Agustín Fernández Mallo: "Descreo de la autoficción como vómito de emociones"
Agustín Fernández Mallo. Fotos: Iván Giménez
Tras cinco años de trabajo y de tejer redes entre muchos lugares y ámbitos, Fernández Mallo concibió su Trilogía de la guerra (Seix Barral) como un relato caleidoscópico en el que la ficción siempre va de lo particular a la totalidad. Y pone un ejemplo: “Un personaje, que dice ser Dalí hoy, viendo en el agua de la bahía de Nueva York un remolino de objetos, pura basura que ante sus ojos va y viene, se pregunta, ¿es posible reciclarlo todo?, ¿qué harán futuros arqueólogos si lo reciclamos todo?, ¿trabajarán sólo con archivos informáticos? ¿Y la Historia y los sentimientos y los cuerpos, es posible reciclarlos también?”
El punto de partida de la novela, que se publica el 6 de marzo, fue una visita en 2013 a la Isla de San Simón, ría de Vigo, un campo de concentración en la guerra civil (antes leprosería, y antes cárcel para piratas como Drake), adonde Fernández Mallo fue como invitado a un encuentro de redes. Recuerda ahora que al ver y pisar los pabellones donde habían muerto presos, sintió una masa de cuerpos y objetos bajo los pies que le suscitaron preguntas sin respuesta. Y que fue entonces cuando apareció la idea de que la carne, los cuerpos, no son un archivo, “no son algo que, inmaterial, circula de un lado a otro -explica-, y con ello me asalta la idea de que los muertos nunca están muertos del todo ni los vivos estamos completamente vivos; de que la red social más grande que existe no es la red internauta sino la que une a los vivos con los muertos. Decido entonces poner a un personaje hoy en la Isla, un tipo que clandestinamente pasa allí un par de meses, para ver qué le ocurre a ese humano del siglo XXI, ver si puede dar respuesta a todo lo que yo allí había sentido”.
"Los escritores lo que hacemos es transformar las cosas cotidianas en pequeños monstruos que nos indiquen qué es la realidad hoy"
Pregunta.- ¿Supo desde el principio que iba a trazar una suerte de cara B del siglo XX?
Respuesta.- No, no. Aquello comenzó a crecer y ese personaje se percata de que la isla está relacionada con un poema de Poeta en Nueva York, poema desaparecido del manuscrito original, y su búsqueda le llevará a Shangai, a Uruguay, a Nueva York, Cuba, Miami, y de pronto todo eso se convierte en tres libros en los cuales los personajes sufren diferentes desvanecimientos de conciencia al llegar a experiencias límite. Es una novela cristalina, que creo que se lee bien, y en la que intento que haya mecanismos propios de la literatura. Si algún sentido tiene hoy escribir es no intentar imitar al cine ni a otros formatos, que lo hacen mejor que nosotros. El arma que le queda a la literatura es seguir desarrollando su propia especificidad como lenguaje.
P.- ¿Qué le debe la novela a San Simón y a Aillados, el libro de fotos sobre la Isla?
R.-Bueno, ir a San Simón, y además con ese libro, Aillados, es experimentar una especie de desvanecimiento de conciencia de cuanto habías conocido hasta entonces. El protagonista de esa parte, con las fotos antiguas que aparecen en Aillados, busca y encuentra los mismos lugares hoy, y los fotografía. El blanco y negro con aquellos cuerpos y aquellas miradas, puestas al lado de las fotos en color de hoy, le produce un inexplicable vértigo, como observar dos ríos que, aunque sean el mismo, corrieran a velocidades distintas y tuvieran distintos sedimentos. Por ello los personajes de Trilogía de la guerra sufrirán diferentes pérdidas de conciencia, en las que se van a otro lugar, como aquella famosa ausencia de sí mismo que en Turín experimentó Nietzsche, y que lo mantuvo fuera del mundo hasta su muerte. De hecho, uno de los personajes va a Turín y hace el mismo recorrido que hizo Nietzsche, y justo donde el filósofo abrazó al caballo encuentra hoy a unos inmigrantes, trabajadores de la construcción, que le cuentan algo bastante sorprendente. Y todo ello, que sólo es una mínima parte del libro, lo que busca es intentar explicar cómo somos hoy. No hay nostalgia, sino búsqueda de futuro.
Una narración fractal
P.-¿Y a Sebald y a David Lynch?
R.- A Sebald esta novela le debe esa forma de narrar que -como dice la protagonista de la tercera parte, quien recorre a pie la costa de Normandía-, es una narración fractal: se enrosca en detalles que a su vez le llevan a otros detalles no menos infinitos, como la costa normanda, que también es potencialmente fractal y por lo tanto infinita, y por ello mismo de algún modo inconquistable, y también por eso en ella pueden potencialmente morir millones de hombres en combate, millones de sensibilidades. A Lynch le debe la ligera deformación de la realidad, la idea de que nada está nunca fijado del todo y los escritores lo que hacemos es transformar las cosas cotidianas en pequeños monstruos que nos indiquen qué es la realidad hoy, que nos den otra versión de lo que tenemos delante.
P.- Unos versos de Carlos Oroza se repiten como un mantra a lo largo del libro: “Es un error dar por hecho lo que fue contemplado”. ¿Son la clave quizá de la obra, incluso de la vida?
R.- En efecto, no debemos dar nada por hecho. Como he dicho, ni los muertos están del todo muertos ni los vivos del todo vivos.
"Es imposible entender los movimientos geopolíticos actuales sin la historia de las religiones ni el estudio científico de los procesos irreversibles"
En esa interzona estamos todos, y esto tiene lances a otros muchos asuntos. Por ejemplo, cuando la mujer que recorre Normandía a pie comienza a encontrar refugiados que llegados de Siria han atravesado Europa, y se da cuenta de que varias generaciones de europeos hemos crecido sin ver la muerte directamente porque nuestra Europa es el primer macroestado creado sin derramamiento de sangre, es decir, con mecanismos propios de la posmodernidad: la seducción y la publicidad, mecanismos que excluyen la muerte. Y se pregunta si todos esos refugiados que llaman a nuestras costas no son también como todos esos miles de muertos nuestros de guerras pasadas, que no queremos ver, y que si esa amnesia es lo que da lugar al actual auge de los nacionalismos en una Europa más próspera que nunca. En efecto, “lo que fue contemplado” será siempre redefinido tiempo después: la propia Historia de modo natural genera un apropiacionismo de sí misma.
El cuarto astronauta
P.- La segunda parte nos lleva a Estados Unidos a través de los recuerdos de Kurt, el supuesto cuarto tripulante que llegó a la Luna con Armstrong, Aldrin y Collins, y del que jamás hubo noticia...
R.- Sí, ese supuesto cuarto astronauta nos dice que fue a la Luna pero que no salió en ninguna foto ni película porque él era quien filmaba. En una época donde no había selfies, quien registraba los eventos no estaba en el evento, de ahí que históricamente el “transmisor fiable” de todos nuestros archivos haya sido invisible, como un muerto en vida y sin memoria. Y de ahí que la memoria nunca sea un archivo ni un relato fidedigno, porque la memoria es siempre en primera persona, es una construcción hecha desde el presente, muy potente narrativamente pero nada fiable. Del mismo modo, la carne y los cuerpos tampoco son un archivo. Ese segundo libro se titula con un verso de Bowie, “Mickey Mouse ha crecido y ahora es una vaca”, que ejemplifica la monstruosidad en la que ha devenido el antiguo y casi infantil esplendor estadounidense de posguerra.
P.- En la novela, que consta de tres partes, no faltan las alusiones a Vietnam, al Brexit, ni a los refugiados. ¿No somos quizá nada más que “una legión de vivos y muertos unidos por la destrucción y la guerra”? ¿No hemos aprendido nada?
R.- La guerra existirá por el mero hecho de ser humanos. A veces cambia de configuración. Por ejemplo, lo que hemos vivido estos años de restricciones económicas impuestas por los países del Norte, ha sido claramente una guerra, no cruenta, pero una guerra, que tiene su explicación en la Historia de las religiones. Por poco que se piense se trata de la nunca resuelta guerra del supuesto puritanismo protestante del Norte contra el no menos supuesto libertinaje católico del Sur. Es más, me parece imposible entender los movimientos geopolíticos actuales sin tener en cuenta por un lado la historia de las religiones, y por otro lado el estudio que las ciencias hacen de los llamados procesos irreversibles y sistemas complejos. El resto, es darse contra cortinas de humo que nada explican pero entretienen.
P.- Escribe que las palabras siempre buscan los límites de las cosas. ¿Y la novela? ¿Ha llegado ya adonde nadie podía soñar?
R.- Donde haya llegado o no tendrán que decirlo los lectores. Lo que sí sé es que durante estos cinco años de escritura me planteé hacer lo que exactamente quería escribir, sin estar preso ni de mi pasado como escritor ni de modas externas, y así es como he escrito siempre, con la única intención de generar mi propia poética, dar respuesta a mis preocupaciones, que a veces coinciden con las de los lectores y otras no. Y sobre todo -como destacó el jurado del premio-: no escribir en contra de nada ni de nadie. Escribir en contra del mundo es tan perjudicial como escribir a favor, ambas cosas te paralizan y te dejan preso en batallas que al final no son tuyas.
"Todo es autoficción"
P.- ¿Qué le parece la obsesión actual por la autoficción?
R.- En primer lugar, creo que toda narración, y por muy aparentemente alejada que sea el espacio y en el tiempo del yo, siempre es autoficción. Sólo podemos escribir acerca de lo que está dentro de cada uno de nosotros, como individualidad, el resto son extrapolaciones estadísticas. Es el viejo debate epistemológico acerca de qué tiene mayor estatuto de verdad: lo que un individuo elabora en su cabeza y luego vierte al mundo (filosofía), o lo que se fundamenta en la interpolación de datos de conjuntos de muchos individuos (estadística). De lo que sí descreo es de la autoficción como vómito de emociones en bruto y explícita terapia para el autor o la autora. Digamos que como ocurre en todo, hay calidades. Esto se ve mejor con ejemplos colectivos: esa autoficción colectiva que es la teleserie Cuéntame la encuentro más pobre que esa otra autoficción colectiva que se llama Twin Peaks. Ambas tienen intención de investigar la identidad de un pueblo, pero la primera se queda en el mero blanqueamiento de hechos, lavar conciencias, y la segunda busca llevar los hechos y los tópicos a una nueva dimensión, donde problematizarlos.