Desde que el ser humano tuvo tiempo e intención de reflexionar sobre su existencia, una cuestión ha entretenido a mentes brillantes y a pesadores populares. ¿Qué habría sido de nuestro devenir si hubiésemos actuado de otra forma en el pasado? ¿seguiría todo igual? ¿mi vida sería mejor o sería peor? De hecho, la ciencia ficción como género coquetea periódicamente con estas cuestiones tan estimulantes y, según se mire, tan estériles.
El cómic El final de todos los agostos de Alfonso Casas retoma el asunto llevándolo a un terreno que el autor domina: las emociones encontradas. Y lo hace con Dani, el protagonista, que vuelve muchos años después a la localidad donde acostumbraba a veranear y sobre la que guarda todo tipo de recuerdos. A través de coloridas páginas fluye la lectura de este relato construido sobre escenas costumbristas que recorren los años 80. Un toque nostálgico bien dosificado se cuela entre las viñetas mientras compartimos las travesuras y escaramuzas de los personajes, que van dejando ver sus intenciones con cada comentario, con cada mirada. Así transcurre la narración, seducidos por las ilustraciones e interesados por saber más de la historia común de por quién allí pulula, que bajo el pincel de Alfonso Casas conquista nuestra curiosidad por saber qué habría pasado si cada uno de ellos... en fin, ya se imaginan.
La estupenda edición de Lunwerg amplifica aún más la cálida y melancólica experiencia de recorrer los veranos inolvidables de Dani, mientras misteriosamente resuena aquella música que acompañó la juventud de más de alguno. Maravillas que tiene la lectura de un cómic.