Las violaciones sucesivas que sufrió en la infancia han hecho de James Rhodes (Londres, 1975) un hombre desconfiado. De los periodistas recela particularmente. Sabe cómo las gastan los tabloides británicos. Un plumilla veterano le alertó de que el off the record ya no se respeta y que algunos, en las entrevistas a domicilio, piden ir al baño con la intención de inspeccionar el botiquín, por si acaso encuentran alguna sustancia que les brinde una portada. Rhodes ha abusado de muchas, pero ahora está en otra fase, recomponiendo su autoestima, aprendiendo a confiar... Parece que el proceso va bien. Sonriente y amabilísimo, recibe a El Cultural en su casa madrileña (barrio de Salamanca), donde se asentó en junio. Evitamos preguntar por el baño para no tensarle mientras habla de las razones que le han traído a Madrid, de la rabia que le produce el elitismo en la música clásica y de Fugas (Blackie Books), continuación de su autobiografía Instrumental (2015), pelotazo editorial del que ha vendido cientos de miles de ejemplares por todo el mundo. Ahora se centra en la gira que hizo en 2016. En sus casi 300 páginas mezcla reflexiones musicales con vivencias íntimas: el insomnio solitario en los hoteles, el descontrol amoroso (ya suma dos divorcios), la lucha con los trastornos mentales que todavía arrastra, la gozosa aventura de profundizar en el conocimiento de España, la farmacopea, el yoga...
Pregunta.- Muchas cosas han cambiado en su vida tras el exitazo de Instrumental. ¿Siente que ahora es mejor? Respuesta.- Sí, lo es, gracias a la bonita relación que tengo. También diría que estoy tocando mejor. Me siento más tranquilo pero no me fío porque todo se puede desmoronar en cualquier momento. Hay que batallar cada día. Madrid me ha ayudado mucho. Los ritmos aquí no son tan acelerados como en Londres. Me he adaptado muy bien a sus horarios. Y en cuanto a la comida, no hay ni punto de comparación. P.- Dice que la Sonata n° 31 de Beethoven es un biopic del propio compositor. ¿Cuál sería la obra que mejor representa su vida hasta la fecha? R.- Quizá el Concierto n°2 de Prokofiev, que está lleno de subidas y bajadas abruptas. Por momentos se remansa, en otros todo se desquicia. Lo tiene todo. P.- En la introducción del libro pide a los lectores que no compren CDs de Lang Lang. ¿No le gusta? R.- No, no, es un sarcasmo. Es una broma que hay que poner en contexto. Yo le respeto muchísimo y su fenómeno ha sido muy positivo: ha inspirado a millones de niños que ahora quieren ser pianistas. Yo le he visto tocando y es todo un talento. Así que, por favor, comprad discos de Lang Lang. P.- Otro fenómeno chino es Yuja Wang, que, como usted, ha roto la etiqueta indumentaria de los recitales de piano (gasta vestidos minimalistas). R.- Es increíble la cantidad de tiempo y de espacio que dedican los medios a hablar de sus vestidos. No tiene sentido. Lo importante es cómo toca, si llega con sus interpretaciones a la gente. Lo demás sobra. Pero el mundillo de la clásica es así. En la reseña que publicó Platea de Toca el piano (su breviario para aprender a tocar el Preludio n°1 en do mayor de Bach) se decía que era un libro peligroso porque daba por hecho que alguien podía interpretar a Bach practicando unas pocas semanas. Parece que pensaran que sólo los genios pueden hacerlo. Es ridículo. El sector de la clásica sigue tomándose demasiado en serio: gran error. Título del libroNombre autorTrad.: Juan Carlos Gentile Anagrama. Barcelona, 2017 377 pp., 21,90 €. Ebook: 16,99 €
No debemos olvidar que en 1914 la mayoría de la población europea todavía era agraria (Sumario)P.- Menciona en Fugas que le llamaron para participar en Toronto en un documental sobre Glenn Gould y que pudo tocar su piano. ¿Cómo fue la experiencia? R.- Maravillosa. Toqué el piano con el que grabó las Variaciones Goldberg. Está en el foyer de uno de los grandes auditorios de la ciudad. Me sorprendió que fuera un Yamaha, creía que era un Steinway, pero suena de lujo. P.- ¿Por qué es su gran ídolo? R.- Era un tipo auténticamente original. Podía tocar una obra trilladísima y sonaba como si fuese la primera vez que se interpretaba. Era muy osado. Decidió grabar las Variaciones Goldberg en su primer disco. Nunca tuvo miedo de hacer las cosas de manera diferente a como se habían hecho antes. Admiro esa valentía del pionero. El impacto de Instrumental abarca decenas de países, pero tiene en España su epicentro. Un día que fue a firmar ejemplares a la Fnac de Callao se encontró una cola que se extendía a lo largo de cuatro plantas. No se explica el motivo del afecto que ha suscitado aquí. Es una incógnita a la que todavía le da vueltas. Dice que no se ha afincado en Madrid para deleitarse con tan cálida acogida: “Hubo otras razones más importantes. El Brexit, por ejemplo, ha sido un puto desastre. Justo después de conocer el resultado del referéndum, sentí la necesidad de marcharme. Y, como decía, la comida es infinitamente mejor. Y del tiempo ni hablamos”. P.- Bueno, aquí el verano es un infierno. R.- Yo llevo muy bien el calor, me gusta. Me mudé a mediados de junio, de hecho. Lo que deprime es el verano de Londres, que dura, literalmente, cuatro días. P.- Habla en Fugas de sus visitas al Prado y de la impresión que le han causado las Pinturas negras de Goya. Son muy interesantes los paralelismos que enuncia entre él y Beethoven. R.- Sí, hay muchas similitudes. Vivieron en la misma época, admiraron primero a Napoleón y luego lo aborrecieron, eran hombres depresivos, indignados... Por su aspecto, a veces los confundían con vagabundos. Y ambos utilizaron el arte para sacar a flote la verdad.
No debemos olvidar que en 1914 la mayoría de la población europea todavía era agraria (sumario citas)P.- ¿Va mucho a este museo? R.- Habré ido ya unas 10 veces. La verdad es que me abruma un poco. Todavía, creo, no lo he visto entero. Demasiado grande. Me encuentro más cómodo en el Thyssen, donde te llevas sorpresas tan gratas como el espectáculo de la Compañía Nacional de Danza que vi el otro día (parte de la celebración del 25° aniversario de la pinacoteca). También me encanta el Reina Sofía. A pesar de que Londres es un hervidero de conciertos, Rhodes asegura que Madrid no tiene nada que envidiarle. Rebaja la importancia de que la capital británica tenga cinco pedazos de orquesta, con llaneza: "¿Quién coño necesita cinco sinfónicas en una sola ciudad?". Alucina con la actividad incesante del Auditorio Nacional. Su gusto por la ópera lo sacia con creces en el Real. Y se recrea con propuestas alternativas como el ciclo del Café Comercial, donde se puede maridar a Schubert escanciado por el Cuarteto Quiroga con un gintonic. “Es un planazo”, apunta. También se le ve mucho por los teatros: Canal, Kamikaze, El Español... “Salgo mucho, estoy en un periodo de descubrimientos”. En lo que sí aprecia un triste paralelismo con Inglaterra es en la educación musical: “Es un desastre en todas partes, incluso en Alemania, la patria de Beethoven y Brahms”. P.- Usted ha estado leyéndoles la cartilla a los políticos ingleses en la House of Lords. ¿Qué más se podría hacer? R.- Todos tenemos que hacer más: profesores, padres... Pero son los políticos los que asignan los recursos y para ellos la música es una cuestión que jamás está en su agenda. No es algo que dé votos. Por eso la solución es difícil. Los políticos de hoy son una mierda, crean más problemas de los que resuelven. La música es un derecho que debería ser accesible para todo el mundo. P.- Es una situación que debe de ser especialmente dolorosa para alguien como usted, que tiene claro que la música le salvó literalmente la vida. R.- Sí, es muy frustrante, porque, además, no hay nadie que niegue que la formación musical tiene efectos muy positivos: autodisciplina, concentración, autoestima, socialización, flexibilidad mental para mejorar en otras materias como matemáticas o lengua... P.- A veces lamenta que su oscuro pasado le persiga por todas partes. ¿Le gustaría que, en el futuro, la gente olvidase el capítulo de los abusos y asistiera a sus conciertos movida sólo por razones musicales? R.- Pues creo que no. Me gusta ser una persona transparente, creo que es una cualidad positiva en general. A veces voy a un concierto y siento que los músicos están parapetados detrás de una pared, ocultos. Yo prefiero ser abierto, que se sepa quién soy, de dónde vengo y dónde estoy ahora. Si gusta, bien; si no, no pasa nada.