Horacio Castellanos Moya. Foto: Eva Cuenca
"Tanto Zeledón como Aragón -los dos protagonistas de su nueva novela- están vivos", afirma Horacio Castellanos Moya (Tegucigalpa, 1957) entre bromas y veras cuando se le pregunta por sus próximos proyectos. El escritor, al que Roberto Bolaño dedicó buenas palabras, acaba de publicar Moronga (Random House), una novela donde recupera dos de sus personajes ficticios, un exguerrillero con una nueva identidad y un profesor que investiga la muerte del poeta revolucionario Roque Dalton. Ambos, originarios de El Salvador, recalan en Merlow City en dos trayectorias paralelas que terminan por mezclarse.
"Eso no significa que vaya a volver a escribir sobre ellos -matiza ahora Castellanos Moya- pero cuando el personaje permanece vivo, queda algo zumbando en el oído". Autor de doce novelas y varios libros de relatos y ensayos, el escritor, Premio Nacional de El Salvador por su primera publicación, La diáspora, tuvo que abandonar el país en 1997, tras publicar El asco. Thomas Bernhard en San Salvador. Influido por los escritores clásicos a los que regresa cada vez que siente "vacíos en el alma", nombres como Kadare, Hans Fallada, Modiano o Piglia suenan entre sus lecturas. Reconoce que su curiosidad intelectual es muy caprichosa. "Me gusta cuando encuentro una literatura muy lejana a la mía que no tiene nada que ver con mis preocupaciones y que me deslumbra".
Pregunta.- ¿Y de dónde nace Moronga?
Respuesta.- Escribo básicamente por impulsos. Comencé esta novela en el verano de 2014 y lo hice con Aragón. Fue muy natural para mí porque antes había publicado una novela, El sueño del retorno, donde él no era profesor sino periodista. Era el personaje central y la voz narrativa de aquella historia. Así que fue fácil porque todavía me seguía sonando en la cabeza. Mientras que Zeledón -el otro protagonista- era un personaje que había aparecido ya en La sirvienta y el luchador y como secundario en El arma y el hombre. Nunca lo había tratado en primera persona y fue un gran reto crearlo porque es la voz de un hombre roto.
"La mente y las emociones del hombre se mueven en otra esfera, en un lugar donde deshacerse de ellas es muy difícil"
P.- ¿Existe el optimismo para estos dos personajes?
R.- Son personajes trágicos y lo son porque vienen de un país trágico. El Salvador solo se conoce por sus tragedias: las guerras, los terremotos, las pandillas... Entonces es muy difícil que ellos no carguen también con este mundo dentro de sí. Por eso me siento muy cerca de la tragedia, porque vengo de ahí. Si me bloqueo leo a Sófocles y me nutro.
P.- ¿Es de los que piensa que la literatura funciona como catarsis?
R.- No. Hay un momento de liberación, sí, pero la conciencia de uno sigue ahí. Aunque uno escriba un libro, no se saca como se puede sacar un tumor. La mente y las emociones del hombre se mueven en otra esfera, en un lugar donde deshacerse de las cosas es muy difícil.
P.- ¿Considera que sus personajes han aceptado el dolor con resignación?
R.- Zeledón es un personaje que de alguna manera ha aceptado la derrota. Está derrotado porque durante la guerra cometió crímenes que le han generado una culpa muy grande con que no dejará de vivir nunca. Yo sí creo que él ha aceptado que siempre va a cargar con eso pero su forma de acallar su conciencia es a través del silencio, de las series, de no pensar en el pasado ni tener nada que ver con el país del que viene, del que ha huido. Ahora bien, creo que Aragón no. El personaje del profesor vive un torbellino permanente en su mente. Por lo tanto, no acepta el mundo que le rodea. Vive peleado con él. Tampoco quiere volver al lugar del que procede. No tiene esos silencios interiores de Zeledón, sino una voz vociferante todo el tiempo, protestando en su mente. Lo que por un lado crea un estado de ansiedad y de exacerbación y, por el otro lado, de paranoia.
P.- Precisamente la voz narrativa de ambos personajes viene muy definida por esas circunstancias, ¿no?
R.- Sí. El monólogo de Zeledón es un monólogo de un hombre silencioso. El tipo de prosa que exige un personaje como él, que trata de huir de su mente, una narrativa mucho más controlada, con frases y párrafos más cortos. No es un hombre que entre en grandes disquisiciones. Su monólogo está tirado hacia afuera. Por eso es más descriptivo de lo que sucede a su alrededor y lo que ve. En cambio la prosa que exige Aragón es una prosa de vértigo. No describe su mundo exterior a partir de lo que es sino a partir de las emociones y las asociaciones mentales que genera, marcadas por su desquiciamiento paranoico. Es una prosa con mucha oración subordina, con otra intensidad.
P.- ¿La niña que aparece, Amanda, es un personaje descontrolado por la rabia?
R.- Es un personaje secundario pero determinante dentro del libro. Es la némesis del profesor Aragón. No ha hecho nada pero él paga a partir de ella toda su contradicción mental permanente. Ella ha vivido grandes experiencias de violencia y perversión. Su mundo de valores es un mundo tremendo. Pero además tiene una inteligencia muy refinada, porque sabe aparentar. En ese sentido no me atreví a desarrollar su monólogo interno, era algo que rebasaba mi pulso narrativo en ese momento. Está expresada sobre todo a través de la voz de Aragón, aunque su personaje tiene una potencialidad tremenda.
P.- ¿Vuelve un poco a sus grandes temas? ¿Investiga sobre el desarraigo en su novela?
R.- Es más que un desarraigo. Es un rechazo hacia el pasado prácticamente. Una imposibilidad de injertarse en el presente. Eso crea una sensación de crisis de identidad, de pertenencia.
"La literatura es una forma de conocimiento. Escribir es el factor fundamental que me define como ser humano"
P.- Dice su personaje, Aragón, que a menudo padece el miedo de sentirse un impostor o un infiltrado. ¿No es este un sentimiento que siente en algún momento cualquier extranjero?
R.- Cuando se llega a un país que es ajeno hay que mostrar cierta cortesía por haber sido acogido, aceptar valores que no son los que uno trae. Cuando uno imposta una actitud o un pensamiento para tratar de quedar bien con la realidad presente en la que vive se siente impostor porque no es exactamente lo que piensa. Eso crea esa especie de esquizofrenia, como la que siente el profesor Aragón. De hecho, los dos precedentes más importantes que puede haber de este personaje en la literatura son Humbert Humbert, de Nabokov en Lolita, que es un profesor que llega de Europa y conoce unos valores muy similares a los estadounidenses, pero que debido a un impulso y a su naturaleza termina violando la ley; y el protagonista de Desgracia de Coetzee, que es un profesor universitario que no viola las leyes del estado pero sí de la institución para la que trabaja. Sin embargo, el profesor Aragón no viola ninguna ley aunque en su mente no termina de aceptar que la realidad sea como es y eso le genera esa crisis permanente. Asume las leyes pero al mismo tiempo hay una voz dentro de él que le pide actuar.
P.- En este sentido, ¿se podría afirmar que Moronga también explora el concepto de la identidad?
R.- Es muy interesante porque en esta época se habla de que las identidades son híbridas, líquidas, que se mezclan y no son puras. Sin embargo, eso no resuelve el problema de la identidad. En el caso de mis personajes es una identidad muy extrema. Como dice Zeledón: "De nuestros nombres reales ya ni nos acordamos". Para el profesor su crisis de identidad es tal que llega un momento que se describe a sí mismo como una palmera tropical perdida en la estepa del norte. Es decir, alguien totalmente fuera de su hábitat.
P.- El poeta revolucionario, Roque Dalton, juega un papel importante en su novela, ¿por qué esta inclusión?
R.- En varias novelas me acerco a su historia o lo menciono porque para nuestra generación fue muy importante. Fue el poeta más importante de El Salvador. El hecho de que fuera asesinado por sus propios camaradas, acusado de ser agente de la CIA, es algo que nos marcó. Por eso es natural que el profesor busque investigar lo de Dalton como resabio de la identidad perdida. En el fondo hay un anhelo de recuperar algo de su vieja identidad que sea valioso para él y eso le lleva al poeta.
P.- Y en cuanto a Zeledón, es un personaje que cambia fácilmente de profesión, ¿considera que la profesión es algo que nos define?
R.- En su caso son oficios que asume. Detrás de toda acción trágica hay un mito. Para desarrollar este personaje traté de averiguar cuál era el mito que encajaba con él. El más cercano que encontré es el de Orestes pero no me servía. Eso me hizo mucho más difícil desarrollar el personaje. Todos sus oficios no son importantes, no le definen. No está determinado por eso. Lo que lo determinó fueron sus diez años como guerrillero y las acciones que acometió.
P.- ¿Y al escritor? ¿Le define su oficio?
R.- Sí. La literatura es una forma de conocimiento. No solo del mundo sino también de uno mismo. Para mí el hecho de escribir es el factor fundamental que me define como ser humano. Cuando he desarrollado otros trabajos como el periodismo o la docencia, mi mundo privado, ese cuarto propio de Virginia Woolf, siempre ha sido la literatura.