¿Qué libro tiene entre manos?
El doctor Zhivago, de Boris Pasternak.
¿Ha abandonado algún libro por imposible?
Muchos, imposibles al menos para mí.
¿Con qué personaje le gustaría tomarse un café mañana?
Conmigo, a mi edad ya no estoy para personajes.
¿Cómo le gusta leer, cuáles son sus hábitos de lectura: es de tableta, de papel, lee por la mañana, por la noche...?
Me da igual, siempre he leído en cualquier momento, pero ahora, después de sufrir desprendimiento de retina, solo puedo leer bien en el e-reader, que me permite ampliar la letra. Es fantástico, permite leer en la cama al lado de tu mujer sin molestarla si está durmiendo.
Cuéntenos alguna experiencia cultural que cambió su manera de ver la vida.
La cultura no hace más que sacar a la superficie lo que ya está en el individuo.
¿Qué añade a su obra Un asombroso invierno?
Algo importante, la certeza de que la vida tiene dos edades, la primera y la última. La primera, la infancia, pone en marcha todo y la última, este invierno asombroso del que habla mi libro, no tiene ninguna otra edad posterior que pueda juzgarla y te permite ser verdaderamente libre. Y entre esas dos edades, lo de en medio es un lío.
¿Cuál es entonces el peor castigo de la memoria?
El único, el máximo castigo eres tú mismo, los demás son sucedáneos. No hay nada más afortunado que ser buena persona. Pero poeta y buena persona también se nace.
¿Qué tienen que ver amor, inteligencia, vida y poesía?
Todo. Donde no hay amor no hay ni vida ni inteligencia ni poesía. Si no hay amor, se lo regalo todo.
Dedica uno de los poemas del libro, “Consabida crueldad”, al atentado de Barcelona de agosto pasado. ¿Lo escribió desde el dolor o la indignación?
Nunca escribo desde la indignación, jamás. Desde la pena sí, desde el dolor he escrito dos veces, una ha sido esta vez y otra cuando se estaba muriendo mi hija Joanna; entonces también escribí en caliente, como si le dijera a la poesía: si hemos llegado hasta aquí y ahora no me sirves, te dejo. Y no la dejé.
¿Qué precio ha pagado por su libertad, por escribir tan ajeno a capillas literarias y de las otras?
Ninguno, no hubiera sido capaz.
¿Entiende, le emociona el arte contemporáneo?
No. Bueno, lo retiro... Malthus es contemporáneo, Lucien Freud también, así que sí, hay muchas obras contemporáneas que me conmueven, lo que no me conmueve es la cantidad de estupideces que están de moda, ahora que recibes información sobre todo, lo bueno, lo malo, lo innecesario y lo peor.
¿De qué artista le gustaría tener una obra en casa?
De Balthus, de Freud... artistas que son capaces de hacerme ir a Suiza o a Londres para ver una exposición.
Ejerza de crítico de la última muestra que ha visto.
Fue la de Picasso-Lautrec en Madrid. Una exposición espléndida, porque al comparar a Picasso con su maestro Lautrec nos presenta una tremenda época de aprendizaje del artista malagueño, y nos ahorra sus inmensas tonterías finales o crematísticas. Ese Picasso del Thyssen es un artista inmenso. Y no digamos Lautrec.
¿Le importa la crítica? ¿Le sirve para algo?
No, procuro no leerla nunca.
¿Qué música escucha en casa?
Normalmente Bach, Beethoven, Schubert y luego jazz.
¿Le gusta España? Denos sus razones.
No, no me gusta España porque es un país violento, es el segundo país de muertos perdidos, enterrados como ratas en fosas sin nombre, un país que no ha hecho la revolución francesa, ni casi la revolución industrial. ¡Tiene tantos inconvenientes...! Y estoy metiendo a Cataluña dentro, no se piensen que estoy jugando el juego del problema político actual, van todos en el mismo saco, a mis ochenta años ya no estoy para finezas de este tipo.