De seminarista y mosso d'esquadra a escritor, Víctor del Árbol (Barcelona, 1968), Premio Nadal en 2016 por La víspera de casi todo (Destino), acaba de publicar su séptima novela, Por encima de la lluvia (Destino). Nombrado recientemente Caballero de las Letras y las Artes en Francia, distinción que comparte con Arturo Pérez-Reverte como único escritor español en llevarla, el galardón, del que el autor dice sentirse orgulloso, será entregado oficialmente en una ceremonia organizada en París el próximo mes de noviembre. "Para mí tiene mucho valor -reconoce durante la presentación de su nueva novela- porque entronca muy bien con la visión que yo tengo de lo que es la literatura, que para mí consiste en trascender fronteras, anécdotas y lenguas".
Nacido en Barcelona, de padre extremeño y madre andaluza, del Árbol no teme hablar de Cataluña y de la actualidad. "Yo soy un cruce de caminos -confiesa-. Yo sé lo que soy. Nadie me va a decir lo qué es ser español, catalán o europeo". Algo que de algún modo se traslada a su escritura. "Mi propósito es precisamente no dejarme atrapar por ningún cliché. Desde que publiqué mi primera novela me han intentado colgar una etiqueta tras otra. Solo tengo un objetivo, que es escribir bien. Lo que hacía Delibes -explica-, ser conciso con las palabras, crear atmósfera sin artificio y decir verdades esenciales de manera que sean compresibles para todo el mundo. La literatura no habla de nada que nosotros no sepamos. No es solo lo anecdótico, una construcción estilística, ni siquiera estética, sino que es algo mucho más sencillo y a la vez complejo, hablar de lo que somos".
El autor que rehúye de la resignación y centra su mirada en los "héroes anónimos que no se resignan", dedica su última novela, Por encima de la lluvia, precisamente a "la gente que ama la vida por encima de las derrotas". Se trata esta de "una novela optimistamente rabiosa". Una historia que se mueve en varios planos, entre Tánger, Tarifa y Mälmo (Suecia), protagonizado por Yasmina, una joven hija de inmigrantes marroquíes que vive atrapada por su entorno más inmediato en la ciudad sueca, y por Miguel y Helena, dos ancianos que se conocen en una residencia y deciden emprender un viaje. "Es una roadmovie -aclara-. Un estilo que utilizamos poco en la literatura española que tiene más que ver con la literatura americana realista. Se trata de un viaje geográfico que empieza en Tánger y acaba en Suecia, pero que en realidad es un recorrido metafórico desde la infancia hasta la senectud de los protagonistas, y al mismo tiempo es un viaje interior que yo mismo he realizado".
Con Las uvas de la ira de John Steinbeck como referente en mente, admite que el lugar no es relevante en esta obra. "Pensaba en este tipo de novela americana, realista, dura... En realidad el paisaje en esta novela no es tan esencial como en las otras. Aunque hay localizaciones muy importantes, como Tánger en los años 50, aquí el paisaje es como una imagen difuminada que vemos a través de la ventana. Vamos cambiando de espacios y el entorno solo nos acompaña. No influye en nosotros".
Por encima de la lluvia, que centra la mirada en "el otro", a diferencia del resto "está llena de un optimismo vital. Eso significa que no rehúye los temas que yo he tratado siempre. No rehúye el dolor, los malos tratos, el racismo o el factor histórico". Pero además, se centra en el paso de los años. "Vivimos en una sociedad que rechaza la vejez por inútil y por incómoda -aclara-. La vejez nos recuerda que 'por encima de la lluvia' nos va a llegar a todo. Y no queremos". Trata también la identidad sexual: "El padre de Elena es un personaje que tiene que romper muchísimos clichés y muchísimas dificultades añadidas. Primero el hecho de ser un militar. Él renuncia a su carrera para vivir su plenitud sexual". O la memoria histórica: "Cada vez que voy al Valle de los Caídos, y voy a menudo por cuestiones de interés histórico, me da la sensación de que representa una memoria pétrea. Quería hablar un poco del papel que jugaron los represaliados republicanos en su construcción y entroncarlo con una polémica actual no resuelta que es el tema de las fosas comunes. No desde un punto de vista político sino de un punto emocional, es una manera de construir la memoria individual. Todos necesitamos para cerrar el círculo llorar a nuestros deudos".
Caballero de las Letras y las Artes
Autor comprometido, a Víctor del Árbol le preocupa el entorno y la realidad que le rodea. "La literatura exige reflexión", subraya. "La palabra, el poder de la palabra, es enorme, porque sirve para construir puentes y no cavar trincheras. Con ella se desmiente todas las mentiras y se ponen en evidencia todas las demagogias. Y creo que ese es el papel fundamental que hoy en día nos exige la sociedad a los escritores".
Parte de este discurso, de hecho, viajará con él en noviembre a París donde recibirá oficialmente el nombramiento de Caballero de las Letras y las Artes. "Una cultura viva tiene que ser una cultura permeable, capaz de absorber la riqueza que le aporta el exterior también -reflexiona-. No puede ser refractaria. Creo que en ese sentido la cultura francesa, con este reconocimiento, de alguna manera entronca con esa visión que yo tengo de la cultura como una cosa viva".
Para el escritor, la importancia de la cultura española estriba en su multiculturalidad. "Europa nos necesita. Necesita nuestra voz. Porque seguramente España es hoy en día uno de los países más europeístas que hay. Nosotros sabemos y conocemos las ventajas que nos ha traído ser europeos y la pluriculturalidad. Somos un país que viene de un cruce, una mezcolanza de culturas distintas, y eso hemos sido capaces de transmitirlo fuera". Incluso, reconoce que "el cliché de la España decimonónica, folclórica, ha desaparecido. Hoy en día lo que nosotros transmitimos fuera es modernidad, una visión distinta, que viene desde la frontera sur y que por tanto está llena de mezclas y lenguajes. Tenemos un aporte al que no tenemos que renunciar y debemos reivindicar desde dentro. La cultura no es una cosa subsidiaria. La cultura es un bien necesario".
El referéndum de Cataluña
De origen catalán, Del Árbol, que considera que su barrio "se llama Europa", tiene también palabras para su Cataluña. "En algún momento tenemos que sentarnos a hablar y tenemos que pensar con perspectiva. Somos una sociedad europea, estamos intrincados en una pluriculturalidad y plurinacionalidad, qué sentido tiene que sigamos enrocados en un discurso que a mí me recuerda un poco al discurso de 1934".
En este sentido, el autor que se niega "a creer que la inmensa mayoría de los españoles hayan caído en la locura colectiva" reconoce que el papel del escritor es vital. "Alguien tiene que construir esos puentes, o al menos mantenerlos, y eso se hace a través de la honestidad y de la palabra, no del discurso político interesado". De hecho, añade, "esto se cura leyendo a Miguel Hernández y se cura leyendo a Machado. Y se cura así. Más allá del momento histórico que estamos viviendo, que es dramático - concluye-, ¿el día 2 qué hacemos? Cuando el fuego pase, cuando los pirómanos ya se hayan quedado a gusto, ¿cómo recomponemos la convivencia, cómo seguimos adelante?". La respuesta viene casi automáticamente. "A través de la literatura y de la cultura".