Nómada por vocación y por destino, Fonseca tenía desde niño el plan de ser matemático. Le gustaba también leer filosofía “por su lenguaje poético”, explica, pero dejó de soñarse científico
“el día que me di cuenta de que se trataba de la misma búsqueda de un lenguaje desde el cual comprender el mundo. Ese día comprendí que tanto la matemática, como la filosofía, como la ficción buscan relatos desde los cuales rendir testimonio de una realidad que se nos escapa”.
Esperó nueve meses a tener noticias de Anagrama, editorial a la que Ricardo Piglia, su amigo y profesor de Princeton, había enviado el manuscrito de su primera novela. Una inesperada llamada nocturna de Jorge Herralde anunciando que publicaría el libro, Coronel Lágrimas, lo cambió todo. Dos años después, la noticia de que los críticos de El Cultural han elegido su Museo animal como la mejor novela de 2017 le halla en Londres “emocionado y feliz, muy feliz”.
Como su primer libro, también esta ficción es una novela de novelas, esto es, cinco micronovelas que se explican e iluminan mutuamente hasta que al final el lector comprende lo que se ocultaba al principio del relato, la historia de una familia que recorre el siglo XX iberoamericano, entre cataclismos políticos, naturales y sentimentales.
Una historia familiar
Pregunta.- ¿Cómo nació Museo animal?
Respuesta.- Surgió por acumulación, a través de una serie de ideas y de imágenes que me fueron atrapando y que empezaron a formar parte del mismo universo narrativo. Fue un proceso de escritura largo, de casi cinco años: creo que lo más difícil, en esos interminables años, fue mover las piezas del rompecabezas hasta ver con nitidez la imagen del relato.
P.- ¿Tuvo clara desde el principio la estructura caleidoscópica del relato?
R.- En un principio veía con nitidez las historias que conformarían la trama pero era incapaz de hilvanarlas. Sabía que pertenecían a la misma novela, pero no sabía cómo, hasta que comprendí que se trataba de una historia familiar y que todas esas historias iban a parar a un acontecimiento que ocurría en 1978 en plena selva centroamericana. Entendí entonces que la novela tendría una estructura caleidoscópica con ese acontecimiento como centro.
P.- La novela consta de cinco micronovelas que se iluminan y acaban conformando un gran relato: ¿qué papel desempeña en la historia la máscara del subcomandante Marcos?
R.- Es el telón de fondo ante el cual la novela gana su costado político e histórico. La apuesta política de Marcos, que siempre ha sido a la vez una apuesta artística, es una gran reflexión filosófica sobre la relación entre la identidad y la máscara, entre los medios y el anonimato.
Entre el arte y la ley
P.- ¿Y la historia de Viviana Luxembourg, acusada de cincuenta crímenes por haber colapsado los operadores económicos con informaciones falsas, aunque ella lo hiciera como actividad artística?
R.- Su historia es la del artista en juicio, la del arte ante la ley. Es una historia contemporánea que remite a juicios recientes. Por dar un ejemplo, el juicio contra el escritor Pablo Katchadjian, acusado de plagiar a Borges. Me interesaba esa puesta en escena de la tensión entre el arte y la ley, entre la vanguardia y la tradición.
P.- ¿Realmente un evento falso puede llegar a existir si los medios quieren? ¿El exceso de información nos hace quizá más vulnerables que nunca a las fake news?
R.- Absolutamente. Las fake news no son nada nuevo, aunque Trump quiera adueñarse del término. Ya en 1966, al momento de publicar su manifiesto “Un arte de los medios de comunicación”, los artistas argentinos Escari, Costa y Jacoby lo tenían muy claro: la política del futuro pasaría por formular un arte de los medios. Hoy día nos toca ser críticos con los relatos que la sociedad produce.
“Museo animal narra el viaje de una familia que busca en hispanoamérica el paraíso perdido, y al final solo encuentra un espejo de la propia miseria occidental”
P.- Ha explicado que esta es una novela sobre las fantasías políticas que el extranjero proyecta sobre América Latina. ¿A qué fantasías se refiere?
R.- Latinoamérica siempre ha ejercido una fascinación colonial. Entre muchas otras fantasías, se encuentra la de finalmente poder escapar de los malestares del primer mundo. Museo animal narra el viaje de una familia que busca en Latinoamérica el paraíso perdido pero que al llegar al final de su peregrinaje comprende que allí, en el remate del trayecto, solo se encuentra un espejo de la propia miseria occidental.
La escritura, una forma del pensamiento
P.- ¿Cuándo descubrió que la escritura es o debe ser “una forma concentrada del pensamiento”?
R.- Esa frase se la robé a Don DeLillo, quien ha sabido trabajar a la perfección la relación entre arte conceptual y escritura. Me gustaría inscribirme en esa tradición que piensa la novela como el relato de la pasión de una idea.
P.- ¿Le influye como autor el ser un transterrado, ya esté en Costa Rica, en Puerto Rico o en Gran Bretaña?
R.- Tal vez por tantas mudanzas la escritura es para mí nomadismo. Por eso me gusta la frase de Italo Calvino: “El lugar ideal para mí es aquel en el que es más cómodo vivir como extranjero”. Para mí ese lugar es la ficción. El escritor es un ser errante, un extranjero, un nómada que encuentra en su idioma una patria posible.
P.- Si “el truco del bromista es no mirar hacia abajo”, ¿cuál sería del novelista?
R.- Como el funambulista, el escritor comprende que toda novela es una cuerda floja y que la escritura es un juego de paciencia y tensión: aprender a dar el siguiente paso sin perder de vista la meta. Una exploración del abismo, diría Enrique Vila-Matas.
P.- Fue discípulo de Piglia (que le consideraba su alumno más brillante). ¿Cómo le ha influido a usted, y a la literatura hispanoamericana actual?
R.- Creo que Piglia ha sido el gran narrador conceptual latinoamericano después de Borges, una suerte de Marcel Duchamp de la literatura. Nos mostró que la literatura es también pensamiento y que el pensamiento es a su vez pasión.
P.- ¿Y Roberto Bolaño?
R.- Bolaño significó muchísimo para mi generación. Fue el primer autor que vimos ser canonizado en vivo. A mí su novela póstuma, 2666, me enseñó algo fundamental: una novela puede ser muchas novelas.
P.- Como si fuese usted ese padre que termina un nuevo cuento (p. 384), es obligado preguntárselo: ¿y después del fin? ¿qué está escribiendo ahora?
R.- La verdad es que, como los personajes de Museo animal, he quedado un tanto exhausto después del trayecto. Pero he comenzado a trabajar en lo que espero sea una novela corta y en un libro de cuentos.