Dice Zadie Smith (Londres, 1975) que no sabe por qué siempre vuelve a Willesden, el barrio de Londres que aparece en todas y cada una de sus novelas y que cambia, muta, según quien lo habite. Que sí, dice, que todos sus personajes podrían cruzarse cualquier día en cualquiera de sus calles, pero que para cada uno de ellos, esa calle es una cosa distinta. "Si a los 20 años me hubieran dicho que a los 42 seguiría escribiendo sobre mi barrio, no me lo habría creído. La verdad es que es no deja de sorprenderme. Le tengo más afecto del que creía. Hay algo subconsciente y compulsivo en el regreso", dice.
En su última novela, Tiempos de swing (Salamandra), las niñas protagonistas, la airada y decidida Tracey, y la gregaria e inofensiva narradora, viven en Willesden, y es allí, en el barrio, donde van a clase -colegios distintos, mundos distintos- y donde toman clases de baile. De forma casi inconsciente, se unen, empiezan a hacer cosas juntas, lo son todo la una para la otra durante un tiempo, tiempo en el que la narradora descubre lo complicada que es la vida de Tracey, a medida que el barco de su familia empieza a hundirse -su madre quiere más, quiere mucho más, y estudia día y noche, lee todo el tiempo, mientras su padre se hace cargo de todo, y sus universos se van volviendo mundos paralelos-, y un buen día, ocurre algo, y sus vidas se desenredan y, cada vez que vuelven a verse, se sienten como un par de desconocidas a las que la vida, y la deriva de sus elecciones, ha separado.
Hace exactamente una década de la última vez que Zadie Smith pisó Barcelona y, como aquella vez, la escritora está cansada. Puede que aún más cansada que entonces, no en vano su vida hoy es mucho más complicada. Ha cogido tres aviones, el primero en Los Ángeles; el último, en Londres, donde se ha quedado el resto de su familia, esperándola. Por eso, ante ciertas preguntas, se queda en blanco, dice, "claro", "sí, "estoy de acuerdo, pero ahora mismo no sé qué decir exactamente" cuando se le pregunta, por ejemplo, si la historia entre las dos amigas, si su amistad, de tan compleja, es casi una historia de amor. "Es una relación larga entre dos personas, y como una historia de amor, tiene desilusiones, malentendidos, errores. Intento que las relaciones que aparecen en mis novelas sean lo más realistas posibles. No siempre son felices, porque siempre son complicadas, como lo son las de verdad", acaba contestando. Respecto al homenaje de la novela a Fred Astaire y la nostalgia de una vida que jamás vivió -el título es el título de una famosa película protagonizada por el bailarín- dice que todo empezó "cuando vi un documental sobre los orígenes del claqué en Estados Unidos".
"Se decía que el claqué podía provenir de los esclavos africanos que habían sido despojados de todo lo que tenían antes de subir a los barcos, de su familia, de sus posesiones, de todo, excepto de su cuerpo, y que en esos barcos nació la idea de lo que más tarde sería el claqué. Me llamó muchísimo la atención esa historia. Comencé a investigar y descubrí un libro en el que hablaban de que el origen podía estar en la relación de esos esclavos con la de los irlandeses que los llevaban hasta Estados Unidos. Y me di cuenta que tenía ante mí dos temas de los que quería hablar: la diáspora y la danza. Y la novela ha acabado siendo una fábula sobre eso", relata. Y también una historia sobre las relaciones de poder que se dan entre distintas personas. Porque hay un tercer elemento en la novela, una figura que nada tiene que ver con las dos amigas: la de Aimee, una cantante, una estrella del pop -ligeramente inspirada en Madonna: "Sí, es un poco Madonna, Madonna me encanta", admite Smith- que cree que puede cambiar el mundo con su dinero, y va a empezar construyendo una escuela en una aldea africana.
"Los errores que comete Aimee son los mismos que comete la narradora, sólo que Aimee tiene más poder, y es más libre. Y sí, se habla de filantrocapitalismo, y el filantrocapitalismo me molesta, porque no dejan de ser ricos que intentan lavar sus conciencias. Pero también hay una reflexión sobre la fama, y sobre en qué sentido no es para nada insignificante. En Estados Unidos hay personas que se consideran legisladoras del mundo sin haber sido elegidas por nadie. Tienen tanto poder que incluso influyen en el gobierno. Y eso es así porque el culto a la fama, en lugar de desaparecer, no ha hecho más que aumentar, se ha convertido en una metástasis hasta el punto de que, hoy, el más famoso de la sala puede llegar a presidente", apunta.
Sobre el hecho de que le dedique la novela a su madre y que las relaciones madre e hija tengan un papel destacado en la historia, dice que, en realidad, "cuando escribo, más que hablar del pasado, proyecto" y que el personaje de la madre de la narradora "se parece mucho más a mí que a mi madre". "Sobre todo", añade, "por su obsesión por los libros". A la vez, insiste en que "siempre intento crear personajes que sean a la vez representativos de toda una generación, y con ese personaje quería hablar de la generación de mi madre, de todas esas mujeres que renunciaron a muchas cosas por criar a sus hijos en la situación en la que lo hicieron. En eso se parece a mi madre. Aunque mi madre es mucho más divertida". Y que en la novela aparezca África no es casualidad, tampoco. "Mi madre se casó con un hombre de Ghana, y trabajó en Senegal, y en Liberia. Cuando fui allí por primera vez no esperaba sentirme como en casa, pero las descripciones físicas que aparecen en la novela sí que están basadas en mi propia experiencia", recuerda.
Su pasión por la narrativa de Karl Ove Knausgard -podría decirse que Zadie Smith es la fan más ilustre del noruego- es lo que la llevó a la primera persona. Porque Tiempos de swing es su primera novela en primera persona. Algo que al principio califica de "cierta perversidad mía, porque quería contar la vida en primera persona de alguien que no tiene ninguna personalidad" y que luego, admite, "me interesaba utilizar el poder de la primera persona, a la manera en que lo hace Knausgard. Cuando he estado en alguna de sus charlas, he visto como la gente se creía que él había sido capaz de recordar qué había sacado de la nevera un día de 1986, porque el 'yo' hace que el lector se vuelva automáticamente crédulo, y sea capaz de tragarse cualquier cosa que le cuentes, lo que no deja de ser algo muy útil cuando tienes que contar una mentira tan larga como una novela", argumenta la escritora, que no duda en calificar los libros de Knausgard de novelas. "No son libros autobiográficos, está recreando, es pura ficción", dice. De su narradora, en este caso, dice que "es por completo existencialista, no tiene ninguna esencia, lo que sabemos de ella, lo sabemos por sus actos".
Y es fascinante su manera de aproximarse a los personajes, y de proponer una experiencia lectora, porque sabe que el lector blanco no está acostumbrado a meterse en la piel de un personaje negro, al que ve como algo "exótico y lejano. Lo que me interesa es que el lector tenga una experiencia casi de videojuego cuando lee uno de mis libros. Crear una especie de avatar vacío que el lector pueda habitar, porque yo, como lectora negra, puedo ser David Copperfield sin problemas, pero el lector blanco, cuando tiene que ponerse en la piel de alguien de otra raza, crea cierta distancia. Durante estos 20 años me he esforzado mucho para que el lector blanco entre en mis libros no como un turista, sino como uno más, alguien capaz de identificarse mucho con mis personajes", dice. A continuación, y antes de hablar de lo que será lo siguiente -una novela sobre dos farsantes titulada The Fraud, que, con suerte, "acabaré dentro de diez años"-, se refiere a la situación actual no ya en Europa sino en el mundo entero.
"Como ciudadana vivo afectada por la confusión del resto de ciudadanos", dice, respecto a Europa. Y luego, añade: "Todos estamos amenazados por el radicalismo político, que es peligroso para nuestras democracias y para nosotros mismos. No estamos hablando de dos ideologías enfrentadas, sino de que nuestra vida social y política se está viendo degradada por estos radicalismos. En el país en el que vivo -Estados Unidos- se ha hecho creer a la gente que pueden volver a un pasado en el que todo era mejor y se está utilizando una fantasía -la del supremacismo blanco- peligrosa para todos". Por último, cuando se le pregunta hasta cuándo cree que van a considerarla una escritora 'joven', sonríe, y dice que si para algunos críticos Martin Amis, "que tiene 66 años", sigue siendo "un joven punk", supone que la única respuesta posible es que la escritura "retrasa el envejecimiento" del escritor. "En cualquier caso, yo tengo 42 y ya no me siento joven en absoluto", concluye.