La galería Guillermo de Osma abre temporada con una extraordinaria exposición de Maruja Mallo (1902-1995), comisariada por Juan Pérez de Ayala y el mismo Guillermo de Osma, quienes trabajan sobre su obra desde los años ochenta y preparan para fechas próximas su catálogo razonado, que verá la luz gracias al premio Arte y Mecenazgo de la Fundación "la Caixa". Considerada por sus autores como "una exposición de gabinete" es, en realidad, un apasionante -aunque inevitablemente parcial- recorrido por la labor creadora de una artista que estuvo a la altura de sus más célebres contemporáneos y, como bien recuerda el galerista, fue compañera de otras mujeres igualmente grandes: Frida Kahlo, Georgia O'Keeffe, Remedios Varo, Amalia Peláez, Ángeles Santos, Leonora Carrington, Kay Sage o Dorothea Tanning.
Tiene el aliciente añadido de que por primera vez se muestra buena parte de los "tesoros" de un baúl (conservado tras su fallecimiento por su hermano, Emilio Gómez y, después, por su sobrino, Antonio Gómez Conde) adquirido por la galería, que lo ha conservado, restaurado y ordenado. Además de óleos, dibujos y bocetos, el arcón contenía un archivo reunido por Mallo, imprescindible para su ordenación y catalogación.
Podemos diferenciar en primer lugar las obras realizadas en España entre 1928 y 1936, es decir, entre su primera exposición en la Revista de Occidente de Ortega y Gasset y el inicio de la Guerra Civil y con ella su exilio, a través de Portugal y la ayuda de Gabriela Mistral, embajadora chilena en Lisboa. Le sigue su etapa americana, con obras de los años cuarenta y cincuenta. Y, testimonialmente, algunas de sus últimas pinturas de los años setenta.
Dos magníficas Estampas y un Escaparate de seductora atmósfera ramoniana de 1927 y 1928 abren la exposición, en la que cabe establecer casi una decena de subgrupos en piezas ordenadas cronológicamente. Así, las Arquitecturas, animal y vegetal, con aires dalinianos y de Benjamín Palencia, de 1933; la extraordinaria pintura Mensaje del mar, 1937, de personal cromía y rigurosa y armónica simetría formal; un impresionante conjunto de Cabezas y Estudios sobre la figura humana; un par de Naturalezas vivas, de principios de los cuarenta, y el fascinante Racimo de uvas, de 1944, un delicado análisis del color y la luz como componentes esenciales de la pintura. Numerosa en piezas es la serie de estudios para Máscaras, de finales de los años cuarenta y primeros cincuenta, con el sutil baile de simetrías y figuras danzantes; obsesivos parecen los detallados análisis de movimiento de finales de los cincuenta, rigurosamente estudiados y clasificados en diminutos dibujos a lápiz; y atractivos, por extraños más que extravagantes, sus bocetos para la serie de los Viajeros del éter, de finales de la década, con su estudio de las proporciones. Finalmente, como apuntamos, una Máscara casi abstracta y otras dos piezas evocan sus parcos trabajos tras su regreso a España.
No puedo dejar de mencionar, ahora que casi se ha perdido la costumbre, el catálogo, una joya que incluye distintos epistolarios y un ensayo sobre sus escritos verdaderamente imprescindibles.