Echar la vista atrás con honestidad siempre es como un desgarro. Para uno mismo y, en manos de un buen escritor, también para los demás. En un ejercicio de lucidez y valentía, Manuel Vilas (Barbastro, 1962) bucea en sus más profundas entrañas en Ordesa (Alfaguara), una novela violenta y amarilla ("el color de la locura"), para ofrecer un retrato íntimo y descarnado donde combina memoria, dolor y muerte. "Está todo centrado en la vida de mis padres. Es un libro familiar, sobre una familia española de clase media-baja de los años 60 y 70, cuando se produce mi construcción vital y moral", sintetiza el escritor. "También es un libro de carácter sociológico porque refleja cómo era la España de esas décadas en las que mis padres fueron jóvenes y felices". Las manías de su madre y la solidez de su padre, los afectos, las decepciones y las culpas, también las luces, que nos lega la familia, planean sobre un relato que es a un tiempo catarsis personal, homenaje familiar y crónica de una España que fue y ya no es, que brilla en el recuerdo, pero en la que en realidad, mucho ha cambiado para permanecer igual.
Pregunta.- ¿De dónde nace la necesidad de escribir esta historia, de volcar todo esto en esta novela?
Respuesta.- Cuando muere mi madre en el 2014 se cierra un ciclo vital, ya mis dos padres, las personas que sustentaban mi memoria familiar, están muertos, y me doy cuenta de que el pasado se está yendo. A partir de ese momento necesito escribir mi pasado junto a ellos como una manera de mantener viva la memoria de mis padres, que resume quién soy yo. Ahí había una verdad, la verdad de mi vida, que puede servir a otros lectores cuyas verdades también pasan por haber sido hijos de unos padres y por haberlos visto morir, porque como seres humanos es el gran acontecimiento que vivimos. Esa es un poco la poética del libro, vivir es ver morir.
P.- Ante todo, Ordesa es una novela, ¿hasta qué punto el Manuel Vilas de estas páginas se confunde con usted?
R.- Este es un libro confesional, la verdad es esa, es un libro autobiográfico. Aquí no hay autoficción ni nada parecido, es un libro de narración escueta y estricta de mi propia vida. Eso sí, hay un narrador que tiene una relación conmigo. Una cosa sería el ciudadano Manuel Vilas, que soy el que está hablando ahora, y otra es ese narrador que tiene conmigo una relación de naturaleza misteriosa. Pero en cualquier caso el libro narra hechos verídicos que a mí me han ocurrido. El estatuto de verdad del libro siempre está en ese terreno de la literatura.
P.-¿Qué se siente al exponerse tan directamente, al no escudarse tras personajes?
R.- La tradición literaria española, que es maravillosa en muchos aspectos, es un poco pobretona en libros de carácter confesional. Hay otras, como la norteamericana, donde los escritores te cuentan su vida sin ningún pudor, pero España en esto es un poco timorata. Quizá por influencia del catolicismo, donde la narración de la vida está cohibida por el pecado, pues cualquier narración de una vida está llena de pecados. Pero creo que en la actualidad comienza a explorarse esta zona de la literatura y yo estaba en un momento vital en el que, quizá por mi edad, necesitaba contar lo que me había pasado tal cual, sin invención. Moral y espiritualmente no necesitaba escribir una novela, sino un libro autobiográfico.
"En España la narración de la vida está cohibida por el pecado, pues cualquier narración de una vida está llena de pecados"
P.- El libro habla mucho de la pérdida de la memoria y del pasado, ¿ese desarraigo nace de la conciencia de la mortalidad, más evidente tras quedarse huérfano?
R.- En parte sí, claro. Pero además, de pronto me di cuenta de que probablemente el hecho más importante de mi vida ha sido mi padre. Y cuando muere mi madre yo me siento desamparado, por eso el libro es un desamparo. Hasta que no muere mi madre no era consciente del grado de importancia que tenía la vida de mis padres en la mía. Esto es terrible, porque significa que si no mueren, nunca puedes averiguar eso, y es uno de los mensajes hacia el lector: no vas a averiguar quiénes son tus padres ni lo importantes que son en tu vida hasta que se mueran.
P.- Destaca mucho el silencio, habla de todo aquello que debió preguntar y no preguntó, ¿en todas nuestras relaciones paternofiliales existe siempre esa culpa de lo no dicho?
R.- Hay una parte de expiación de la culpa en el libro en el que el catolicismo cumple de nuevo un importante papel. Como todos los españoles de mi generación, mi educación fue católica, y eso te da una arquitectura interior donde la culpa es de una importancia tremenda. Por eso, después de la muerte de tus padres piensas siempre que podías haber hecho más y te atormentas pensando que no estuviste a la altura de hijo. Pero la culpa también es una forma de memoria, porque si te sientes culpable recuerdas, si no, no. Esa es la parte más metafísica de la culpa, que es relieve. Quien tiene culpa tiene memoria, la parte positiva es que te hace recordar.
De hijos a padres
P.- Aborda la relación de padres e hijos en los dos sentidos, además de sus padres también habla de sus hijos, ¿es una relación que se repite a lo largo de las generaciones?
R.- Es una cosa un poco nietzscheana, una relación de eterno retorno. Es una especie de maldición, un gran malentendido. La historia de la literatura está llena de ejemplos, desde Kafka con la Carta al padre, Los hermanos Karamázov de Dostoievski, o El rey Lear de Shakespeare, hay infinidad de libros que han tratado la gran confusión que hay entre padres e hijos. Tú eres hijo, luego eres padre, y lo que viviste con tus padres lo reproduces con tus hijos. Mi madre me decía todo el rato que mi poca atención y mis escasas visitas sería lo que recibiría de mis hijos en una cadena dramática.
"Creo que es legítimo que un escritor intente plasmar la verdad de su vida, no puede haber una condenación moral"
P.- ¿No teme lo que puedan pensar sus hijos al leer la novela?
R.- Es un libro sobre la verdad, una cuestión moral. Creo que es legítimo que un escritor intente plasmar cuál ha sido la verdad de su vida, por lo que no puede haber una condenación moral.
P.- Defiende mucho la verdad como fin, pero ¿hasta qué punto se debe buscar la verdad en la familia, no puede ser peligroso?
R.- Mi familia era muy original y quería indagar en esa originalidad y describirla, porque tras la muerte de mi madre fue como si el fantasma de mi pasado se convirtiera en personaje, se sentara a mi lado y me dijera vamos a hablar. Tengo 55 años. Este libro no lo hubiera podido escribir con 30. Con mi edad uno ya atisba que tiene un pasado y que ese pasado es complicado, difícil y misterioso. Por eso necesitas explicarte tu pasado. Hay cosas que no acabo de entender cómo fueron, y como soy escritor, en vez de ir a un psicoanalista que escuche y organice escenas de mi pasado, lo que he hecho ha sido escribirlo.
Esa España que ya no existe
P.- A la añoranza por sus padres mezcla la nostalgia por una España que ya no existe, ¿siempre añoramos el pasado aunque el hoy sea mejor?
R.- Es una nostalgia personal, porque es evidente que la España que vivimos ahora es infinita y prodigiosamente mejor, pese a todos los males que tiene, que hace la de 40 años. La duda es la España qué vendrá ahora, sobre todo en cuestiones laborales y económicas, porque en cuestiones sociales sí es una España mejor. Pero el empobrecimiento de las clases medias es un legado espantoso. En realidad no es nostalgia del país, es de mis padres, que vivieron en esa España en la que yo fui niño. Pero desde el punto de vista intelectual o político era una España horrorosa. Si pienso que toda la juventud de mi padre ocurrió bajo un régimen siniestro como el franquismo me parece espantoso y terrible. De ahí que yo sea muy vehemente en la defensa de la democracia a pesar de sus defectos, porque lo otro es el horror.
"La clase media española de los 60 y 70 lo que necesitaba era dinero, que es lo mismo que necesita la clase media hoy"
P.-¿En esa crónica de la clase media-baja española de los 60 y 70, qué papel juega la familia?
R.- Para los españoles de mi generación la familia tradicional es clave, sigue siendo una célula social de una enorme importancia. El ciudadano nace en una familia y de ahí extrae todos sus referentes sociales, sentimentales, emocionales, culturales, laborales... Es verdad que ahora han aparecido nuevas formas de familia, pero ésta sigue siendo el único lugar donde no hay alienación capitalista, donde las relaciones no son de comercio, sino de naturaleza verdaderamente humana. Sin embargo para aquellas familias, la obsesión era salir adelante, por eso el plano material está muy presente en el libro, porque esas fueron las obsesiones de la clase media-baja española. Fue una época de posesiones materiales. La aparición del SEAT 600 en España me parece de una gran trascendencia filosófica, política y emocional, cambió la vida de la gente mucho más que cualquier otra cosa. La clase media española lo que necesitaba era dinero, que es lo mismo que necesita la clase media hoy.
P.- De hecho, enlaza esas reflexiones hasta destacar la importancia material que mantiene el dinero hoy.
R.- Es que si has sido pobre, aunque te vaya bien, nunca te quitas la sensación de pobre, se te mete dentro de los huesos. David Bowie decía que quería triunfar para no tener que padecer lo que veía que padecía la clase media británica en su infancia. Es un mecanismo de acción no querer caer en la desgracia económica, en la ruina, que es lo peor que te puede pasar, porque dejas de ser útil socialmente.
P.- Tras una exploración tan profunda de uno mismo, ¿se queda uno exhausto, se puede volver a la novela?
R.- Me he dado cuenta de que hay un montón de cosas que han acudido a mi memoria después de escribir el libro. Ahora estoy escribiendo relatos, porque un escritor en seguida cambia de tercio y aparecen otros temas. Cada libro mío explora cosas distintas, aunque este sea un libro crucial en mi trayectoria, por lo menos a nivel personal. En estos relatos me sigue interesando explorar el tema de la familia, las relaciones familiares, pero este tipo de libro confesional no lo retomaré por lo menos hasta dentro de quince o veinte años.