Miguel Ángel Hernández. Foto: Marián Calero
Tras veinte años intentando olvidar, Miguel Angel Hernández, profesor de Historia del Arte y autor de dos novelas (Intento de escapada y El instante de peligro), comprendió que había llegado el momento y convocó a sus fantasmas. Sabía que “más que una liberación era una recaída en el pasado” pero también que si lo hacía era “porque no había sanado del todo”. Y los demonios volvieron. No sabe si ha podido exorcizarlos, pero ahora sabe al fin reconocerlos. Pregunta.- ¿Qué queda de ese joven perplejo que una Nochebuena supo que Nicolás, su mejor amigo, había matado a su hermana y se había suicidado? Respuesta.- Ahora soy más fuerte. La experiencia nos endurece y nos enseña a lidiar con aquello que no es como quisiéramos que fuera -en esencia, la vida-. Vamos siendo conscientes de que vivir también es perder, fracasar y decepcionarse, y conseguimos sobrellevarlo. Pero algo de esa ingenuidad del pasado -cuando creíamos que el mundo estaba hecho a nuestra medida- permanece con nosotros y nunca se va del todo. Es la sombra que arrastramos. La que nos persigue, pero también la que nos refugia. Como dice la canción, yo sigo siendo aquél. O, mejor, a contratiempo, aquél -que siempre es el que domina- sigue siendo yo. P.- ¿Pero por qué eligió precisamente esta historia, y por qué ahora? ¿siente tal vez que está en la misma encrucijada, en la misma frontera que cruzó esa noche? R.- La historia estaba ahí. Y ya me habría gustado a mí que no estuviese. Así que no tuve que ir a buscarla. En realidad, creo que me había estado esperando todo este tiempo. Yo no había cesado de posponerla y dejarla para otro momento. Pero, por alguna razón, quizá porque “veinte años” suenan a número redondo, sentí que había llegado el momento, coincidiendo también con la entrada en una etapa de la vida, los cuarenta, en la que uno no puede evitar mirar hacia atrás, aunque sea de reojo, para tomar impulso y seguir adelante. P.- Parece difícil que de una historia tan terrible como esta se pueda salir indemne... R.- Yo, desde luego, no he salido indemne. Me he quedado en carne viva, con todas las heridas al aire. Aun así, lo volvería a hacer. Uno no escoge las historias que cuenta, sino que es atravesado por ellas. Y esta tenía que contarla. No era una opción. Estoy convencido, y lo creo sinceramente, de que este es el libro por el que me convertí en escritor. Aún no lo sabía cuando comencé a escribir cuentos en mi adolescencia, pero todo lo que he hecho desde entonces caminaba hacia El dolor de los demás. Es la historia que estaba debajo de todo. Ahora lo sé. Escribirla ha sido un modo de tomar consciencia de eso. Y tal vez de poner fin a una etapa de escritura. Porque de alguna manera cierra una serie, el tríptico que forma con mis otras dos novelas, donde lo biográfico y el pasado comienzan poco a poco a emerger. Después de esto no tengo muy claro el camino que tomaré.P.- ¿Modifica algo saber que "las palabras siempre fallan"? R.- Las palabras fallan, pero son lo único que tenemos. A veces, como escribió Kafka, a través de ellas se cuelan restos de luz. Y esos destellos nos pueden guiar en la oscuridad. Pero las sombras existen. Lo que no cabe en el lenguaje, lo que no tiene forma, lo cenagoso, lo más oscuro, pero también lo más bello, que no puede ser nunca comunicado del todo. Hay algo que el significado no puede transmitir. Ser consciente de eso es una especie de drama para un escritor, porque supone admitir que aquello con lo que nos enfrentamos al mundo no es un arma de precisión y que nuestra herramienta de trabajo está rota y llena de agujeros. Pero es lo único que tenemos. Escribir es siempre quedarse lejos. P.- Hay quien considera la novela una suerte de A sangre fría huertana... ¿qué comparte con el clásico capotiano? ¿Es Capote la referencia principal, o lo son Cercas o Piglia? ¿Qué pasa con Benjamin? ¿Y Carrère? R.- El escritor Leonardo Cano bromeó una vez con que la novela se podía llamar también "A sangre frita", un plato típico huertano, que habla bastante bien de la tradición, la violencia, lo original... -aparte, claro, de lo bueno que está-. Pero más allá de la broma, lo cierto es que mi intención primera fue contar el crimen como una crónica distancia. Y, claro, la referencia ineludible era Capote. Sin embargo, rápidamente me di cuenta de que para contar aquella historia yo tenía que manchar el relato, porque en el fondo aquella historia era, por encima de cualquier otra cosa, mi propia historia, y que el crimen del que realmente yo pretendía escribir era el que yo había cometido con mi pasado. Esa es la tradición de Carrère, Delphine de Vigan o Javier Cercas, que aparecen como personajes en medio del relato, sobre todo Carrère, cuyas obras maestras El adversario y Una novela rusa están muy presentes en El dolor de los demás. Escribir del otro al final es escribirse. P.- Descubre en sí mismo la mirada del monstruo: ¿no lo somos todos (y pienso en lo que revela de nosotros tanto linchamiento público que jaleamos o compartimos desde las redes)? R.- El monstruo está en todos nosotros. Y está también en el sistema, en la sociedad, en el lenguaje. Se expande como un virus, por eso es tan difícil de erradicar. Todos contemplamos la desgracia ajena con un morbo patológico. Todos contribuimos a ese régimen de deseo malsano que es el de las imágenes de los medios. El título de esta novela proviene del célebre ensayo de Susan Sontag Ante el dolor de los demás, cuya tesis central es que hemos perdido la capacidad de empatizar con el dolor de los otros. Las imágenes que nos muestran los medios, por un lado, despiertan el morbo, denigrando y volviendo a matar de nuevo a los muertos, y, por otro, no nos afectan ni conmueven porque sólo son imágenes. Imágenes sin historia. Es lo que ocurre también en las redes: que estamos ante avatares sin historia. Son casi abstracciones, números -como los judíos en los campos de concentración-. De ahí que podamos ejercer sobre los otros una violencia sin culpa. Porque nunca llegan a ser prójimos. P.- Si escribir el libro sobre la muerte de sus padres le salvó la vida, ¿de qué puede haberle salvado El dolor de los demás? R.- De momento no lo sé. Confieso que todavía ando algo perdido. Pero es posible que me haya salvado de mí mismo. De ese yo que había intentado echar tierra sobre su pasado. Y me ha hecho ver que en aquel pasado del que escapé también había felicidad."No he salido indemne de 'El dolor de los demás'. Me he quedado en carne viva, con todas las heridas al aire"
P.- Define su libro como novela de no ficción: ¿a qué se debe que hoy la novela desdeñe la imaginación, es la enésima reinvención del género? R.- Es cierto que hay una especie de "hambre de realidad", como observa David Shields. Y creo que tiene que ver con una necesidad de encontrar puntos de anclaje en medio de un mundo donde la realidad se ha convertido casi en ciencia ficción. En la era de la postverdad, los hechos han desaparecido y sólo importan los discursos. Quizá por eso buscamos tocar lo real, lo que de verdad nos quema. De todos modos, definir es siempre poner etiquetas. Yo lo único que tengo claro sobre mi libro es que es una novela, basada en hechos reales. Mi amigo mató a su hermana y se suicidó. Eso ocurrió. Eso me destrozó. Eso no es ficción. Ahora bien, el modo en que lo narro, la manera en la que reconstruyo lo sucedido, la transcripción de las conversaciones, lo que yo pienso acerca de ese hecho comprobable, ya está en el ámbito de la imaginación. Y, claro, escribir es inventar. Es decir, fingir. Y en ese caso, sí, todo es ficción. @nmazancot"Mi amigo mató a su hermana y se suicidó. Eso ocurrió. Eso me destrozó. Eso no es ficción"