Fernando Aramburu. Pues te diré, Manuel, que a mí me da con cierta frecuencia por asignar a figuras de ficción hechos que me han sucedido, historias que me contaron, pensamientos que tuve, recuerdos propios. De esta manera me hago la ilusión de estar relatándome sin que el lector sepa a ciencia cierta que el novelista le está colando fragmentos de autobiografía, al modo como se les esconde a los niños la medicina en el yogur. Puedo, además, sin sentir que traiciono mi verdad, modificarla o inventarme otra porque considero que me lo está pidiendo la literatura, a la que concedo prioridad. Pero es que uno arrastra en sus confesiones testimonios relativos a gentes con las que convivió o convive, y esto nos mete de costumbre a los escritores en terrenos delicados o conflictivos, donde podemos ofender. En la página 20 de Ordesa introdujiste una reflexión sobre el pudor. Está por un lado tu derecho legítimo a sincerarte por vía de la escritura y a referir con los pormenores que juzgues necesarios tu particular experiencia de la orfandad (que creo que es uno de los asuntos esenciales del libro); por otro, revelas a los lectores intimidades que afectan a familiares y conocidos tuyos, obligándolos a intervenir en una versión que no es la suya y a la que no pueden replicar. Supongo que eras consciente de ello cuando escribiste Ordesa. Lo que no sé es si en algún momento sentiste que las teclas del ordenador podían quemarte los dedos.
Manuel Vilas. Sí, Fernando, yo he hecho lo mismo, he ido colando mi propia vida o mis ideas o mis recuerdos en distintos personajes de ficción, y ahora me viene a la memoria la célebre frase de “Madame Bovary, c’est moi”, atribuida a Flaubert. Pero en Ordesa me ocurrió algo diferente: la muerte de mis padres se me impuso como una forma de verdad que no podía ser dicha sin esa apelación a lo verídico, a lo confesional, a los hechos físicos. Yo escribí Ordesa como una carta de amor a mis padres, tenían que ser ellos. Era como un compromiso con sus vidas reales. Aun así, tomé mis precauciones y a la mitad de la novela los personajes pasan a llamarse con nombres de ilustres compositores de la música. Sí, es verdad que trabajé con nitroglicerina literaria. No sé hasta qué punto fui consciente de eso, o pensé que el hecho de que el sentimiento predominante del libro fuese el amor justificaba la confesión y el sinceramiento. Por otro lado, todos los escritores vivimos esa extraña condena de ver cómo la memoria de nuestra vida acaba teniendo el mismo estatuto de la ficción. No quería que eso ocurriera con mis padres, no quería que fuesen engullidos por lo ficticio, cosa que no deja de ser un deseo infantil. Hay mucho de niño huérfano en Ordesa. Mientras escribía la novela pensaba que estaba hablando con mis padres. Fui como tu Bittori de Patria yendo al cementerio a hablar con el Txato en un acto de amor a los muertos, de integración de los muertos en el presente. Los muertos nos regalan conocimiento. Bittori tiene una tumba a la que ir, yo un libro.
FA. Cuentas en Ordesa que tu madre era una narradora caótica y que tú, ignoro si por herencia o por contagio, también lo eres. Juraría, leyéndote, que no te sientes orgulloso de ello; que incluso lo vives como una limitación dolorosa, acaso como una condena. A menudo pienso que ser un autor impulsivo, improvisador, impaciente (si es a eso a lo que te refieres), o ser metódico, como es mi caso, en realidad no importa gran cosa con tal de que el estímulo creativo no nos abandone. Quizá ni siquiera elegimos, como tampoco parece que nuestra forma de ser dependa de nuestros cálculos. Yo celebro la diversidad. La celebro y la busco. Me complace encontrar tipos de escritura, perspectivas, estilos y experiencias vitales que me son extraños o incluso inaccesibles y de no fácil comprensión. Para confirmarme en lo que me es familiar ya me tengo a mí. De todos modos, al margen de la forma que hubiera adoptado la tarea, lo que cuenta en última instancia es el resultado, por el que se nos juzga. Sería interesante que abundaras un poco en el concepto de escritor caótico.
“Me pareció hermoso que la memoria fuese música. Tal vez el amor a nuestros muertos sea una simple canción que suena en nuestra cabeza”. Manuel Vilas
MV. Estoy de acuerdo, da igual el camino que elijamos como escritores con tal de llegar a emocionar a los lectores. El primer contacto que tienes con la narración oral de la vida se da cuando eres niño y oyes hablar a tus padres. Yo oía las narraciones de mi madre y creía en ellas. Creía que lo que mi madre decía era verdad, que cuando relataba algo que le acababa de ocurrir eso era cierto. Luego, conforme fui creciendo, comprobé que mi madre alteraba los hechos. Yo creo que ella sentía el desorden del mundo, el caos del mundo, que es amplitud y dolor de la vida, y eso hacía que sus narraciones estuvieran contaminadas por su alma. En la forma en la que mi madre narraba lo que le pasaba había algo excepcional: cambiaba la vida. No es que mintiera, es que quería rebajar la hostilidad del mundo, y quería además manipular los hechos para que ella ocupara un lugar principal y exitoso en las historias que nos transmitía. Yo heredé todo eso. El problema es que lo que nos contaba era ilusorio, y de ahí nacía también un caos familiar, cotidiano. Cuando iba al médico, y nos contaba la visita, sabíamos que nunca averiguaríamos lo que el médico le había dicho en realidad, a no ser que llamáramos al médico. A veces lo hacíamos y el resultado de la comparación de las dos versiones era espectacular. Al principio, yo me cabreaba. Conforme me hice mayor, me acabó pareciendo que mi madre era un artista del caos. Y dije “Ok, jamás sabremos qué te dijo el médico, y ya da igual; creo, además, que yo hago lo mismo que tú, quizá con una sintaxis española más elaborada, pero estamos haciendo lo mismo”.
FA. Me resultan cercanas, por razones autobiográficas, las consideraciones que dedicas en tu libro a la pobreza. De niño no conocí el hambre ni anduve descalzo por las calles; pero, como a ti, no me faltaron ciertas privaciones. Comíamos del esfuerzo laboral de mi padre y del esfuerzo doméstico de mi madre. En casa no había biblioteca. Lo que llamas pobreza, no sé a ti, pero a mí me supuso una lección vital que me ha sido sumamente provechosa. Para empezar, me vacunó contra el resentimiento de clase, tan frecuente en el intelectual de origen acomodado que se revuelve contra sus mayores y, con el riñón cubierto, se radicaliza, agarra el megáfono y, sin que nadie se lo haya solicitado, se arranca a tutelar a los desfavorecidos. A mí la pobreza me hizo laborioso, además de predisponerme al agradecimiento. Incluso hoy día en que me dedico exclusivamente a la creación literaria, no podría dormir en paz sin haber producido algo, aunque sólo sean unas cuantas líneas que me salven la jornada. Por lo mismo, tengo una noción profesional de la escritura y me resultan bastante repulsivas las opiniones basadas en la queja constante y en el negativismo sin paliativos, propio de adultos mimosos y frustrados. No la demagogia revolucionaria, sino el estudio, la perseverancia y los libros me sacaron de repetir el destino social de mis padres. Uno, mejor o peor, se ha hecho a sí mismo y gusta de pensar por su cuenta, lo que parece irritar a algunos que preferirían que las clases populares mantuvieran una condición invariable de rebaño. No sé si compartes esta percepción.
MV. Completamente de acuerdo. La mirada hacia nuestro origen humilde es siempre desde el agradecimiento. El agradecimiento está en mi Ordesa, lo he visto en tu Autorretrato sin mí, y lo he visto en muchos otros escritores españoles, por ejemplo en libros como El balcón en invierno de Luis Landero o en El mundo de Juan José Millás, entre otros. También surge un sentimiento de perplejidad y admiración al pensar en cómo es posible que hayamos acabado escribiendo, que seamos escritores, viniendo de donde venimos. Hay allí una redención casi misteriosa de las clases medias-bajas de la posguerra española. A mí todo eso me hace sentirme orgulloso, apreciar el esfuerzo y alejarme de los vociferantes, que no saben nada de la pobreza ni de la humildad ni del esfuerzo. Donde no hubo libros, no solo hemos puesto libros sino también palabras nuevas. No procedemos de ninguna burguesía acomodada. Mi padre era viajante. Nos separa una generación del hambre pura y dura. No lo olvidamos. Pero gestionamos esa herencia con amor y agradecimiento. Y con tolerancia. La tolerancia siempre. Hay una forma de la pobreza histórica que linda con la poesía, allí quiero estar yo. Y tu Autorretrato sin mí busca ese maridaje entre poesía y conciencia histórica.
"¿Quieres conocer tu país? Obsérvalo desde fuera y escucha lo que otros, libres de prejuicios, opinan sobre él". Fernando Aramburu
FA. Es conocida la intensidad de tus apegos musicales. Cierto tipo de música y sus intérpretes han alimentado y siguen haciéndolo tu imaginario personal. Me huelo que te habría gustado suplantar a Lou Reed, ser él, tocar en un sinnúmero de conciertos un instrumento a su lado. Intuyo que cuando escribes Lou Reed era español, estás diciendo que Lou Reed es tu doble, es de Barbastro, sois la misma persona, incluso el mismo genio. En Ordesa hay una ocurrencia que seguramente se explica desde esta particular mitología tuya: asignas nombres de compositores clásicos a familiares y conocidos. De este modo los incorporas a esa dimensión interior tuya donde parece sonar constantemente la música. Me gustaría saber si te pasa como a Rodrigo Fresán, quien no hace mucho, en una entrevista, declaró que su fascinación por Bob Dylan afectaba a la sustancia narrativa de sus textos; por tanto, a la técnica. No se trata tan sólo de escribir sobre músicos, sino de trasladar su manera de hacer e interpretar música a la creación literaria. Quizá este recurso no sea más que la forma de contrarrestar una carencia. No sé qué me da que si a ti, en aquella España de finales del franquismo, en tu adolescencia de pueblo, te hubieran puesto una guitarra en las manos o te hubieran regalado un bajo o una batería, hoy la literatura, con la posible excepción de la poesía, no sería tu principal medio de expresión.
MV. He sido melómano toda la vida. Si no tengo música cerca lo paso mal. Y la música pop ha sido mi favorita, y me ha construido por dentro tanto como la literatura. Yo he sido muy fan y lo soy de Lou Reed, pero cuando murió en 2013 sentí vértigo y vacío. Y escribí un libro, no sobre Lou Reed, sino sobre la muerte de Lou Reed. No entiendo la muerte de nadie. Sin embargo, Ordesa está fuera de ese mundo referencial y sentimental que he utilizado en libros anteriores. Mi madre era fan de Julio Iglesias y yo de Lou Reed, tiene gracia eso; parece una ironía amable, melancólica. A mi padre no le gustaba la música. Y no puso radiocasete en su coche. Decía “si queréis música en el coche, ya canto yo”. Y, acto seguido, se ponía a silbar una melodía desconocida. En Ordesa sólo habitan mis padres y la España que les tocó en suerte. Lo que pasa es que el narrador de Ordesa quiere que sus seres amados no se llamen como se llamaron en la realidad, y los bautiza con nombres de célebres compositores en función del parecido. Mi madre era dramática y en Ordesa se llama Wagner, mi padre era apolíneo y se llama Bach. Me pareció hermoso que su memoria fuese música. Tal vez el amor a nuestros muertos sea una simple canción que suena en nuestra cabeza.
FA. A menudo mencionas a España en tus escritos. En un poema de El hundimiento dices: “España, ¿qué has hecho de mí?” Y unas estrofas más adelante: “España, pensé en pasar de ti, pero no puedo, eres mi esposa”. Intuyo que ahora que viajas con frecuencia a Estados Unidos (o ya con anterioridad, no lo sé), vas haciéndote de nuestro país una idea más ajustada a la realidad. El cotejo suele abrirle los ojos al viajero o al emigrante sobre el paisaje social que dejó atrás. Ingenuamente me preguntan algunos cómo puedo escribir sobre el País Vasco desde lejos. Pues precisamente por eso, amigo. En el valle le ves los pelos al rabo de la vaca; desde lo alto del monte ves el valle. ¿Quieres conocer tu país? Obsérvalo desde fuera y de paso escucha lo que otros, libres de prejuicios, opinan sobre él. Yo preferiría no sufrir un accidente de tráfico en los Estados Unidos, donde, según tengo entendido, hay que acordar la tarifa de la ambulancia antes de que te trasladen a un hospital. Y no hablemos ya de la factura que le endilgarán al paciente en cuanto recobre la consciencia. En Alemania viajo de vez en cuando en tren. El mejor que tienen, el ICE, no le llega al AVE ni a la suela del zapato, tanto en confort como en puntualidad. Otras cosas, en cambio, están claramente peor en España; pero, en líneas generales, el país este que nos tocó en suerte funciona mejor de lo que algunos creen. ¿Tú cómo lo ves? También pudiera suceder que la ausencia prolongada y la morriña le desafilen a uno la navaja de criticar.
"Todos los escritores vivimos esa extraña condena de ver cómo la memoria de nuestra vida acaba teniendo el mismo estatuto de la ficción. Hay mucho de niño huérfano en Ordesa". Manuel Vilas
MV. Lo he dicho y lo he publicado: Si yo fuera el ministro de Exteriores mandaba a cada español al extranjero un año para que comparara. Para saber bien cómo está España hay que verla desde otro país. Lo mismo que tú la ves desde Alemania, yo la veo desde Estados Unidos. Cuando leí Patria pensé en eso, en la perspectiva panorámica, y en cómo esa perspectiva se logra desde fuera. No es una cuestión política, es simple asepsia comparativa. España tiene una sanidad excelente. Y no hablemos del AVE. Para ir desde Iowa City, donde estoy en este instante, a Chicago, una distancia de 300 kilómetros, o te metes en un avión o coges tu coche. No hay tren, no existe el transporte público moderno. Si lo mismo ocurriera en España, habría una revolución. Lo bueno de vivir en Estados Unidos es que mi salud de repente se hace de hierro. El copago es la mejor manera de robustecer tu cuerpo. Hay un copago de 100 dólares por una visita a urgencias. Los americanos creen que viven en una democracia, yo lo dudo. Les parece que con que les dejen comprarse una pistola o un tanque ya son libres. Lo que más me gusta de Estados Unidos son los hoteles. Me gusta que las mesillas de noche sean grandes y me seducen las lámparas con tulipa gigante. Pero nunca he admirado tanto a España como desde que paso fuera de ella largas temporadas. Ahora bien, la capacidad de aniquilamiento de los españoles a manos de otros españoles también la ves muy bien desde el extranjero. La corrupción política ha sido lo peor. Ves a gente que tiene un país maravilloso y que quiere destruirlo, o corromperlo, que quiere suicidarse en grupo. Gente incapaz de ponerse de acuerdo al menos en las cosas fundamentales. Eso sí me duele, es el fantasma de España: una sostenida incapacidad histórica para tolerarse los unos a los otros.
FA. No te marches de esta conversación sin hablarme de tu poesía, del porqué de ella y del porqué de ti en ella y con ella. A veces tu poesía es sucia, malhablada, rockera, narrativa. Muy garcilasista no pareces. Imagino latigazos en la espalda menos dolorosos que algunos de tus poemas. En ellos te abres en canal, te practicas la autopsia en vida. Afirmas, en una de estas piezas estremecedoras tuyas, que aquel señor desconocido que te sacó del río cuando tenías nueve años te habría hecho un gran favor dejando que te ahogaras. Le comerías el coño a una octogenaria canadiense, ganadora para más señas del premio Nobel de Literatura. Pero si hay un verso que te delata, es a mi juicio este: “Ya no me quiere nadie”. En líneas generales, hay un peso confesional evidente en cuanto escribes, también en tu poesía. No me quito de la cabeza que el gran Vilas necesitaba y sigue necesitando una guitarra y un micrófono, y que acaso la poesía lo consuela permitiéndole al menos expresar esas cosas que lo queman por dentro y que quizá se dirían mejor, más genuinamente, con una banda de rock en un escenario. ¿Estoy desvariando?
MV. En mi poesía quise dar cuenta de la imperfección de la vida, una poesía hija de lo bueno y lo malo de esta época, con rabia y amor. Citas versos de El hundimiento, ya no volveré a escribir así. Es el pasado. El pasado de los escritores está lleno de gentes que fuimos y ya no somos. Somos nosotros ayer. La literatura nos permite guardar con palabras lo que fuimos; tú has hecho un recuento también de todos los que fuiste en Autorretrato sin mí. En los años en que escribí buena parte de mi poesía estaba lleno de furor del bueno, una especie de salvaje encendimiento, de alegría y de desesperación. Escribí una poesía llena de pasiones. A ver qué escribo ahora.
FA. Desde Barbastro, siguiendo todo recto por el lado salvaje, ¿adónde se llega?
MV. A una reconciliación con la vida y con el tiempo. Sólo decir Barbastro, y aparece mi padre, caminando por sus calles, como si no hubieran pasado estos últimos cincuenta años, con una felicidad antigua en los ojos, saludando a este y al otro, sonriendo en el saludo, en plenos años sesenta, cuando él era un gran señor de la vida. Y aquí estoy yo ahora para record arlo, sólo ante el peligro.