Titulares y recortes de noticias de prensa, anuncios y eslóganes publicitarios, conversaciones escuchadas en el metro, reflexiones sobre la ingente cantidad de imágenes que recibimos... Sobre esta amalgama de fragmentos y retazos que esculpen nuestra realidad ha construido Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956), su nuevo libro, Un andar solitario entre la gente (Seix Barral). A mano, con la lentitud y la paciencia de un artesano, provisto de lápiz, cuaderno y tijeras, el escritor se propone percibirlo todo, coleccionarlo todo. Y por supuesto, contarlo. "Uno sale a la calle, mira el espectáculo de lo inmediato y piensa ¿cómo se registra, cómo se cuenta todo esto? Ese es el impulso más poderoso que puede sentir un creador", asegura el autor. "Hasta que de pronto te das cuenta de que puedes relatar todo lo que hay sin inventar un argumento, de que la realidad toma poco a poco su propia forma narrativa".

Por eso el libro, que presenta el formato de una sucesión de párrafos sueltos encabezados por un eslogan o un poema, es para el autor como "un diario que ha ido encontrando su forma, como poemas en prosa que se van hilando unos con otros". Sin embargo, Muñoz Molina no se siente incómodo con que se califique su texto de novela, pues "hoy en día es un género que admite de todo, pero me gustaba la libertad de crear un discurso narrativo que se hiciera solo, con el devenir de la vida".

No es el primer experimento literario del autor, que se refirió a anteriores obras como Ardor guerrero, "que provocó mucho desconcierto porque eran unas memorias noveladas, algo que no se hacía entonces" o Sefarad, "hecho a fragmentos". Pero aunque siempre le ha gustado experimentar con las fronteras de la narrativa, "este libro es más radical todavía, porque cada vez creo más en la libertad de espíritu del narrador. Hay aquí un absoluto placer del dejarse llevar".

La desmesura de la realidad

Experimentos aparte, Muñoz Molina asegura que pese a su evidente interés por lo documental no está divorciado de la ficción, pues aunque haya un solo personaje inventado, ese flâneur que funciona como trasunto del propio escritor, éste tiene un peso clave y determina mucho el libro. "No era necesario introducir más ficción porque la propia realidad opera en varios momentos como ficción", asegura el autor, que incluye pasajes extraídos directamente de la prensa, como la historia de los jabalíes radioactivos de Fukushima, la de un misterioso viajero de un autobús mexicano que ajustició a unos ladrones que pararon el vehículo y se marchó andando en mitad de la noche o la de una familia de caníbales que vendían empanadillas de carne humana. "Más que de la tentación de recurrir a la ficción, el libro nace del asombro por la desmesura que puede alcanzar la realidad".

Ha reconocido el escritor, que Un andar solitario entre la gente se fue gestando tras pasar por una situación depresiva, una crisis que se adivina en las páginas y, que al desaparecer, le hizo "descubrir la abundancia del mundo. Tuve una especie de toma de conciencia, un proceso de agradecimiento ante lo inusitado del mundo, lo que tiene de belleza y de horror, todo mezclado". Esta filosofía de ver lo que hay delante de ti, que entronca con el concepto de iluminación de las tradiciones filosóficas orientales como el taoísmo y el budismo zen, representa para Muñoz Molina algo que la humanidad siempre ha buscado conseguir. "Esta idea de captar la fugacidad, la fluidez del ahora siempre ha estado presente en el arte, desde las pinturas rupestres, que ya trataban de captar el movimiento de los bisontes. Y es algo que fue perfeccionándose con los impresionistas y los grandes flâneurs de la literatura como Baudelaire o Poe".

Siguiendo las huellas

Es por eso que el escritor se fija en estos modelos y en su campo de actuación, la ciudad. "La ciudad moderna más que hastío me produce estímulos constantes. En ella, la percepción del ya es mucho más rica, te asalta". Por ello Muñoz Molina los emula armado de lápiz, cuaderno y grabadora. "Estos grandes caminantes urbanos como De Quincey, Whitman, Poe, Baudelaire, Melville, Pessoa o Benjamin recorrieron con sus zapatos y plumas ciudades como Londres, Nueva York, París, Madrid o Lisboa para crear sus relatos de la modernidad, cuya vigencia, más allá de la tecnología, sigue presente". Y es que según defiende el autor, ellos mismos encarnaron, con su habitar la ciudad y su escritura, la propia modernidad. "La mayoría de su literatura era publicada en periódicos y revistas. La explosión de la ciudad coincide con la explosión de la prensa como medio de comunicación de masas y con el de la publicidad, que la sustentaba económicamente. En una sociedad cada vez más industrializada, mecanizada y regida por el beneficio, ellos se deciden a contar esta nueva realidad, y encima desde la precariedad".

A través de las huellas de estos caminantes urbanos, cada uno sigue el camino del anterior. El flâneur de Muñoz Molina, por ejemplo, sigue a Poe en una caminata de más de 20 kilómetros que cruza el Nueva York actual de sur a norte. "Hay como una especie de genealogía de los flâneurs. De Quincy inspiró a Poe, Baudelaire los asumió a los dos, y este último fue una referencia para Benjamin", abunda el escritor. "Hay una tradición de escritura urbana a la que todos pertenecemos aunque no lo sepamos. Por ejemplo, fue Poe el que inventó las fake news con sus reportajes inventados sobre los viajes trasatlánticos en globo o el telescopio sudafricano desde el que se veía la luna".

Arma de doble filo

Así enlaza el escritor con una de las grandes preocupaciones de su obra, la reflexión sobre la creación artística en un mundo asolado por la tecnología y las redes sociales. "Decían que internet iba a ser un arma de libertad, pero también sirve para que Rusia se inmiscuya en las elecciones de otros países y para que nosotros, cualquier ciudadano, comerciemos con nuestra vida privada", ha denunciado. "En realidad es un arma de doble filo, porque la tecnología, aunque se esfuercen en hacernos creer que es progresista, sirve lo mismo para difundir hallazgos de la NASA que el horóscopo". El problema de esto nace, según Muñoz Molina, de que "vivimos en un mundo donde es muy fácil caer ante lo irracional, y hay fuerzas poderosas muy interesadas en propagar la mentira y el fanatismo. El mundo está en manos de empresas que sólo aspiran a tener beneficios y que se convierten en herramientas perfectas para manipuladores como Trump o Putin". Como colofón, ha apostilladlo que esta situación no es nueva, pues extrapolándonos a otra época, "sin la radio, probablemente Hitler no hubiera sido lo que fue".

A pesar de que todavía quedan varios meses para la concesión del galardón, preguntado sobre si se ve como un posible candidato al Premio Cervantes, Muñoz Molina ha asegurado que "no estoy preocupado por todos esos elementos paraliterarios. Creo que la cosa más terrible para un escritor es convertirse en un monumento de sí mismo". Porque según reconoce, la solemnización del escritor le genera antipatía ya que ha aprendido a vivir libremente a todos los niveles. "Este libro está escrito en libertad con el exterior y con uno mismo, y a mí me gusta poder vivir con alpargatas, cuanto menos protocolo mejor. Además, el proceso de creación es algo tan interior y tan solitario, que el único reconocimiento real es que los lectores se acerquen a aquello que uno ha creado y lo sientan como propio", ha concluido.