“No creo en Dios, no tengo intimidad con una entidad superior, pero no excluyo su existencia de la vida de otros. Encuentro que en las personas de fe hay una energía misteriosa y fascinante”. Una vida llena de experiencias y compromiso han cuajado el respeto y la prudencia en el escritor italiano Erri De Luca (Nápoles, 1950). Lector y escritor desde su adolescencia, decidió ocupar su vida como obrero de la FIAT, albañil y conductor de camiones, y solo comenzó a publicar con 40 años. Alejado de la política desde su juventud (militó en el grupo de extrema izquierda Lotta Continua), reconvirtió su activismo político en conciencia social.
En 1997, cuando la OTAN bombardeó Yugoslavia, se unió a las misiones de ayuda humanitaria y en 2013 tuvo un sonado encontronazo judicial, del que fue absuelto, por animar a los vecinos del Valle de Susa a sabotear la línea ferroviaria de alta velocidad que iba a unir Turín con Lyon. Además, hace años que gestiona una fundación de ayuda a los refugiados, porque “No puedo aceptar que el Mediterráneo, el Mare Nostrum, se haya convertido en un cementerio”.
Todas las inquietudes vitales de De Luca confluyen en su nueva novela La natura expuesta (Seix Barral), un “cuento teológico” en el que la reconstrucción de una imagen de Cristo se transforma en un viaje interior entre la incredulidad y la fe, cruzado por el amor, la soledad y la tragedia del mundo contemporáneo, ejemplificada en la migración. Escrito en primera persona, con la pericia y el estilo personal de un artesano, el libro narra en frases cortas, densas y rítmicas la historia de un ex minero de unos sesenta años, escultor aficionado, que acompaña a los inmigrantes a través de su montaña natal más allá de la frontera. Obligado a huir de su pueblo cuando se descubre que devolvía el dinero a los refugiados tras el viaje, termina en una ciudad costera aceptando el encargo de retirar el paño de una estatua de Cristo crucificado y reconstruir su sexo, su natura, con el fin de devolverle esa condición humana escondida por la iglesia durante siglos.
En el proceso, el escultor comienza a identificarse con la realista figura del Cristo, que desde su humanidad y su materialidad resume nuestro sufrimiento y se convierte en eco de todos aquellos misterios que no podemos entender.
Pregunta.- La desnudez fue un elemento clave en el suplicio de Jesús, ¿qué supone el volver a visibilizar esta natura?
Respuesta.- La tela alrededor de las caderas del crucifijo es una falsificación histórica que censura la humillación añadida de haber sido expuesto desnudo en la horca romana ante una multitud. En aquella época la desnudez de los condenados era un complemento de la ofensa. Los crucificados fueron representados desnudos al comienzo de la historia cristiana, incluso Miguel Ángel y Donatello realizaron esculturas así. Sin embargo, la Contrarreforma del siglo XVI cubre la desnudez, desde el Juicio Final de la Capilla Sixtina en adelante, con lo que opaca ese sufrimiento añadido. Recuperar la imagen es acercarnos al formato original de ese sufrimiento.
"Mi memoria no funciona como un vasto mar, sino como un riego de goteo. Me deja imágenes desenfocadas que ilumino con la escritura"
P.- El libro alude a la intención de volver a los orígenes presente hoy en la Iglesia, ¿qué papel juega el papa Francisco en estos nuevos tiempos?
R.- Francisco vuelve a los orígenes del mensaje cristiano y además lo encarna con su comportamiento. Predica una Iglesia sobria y pobre y es coherente porque no vive en el Vaticano y renuncia a la pompa de la corte papal. Su primer viaje como papa fue a Lampedusa, abrazando la isla de aterrizaje de tantas personas. Esta actitud supone intentar recuperar el exigente mensaje de Jesús. Rastrear el Evangelio significa para los cristianos hacer que su vida sea ejemplar.
P.- El primer impulso del escultor al ver la estatua es cubrir sus pies para calentarlos, ¿qué implica ese gesto, en apariencia ridículo, inútil?
R.- Es un impulso de protección física, porque ese cuerpo tallado en mármol tiene escalofríos, la carne de gallina. Ha perdido sangre, está expuesto desnudo a una altura de 800 metros sobre el nivel del mar. Es marzo o abril y Jerusalén no es una ciudad tropical. En invierno a menudo nieva. El escultor nota, tocando la estatua, la piel de gallina y hace un gesto instintivo de protección. A partir de ese gesto espontáneo comienza su proximidad con ese cuerpo.
Sentir, no pensar
Esa proximidad, ese contacto directo con la materia, es un elemento clave para Erri De Luca, que siempre se ha definido a sí mismo como un escritor material, no espiritual. “Mi escritura proviene de experiencias físicas y no de la intuición intelectual. Primero viene el cuerpo y luego sus noticias llegan a la escritura”, confiesa. “El escultor está conmovido por el padecimiento del Cristo porque lo toca con las manos. Para él no se trata de espiritualidad, sino de fraternidad entre hombres, de pura experiencia material”.
Por eso el escultor no se convierte en cristiano, sino en compañero de habitación de un cuerpo torturado. “Es la historia de un cuerpo a cuerpo, el hombre crucificado sigue vivo, en los últimos espasmos de su resistencia a la muerte, luchando contra la destrucción”, puntualiza De Luca, y es esa humanidad la que los acerca.
La paulatina identificación del escultor con la estatua, con el propio Jesús, funciona así como una metáfora del cristianismo. Es el tacto y no la observación, el sentirlo y no el pensarlo, lo que nos acerca al sufrimiento y al mensaje de Jesús. “El tacto, nuestro sentido extendido por todo el cuerpo, es el asiento de esta revelación. Habitualmente los crucifijos están encima de los altares, muy lejos de la gente. Aquí está en la tierra, al alcance de la mano y la restauración. Tocando el cuerpo torturado y crucificado es cómo el escultor hace sus descubrimientos sobre el sufrimiento”, explica el escritor.
Omisión de socorro
P.- Esa idea de compartir el sufrimiento es algo que reivindica al hablar de otro de sus temas predilectos, presente en el libro, el de la migración, ¿de dónde nace su compromiso con este drama?
R.- Las migraciones son el mayor acontecimiento de nuestro tiempo. Las autoridades de Europa no saben cómo gobernarlo y su única respuesta son las expulsiones, los campos de concentración y tolerar el ahogamiento más masivo y prolongado de la historia del Mediterráneo. Como contemporáneo de esta situación y como ciudadano de este mar llamado Nostrum, estoy plenamente involucrado. No puedo aceptar que el Mediterráneo se haya convertido en un cementerio.
"Nuestras autoridades son culpables de omisión de socorro. Ahorrar naufragados al mar no es una opción, es un deber"
P.- Afirma que más allá de acciones puntuales de ayuda no estamos haciendo nada, que no sabemos afrontar el fenómeno de los refugiados, ¿somos más solidarios individualmente que como sociedad?
R.- Nuestras autoridades son culpables de omisión de socorro. Ahorrar naufragados al mar no es una opción, es un deber internacional. Las personas siempre se comportan mejor que las autoridades públicas y muchos ciudadanos hacen lo que los Estados se niegan a hacer. En una ocasión viajaba a bordo de un barco de rescate de Médicos Sin Fronteras y navegando a veinte millas de la costa de Libia fui testigo del salvamento de esas vidas dadas por perdidas.
Como queda patente en la novela, De Luca defiende que tanto en este aspecto como en el religioso, las relaciones entre individuos carecen de la problemática que afecta a los Estados o instituciones, que la convivencia a pie de calle queda intoxicada por la política. “Confío totalmente en la humanidad. En momentos difíciles la gente sabe cómo comportarse valientemente ayudándose unos a otros”, afirma rotundo. “La solidaridad es la mejor forma de inteligencia lograda por la experiencia de la especie humana. Por eso estoy interesado en las personas y no en las instituciones. Las organizaciones e instituciones pueden colapsar, pero la vida humana las reemplazará”.
P.- Participa en varias iniciativas sociales de ayuda y protesta, ¿lo hace como ciudadano o como escritor? ¿La literatura va unida a un compromiso, debe cumplir una función social?
R.- Mi compromiso con la sociedad es como ciudadano. Únicamente adopto mi posición de escritor para dar más voz a una comunidad o un colectivo que lucha por sus derechos pisoteados. Sin embargo tampoco me considero un portavoz, sino un megáfono que envía la voz de la gente lejos y permite que se escuche. La literatura, por otro lado, tiene la tarea exclusiva de acompañar y entretener al lector. Creo que no debe haber otro propósito que conseguir la felicidad de aquellos a quienes se les cuenta una historia.
P.- Sin embargo, ha dicho que todas las historias ya han sido contadas, que los escritores de hoy solo son narradores de variantes. ¿Cómo surgen entonces las ideas?
R.- Mi memoria no funciona como un vasto mar, sino como el riego de goteo. Me deja raras imágenes desenfocadas que expando e ilumino con la escritura. Mis historias provienen de un recuerdo repentino de eventos pasados y olvidados. En realidad los derechos de autor deberían recaer en la vida, yo solo soy un redactor. Como lector, sé que puedo leer en cada nuevo relato una variación de historias que ya han contado muchas generaciones. El derecho de autor es un privilegio que aprovecho, pero lo considero una impostura.
"Políticamente Italia es un país que envejece sin reemplazo. Más de un cuarto de los votantes ni siquiera ha acudido a las urnas"
P.- Dice que el deber del arte es superar la experiencia personal, ¿en qué sentido?
R.- El escultor siente una profunda sensación de afecto por la estatua de Cristo, un sentimiento más intenso que el que ha sentido nunca por las personas. Este es el prodigio del arte: conduce a una mayor intensidad de percepción, a una meta desconocida con anterioridad. El arte no está al servicio de nada, ya que, como el amor, es la culminación de una experiencia sensible.
Simulacro de elecciones
P.- A pesar de la nueva ley electoral, tras las recientes elecciones la fragmentación política es más intensa que nunca en Italia, ¿qué repercusión tendrá en el país esta incertidumbre?
R.- La participación de Berlusconi demuestra que la derecha italiana aún no ha encontrado nada mejor y está representada por un viejo desastre político. Este es el síntoma más obvio de un país que envejece sin remedio y sin reemplazo. Tras estos comicios se ha radicalizado todavía más, pero sigue sin tener los escaños necesarios para poder gobernar. Por su parte la izquierda se ha extendido a varios partidos, incluido el Movimiento 5 Estrellas, que ha pescado en el electorado de las regiones “rojas”. Pero tampoco ha ganado lo suficiente. Sin embargo, más de una cuarta parte de los votantes no acudió a las urnas, por lo que mi impresión es que estas elecciones son solo una encuesta, un sondeo de cara a una nueva llamada a las urnas.