con la gente que también habían estado en aquellos campos. Muchas de ellas se casaron con hombres que habían sido prisioneros o tenían amigas que también lo eran. El mundo fuera de este ámbito les resultó ajeno para siempre.

@mailouti