Tanto la Tetralogía de la Ejemplaridad (Taurus) de Javier Gomá como la Teoría general de la basura de Fernández Mallo, que publica Galaxia Gutenberg, atraviesan muchas disciplinas, y es esto precisamente una de las razones de su enorme atractivo. En ambos casos el arte compite con la ciencia y ambas con la filosofía, la historia, la poesía. Ese mestizaje ¿es el signo de los tiempos?
AGUSTÍN FERNÁNDEZ MALLO. Creo que la característica de nuestro tiempo es que nos hemos dado cuenta de que las sociedades, los conocimientos, y la así llamada naturaleza tiene una estructura compleja, de redes complejas -analógicas y también digitales-, que se conectan y solapan de tal modo que aparecen fenómenos emergentes y de realimentación entre las diferentes partes. Hay quienes piensan que el "signo de nuestro tiempo" es la fragmentación, pero si esto es así, ¿cómo es posible que vivamos en un mundo global e hiperconectado? La contradicción se resuelve si giramos un poco el caleidoscopio para darnos cuenta de que lo que creíamos que era un collage o una profusión de signos más o menos desordenados, en realidad era una red, tanto en la estructura de las obras artísticas como en las relaciones que establecemos con nuestras sociedades. Ese mestizaje del que hablas yo le llamo realismo complejo, establecido en red. Yo nunca he sentido mis obras desde un mundo roto y fragmentado, siempre he sentido que lo que tengo delante son elementos perfectamente coherentes, aunque, eso sí, no ordenados bajo un criterio de jerarquía de árbol, sino bajo la mayor horizontalidad jerárquica que nos ofrecen las redes.
JAVIER GOMÁ. La experiencia nos informa de un mundo fragmentario en el que nos movemos a tientas en la oscuridad. Otra cosa es la irrupción de la vocación literaria, que es a la que según creo se refiere Agustín. La vocación consiste en una visión y una misión. Un individuo es sorprendido por una visión del mundo donde el fragmento de la experiencia se completa con la imaginación y adquiere de pronto una unidad (artística) de sentido. Es tan extraña, tan contraria a la experiencia, que quien tenga la visión se siente apremiado a fijarla por escrito, a darle permanencia y ponerla a disposición de los demás. Esa es la misión. La experiencia es dolorosamente fragmentaria, pero el arte encierra una sugestión de totalidad de sentido. Por eso el arte es una promesa de felicidad.
PREGUNTA. ¿Cuál es su teoría particular de la basura, Agustín? ¿A qué llama usted basura?
A.F.M. Todo objeto, por el mero hecho de ser construido, genera unos residuos físicos, materiales que habitualmente serán desechados o reciclados. Pues toda obra artística o científica también genera residuos en su proceso de realización, sólo que en este caso no se trata de residuos físicos sino de residuos simbólicos, y son esos residuos, esa “basura”, la que luego otros recogemos para hacer nuestras propias obras, y así sucesivamente, en una red que se va extiendo en el tiempo. Y eso es el apropiacionismo cultural básico que toda cultura necesita para evolucionar y no morir. Por ejemplo, Cervantes no se inspira en la excelencia de las novelas de caballerías para hacer el Quijote, sino en los residuos de aquellas, sus partes oscuras, lo que había sido desechado. Porque de la excelencia ya nada se puede extraer, ya está completa, es perfecta, así que nos vamos a sus márgenes, a sus residuos, a lo que en su día no se entendió de esa tan perfecta obra, y desde esa “basura” construimos nuestras obras. Eso hace Goya con Velázquez, o Einstein con Newton. O ciertos tramos de la Biblia, que en realidad son un residuo en el sentido de que son una “mala” traducción al griego de la Torá, hecha en el siglo III para que “el vulgo” pudiera entender la “palabra de Dios”. En este sentido, la Biblia es quizá también el primer libro pop en el sentido de popular, y además es una obra levantada sobre los residuos de la otra, un legítimo apropiacionismo. Lo importante del caso es que Einstein no anula a Newton, ni Goya a Velázquez ni El Quijote a las anteriores novelas de caballerías, sencillamente son materiales que se van sumando e infiltrando los unos en otros en modo red. Hoy, no puede existir acto creativo sin apropiación de materiales de otras culturas o de tu propia cultura. Digámoslo así: todo acto creativo es el resultado de la operación Copia+Error. Como en las células, algo se duplica pero en esa duplicación aparece una modificación, un error en la copia, que si es negativa no prosperará y si es positiva generará una nueva obra legítima.
P. Si a Fernández Mallo le obsesionan los residuos culturales, Javier Gomá dedicó diez años a la idea de ejemplaridad, que cuajó en la Tetralogía que muy pronto se reeditará en bolsillo. Más de un millar de páginas sobre la ejemplaridad estudiada desde muchas perspectivas donde proponía un ideal de belleza y dignidad. ¿A qué llama, en cambio, ejemplaridad antipática?
"La ejemplaridad antipática es la que se usa como coartada de la intolerancia moral, que excluye aprendizaje y error". Javier Gomá
J.G. Los cuatro libros de la tetralogía tuvieron una recepción amplia y además afortunadamente transversal, válida para todos los estamentos, grupos e ideologías, sin que se la apropiara ningún partido. A cambio, un inevitablemente estrechamiento de su contenido: especial énfasis en un tema que conformaba sólo el último capítulo de Ejemplaridad pública, la ejemplaridad de funcionarios, políticos y Casa Real. Pues bien, a lo largo de los últimos años he observado una distorsión incluso de ese significado ya reducido que desvirtúa el concepto. Con demasiada frecuencia se menciona la ejemplaridad en el contexto de la lucha política por el poder y sus escándalos sin dignidad ni belleza, citas de cortas miras y oportunista, para desgastar al adversario y desprestigiarlo a la voz de un moralismo interesado y muchas veces intransigente. A esto llamo ejemplaridad antipática, a la que se usa como coartada de la intolerancia moral, que excluye el error y el aprendizaje, siendo así que sólo merece llamarse ejemplar un ideal benevolente de lo humano, tan exigente con uno mismo como indulgente con los demás, que tiene en cuenta la trayectoria vital de un individuo, sin aislar un concreto acto erróneo de esa trayectoria, donde el error quizá se disculpe y se hace comprensible.
P. El libro de Fernández Mallo comienza recordándonos que no disponemos de registros sonoros, es decir, que no conocemos cómo hablaban los filósofos griegos, por ejemplo, y que el primer registro que tenemos de la recitación de un poema es de Walt Whitman, de 1890. Es, dice el escritor, “la Línea Año Cero de la recitación”, y dice también que todas las cosas tienen su particular Línea Año Cero.
A.F.M. Sí, todas las cosas tienen su particular Línea Año Cero, su parte de dato encontrado (algo que hallamos como residuo), y su parte inventada. Pensemos que, por ejemplo, de los dinosaurios conocemos sus partes duras (huesos, dientes), pero nada sabemos directamente de sus partes blandas, así que tenemos que deducirlas; la fotografía mental que todos tenemos de un dinosaurio es una ficción; una invención verosímil, sí, pero una ficción. Extrapolando ese razonamiento, vemos que todas las cosas tienen su Línea Año Cero: a un lado de la Línea está su parte real (el residuo de algo que existió), y al otro lado su parte inventada, partes ambas que montamos como un conjunto cohesionado para darle verosimilitud al relato final. La propia Historia es eso, pero también los mitos que la sociedad de consumo va creando, no digamos los mitos identitarios que las diferentes políticas van creando. Es obvio que nuestra identidad ya no es territorial, sino que es una construcción creada a través de cientos tránsitos tanto físicos como virtuales alrededor de centenas de geografías. Nada hay más desfasado como expresiones tipo “arte francés”, “arte vasco”, “arte español”, etc. La modernidad y posmodernidad crearon cada una sus relatos, que han decaído en ruinas, y nuestra tarea hoy es escarbar en ellas, hallar sus “residuos activos”, su basura, y desde ella construir nuevas obras vivas.
J.G. Yo creo que todo creador es el dueño de unas cuantas metáforas eficaces. Es como un Adán que vuelve a poner nombre a las cosas. Agustín, que es una personalidad especialmente creativa, con “basura”, “residuo” y “apropiación” designa la cuestión clásica de la problemática relación con la tradición, que nunca es mecánica, sino mediada por la invención del imitador, lo que los retóricos llaman la inventio. Imposible imitar sin inventar, como es imposible inventar sin imitar. Se podría decir que toda tradición es siempre una continuidad creadora. El gran humanista G. Highet sintetizó la relación con la tradición con tres fórmulas: traducción, imitación o emulación.
P. En su nuevo prólogo a la Tetralogía, Gomá comienza citando a Horacio, y habla de la maravilla de esos autores que burlan el poder de Libitina, la diosa de la ceremonia fúnebre, y se hacen eternos. “Las obras de arte”, dice, “no mueren mientras haya quien las goce”. Fernández Mallo sugiere en cambio que nuestra lectura de ellos es imaginativa, que de alguna manera los reinventamos. ¿Existen o no entonces valores inmutables, inasequibles al tiempo?
J.G. La gran diferencia entre las ciencias y las letras es que las primeras progresan y en consecuencia cada paso adelante que da supone convertir en arqueología anticuada los pasos anteriores. A nadie le interesa saber cómo era la biología molecular en los años 60. En cambio, la idea de progreso no rige en las letras, cada nueva obra no cancela las anteriores sino que se acumula enriqueciendo una tradición. La literatura encierra una verdad que, en algunos casos, por la perfección con que interpela a lo permanente humano, se hace digno de perdurar. Esto son los clásicos, todos nuestros contemporáneos, no importa cuándo fueran escritos, porque su lectura contiene una verdad y nos ilumina, nos hace gozar y entender.
"Hoy no puede existir acto creativo sin apropiación de materiales, basuras, de otras culturas". Agustín Fernández Mallo
A.F.M. Que sea una lectura imaginativa no implica que no haya constantes, aspectos que no cambian. De hecho, una de las ideas que desarrollo en mi libro es que para que exista un cambio ha de existir también una constante que lo acompañe. Ésa es la base de la traducción de un texto de un idioma a otro: algo cambia y algo se conserva para que en el idioma de destino cobre un efectivo sentido, y ése es también el núcleo/problema de todo relato antropológico occidental, y por lo tanto de nuestra relación con otras geografías: cómo “traducimos” una cultura ajena a nuestros códigos. Pero es que ésa también es una de las bases de la ciencia, a través de sus Principios de Conservación. Y en los relatos ocurre lo mismo: el mito del héroe heleno atraviesa inmutable todas las literaturas, así como el mito cristiano del mártir; lo vemos a diario en la literatura, el cine, el deporte, la política o el activismo social. Por otra parte, no siempre una obra científica cancela a la anterior; ya hemos dicho que Einstein no cancela a Newton. En lo que sí estoy de acuerdo es en que hay cosmovisiones que cancelan a otras anteriores; un ejemplo, la idea de espacio-tiempo einsteniano cancela a la newtoniana.
P. La palabra 'apropiación' cruza de parte a parte Teoría general de la basura. La apropiación como base de la identidad occidental. La idea del viaje como trayecto no solo para ver sino para regresar y luego contarlo. “Toda sociedad se apropia de elementos de otras, de lo contrario, escribe, moriría por endogamia cultural”.
A.F.M. Sí, creo que la identidad Occidental no sólo es el viaje y la conquista, sino el regreso para poder contarlo, para poder hacer una narración del otro. Se trata de un apropiacionismo en su estado más básico: tomo un material de otra cultura (en mi viaje creo entender cómo son las costumbres y los ritos de la gente que voy viendo), y lo traigo a mi ámbito para contarlo, y siempre una vez ‘traducido' a la lógica de mi cultura. La lógica de las ciencias “duras” también responde a esa idea; el microscopio o el telescopio son eso: ir muy lejos con la visión pero no para dejar la visión allí colgada sino para traerla de vuelta y contar lo visto. Toda sociedad se apropia de elementos de otras. En el caso de la cultura Occidental (cultura que se fragua entre los siglos II y IV como mezcla del concepto del tiempo griego, que es cíclico, y el concepto del tiempo cristiano, que es lineal), está muy claro: mantiene aún hoy la idea de ir a los lugares para regresar y contarlo, por ejemplo La Luna, o próximamente Marte, a imagen y semejanza de dos de sus referentes fundacionales, Ulises en la cultura helénica y Moisés en la cultura cristiana, y a través de dos libros fundacionales, La Odisea y la Biblia. Y ése el origen de nuestra idea de relato: alguien se va, bien para conquistar (Ulises) o bien para exiliarse (Moisés), y luego contarlo. Teoría general de la basura plantea que hoy, el modelo de contar de Occidente ya no es el modelo Moisés (relato del exiliado), ni el modelo Ulises (relato del conquistador), sino un tercer modelo, producto de una superación de ambos, y que sería lo que yo llamo “modelo nómada”, el nomadismo estético, articulado en redes no jerárquicas.
J.G. En el origen de la filosofía griega y de la religión hebrea hay una historia de una vocación literaria relacionada con pastores nómadas: los primeros hexámetros de la Teogonía de Hesíodo, donde recibe el encargo de las musas de escribir su poema, y el pasaje del Éxodo que cuenta cómo Dios, en forma de zarza ardiendo, encarga a Moisés la redacción de las leyes judías. Pues bien, Hesíodo y Moisés son pastores y reciben la llamada practicando el nomadismo. El pastor errante está a disposición de lo divino en contraste con el agricultor, ya sedentario, y esclavizado por su vínculo a la tierra.
P. ¿Creen que sus teorías sobre la ejemplaridad y la basura ayudan al lector a satisfacer su deseo de entender y de entenderse?
A.F.M. Mi teoría creo que puede ayudar a entender que la creatividad siempre ha surgido de los márgenes de las cosas, o como dice una cita de Michel Serres que pongo en el libro: “Algún día los epistemólogos hurgarán en los cubos de basura. En las basuras reencontraremos el mundo mismo”. Pero me gustaría aprovechar para decir que hay aspectos de la obra de Javier, concretamente de su monumental Imitación y experiencia, que no se hayan lejanas de algunas de mis tesis, aunque partamos de lugares diferentes; no en vano cito en mi libro que Javier, en su idea de la ejemplaridad desarrolla una idea que me interesa mucho, cuando plantea que una vez superada la fase premoderna de construcción de la identidad, en la cual los individuos imitaban y tomaban como modelos morales figuras míticas e inamovibles, y superado también el individualismo que como modelo de construcción de las identidades caracterizó a la Era Moderna, hoy, el individuo toma como modelo imitativo a un prototipo, que tendrá la peculiaridad de que lejos de ser una entidad mítica y de valores y formas fijas, será un sujeto cambiante, exactamente como lo es aquel que le imita. De este modo, existe imitación, sí, pero imitado e imitador se transforman el uno en el otro en una continua realimentación, lo cual es un comportamiento típico de las redes y de los sistemas complejos. De hecho él casi lo dice exactamente: “Somos ejemplos rodeados de ejemplos, envueltos en una red de influencias recíproca”.
J.G. La observación de Agustín es exacta. Y me gustaría añadir algo. Todos los hombres y mujeres somos nativamente filósofos porque inevitablemente poseemos una interpretación del mundo. No podemos ver el mundo sin interpretarlo. Luego, hay una minoría excéntrica que además escribe libros de filosofía. Contienen interpretaciones del mundo más conscientes, meditadas, profundas. Esos libros no deberían tener otra misión que contribuir a mejorar la interpretación del mundo de sus lectores cumpliendo con las dos funciones de la luz: iluminar (la razón) y caldear (el corazón) y ayudar a que vivan su vida de manera más consciente, digna y significativa.
P. Afirma Gomá que el escritor siempre “sale al encuentro de los buenos lectores”, a los que distingue de los compradores. ¿Qué les aportan los lectores a sus obras?
J.G. Es importante la distinción entre “buen lector” y “comprador de libros”. Bajo la forma de libro existen cosas completamente heterogéneas. Llamamos libro a una novela histórica firmada por un presentador del tiempo cuya fama en televisión es aprovechada por una editorial experta en mercadotecnia. Llamamos libro también a las Elegías de Duino de Rilke. Comparten quizá el mismo librero y página en el suplemento literario. Pero son cosas muy distintas: la primera es una mercancía que se compra, la segunda una obra de arte que ilumina. La primera responde a las reglas del mercado, la segunda a la experiencia totalitaria de la vocación literaria. El auténtico artista compone su obra, se enamora de ella y se entrega a su composición como si le fuera la vida entera en ello. Y luego, al terminar, busca lectores en los que encuentre un eco del enamoramiento con que fue compuesto el libro. Y le importan los lectores presentes y los futuros.
A.F.M. El lector activo es por definición apropiacionista: trabaja en red junto con la obra, detecta sus residuos, llena sus vacíos y así la amplía, la convierte en otra cosa.
P. ¿Son compatibles hoy las redes del creador y la búsqueda de la posteridad?
A.F.M. Trabajar para la posteridad me parece un error. Se trabaja para nuestros contemporáneos, y si eso permanece, pues fantástico. Pero programar una obra para la posteridad es un fracaso asegurado, precisamente porque la realidad es compleja y el devenir de una sociedad no es determinista, no es newtoniano.
J.G. En eso discrepamos. A mí en realidad sólo me interesa la posteridad. A la posteridad, esa dama anticuada, le dediqué en 2009 Ejemplaridad pública. Hoy se tiende a no creer en el más allá: ni el más allá de la otra vida ni en el más allá de esta vida después de la propia desaparición. Sin embargo, en la literatura esa posteridad es la prueba de la verdad. ¿Cómo saber si lo que uno ha escrito contiene verdad? No disponemos de los métodos de verificación de la ciencia. Lo que es el experimento para la ciencia, es el consenso entre los lectores para la literatura. Si el libro sigue leyéndose generación tras generación es que genera consenso porque ha encerrado algo digno de perdurar, ha apresado una verdad no perecedera. Esto lo es todo para mí. El lector de mi generación no es de mejor condición que el de la siguiente, si existe. Pero el de la siguiente tiene una ventaja: lee el libro medio siglo después, luego el libro no nace viejo, como tantos, sino que sigue proyectando luz y resiste la oxidación del tiempo. Ese es el privilegio del arte: que los hombres producimos obras que no envejecen con sus autores.
P. ¿Qué creen que puede hacer la filosofía, el conocimiento en general, contra la confusión reinante en tantos sectores?
"Las redes tienen un poder que da vértigo. Es libertad sin instrucciones de uso. Pero se atisba la autorregulación". Javier Gomá
J.G. He argumentado en algún sitio que el principal problema de la filosofía en el último medio siglo es que ha desertado de su misión de proponer un ideal. El eclecticismo que ahora domina (una forma de vulgaridad intelectual) impide elevar un ideal potente, vinculante, con pretensión de universalidad. Y sin embargo una sociedad sin ideal renuncia al progreso moral (que siempre avanza hacia ese ideal) y a la sana crítica (a partir de un ideal). La misión superior de la filosofía es enunciar una teoría del ser y del deber ser o ideal, el cual debe ser contemporáneo, a la altura de nuestro tiempo, lo que quiere decir que se haga cargo de nuestra vulgaridad triunfante y la reforme hacia un canon de lo humano igualitario, civilizador, persuasivo. Mi contribución personal es la tetralogía de la ejemplaridad, donde me esfuerzo en proponer una noción de ser (el universal concreto del ejemplo) y de ideal (ejemplaridad).
A.F.M. No está en mi naturaleza ser apocalíptico (ya que lo apocalíptico no es más que una de las manifestaciones del miedo irracional, una especie de “utopia del miedo”), así que no creo que exista esa confusión generalizada; si así fuera ya nos habríamos extinguido. Sí creo que hay dinámicas y fuerzas, en ocasiones violentas, pero que terminan por equilibrarse en una nueva red. En ese sentido, la filosofía sirve para lo que siempre ha servido: en los momentos de cambios de fase, momentos convulsos y de incertidumbre, ser audaz y ayudar a pensarlos desde un punto de vista crítico.
P. A Javier Gomá le preocupa que comience a hacerse habitual ver cómo se entrega a una persona al linchamiento público. ¿Son las redes la nueva Inquisición?
J.G. Y se le cubre de deshonor tras aplicarle por sorpresa una plantilla moral rigurosísima. Nadie sino un dios o un animal, resistiría uno de esos controles sorpresa.
A.F.M. Hay algo que a mí me preocupa más: la demolición de la idea de secreto. Estoy de acuerdo con Derrida cuando dice que una sociedad que no respeta el secreto es una sociedad totalitaria. Lo vigilamos todo y lo espiamos todo, como si lo público y lo privado fueran lo mismo.
J.G. Creo que el propio Derrida dijo que el secreto es aquello que, al final, debe contarse, traicionando la confianza, porque si no no es secreto sino misterio. En cuanto a las redes, para mí suponen una contribución civilizatoria de primerísimo orden. Durante milenios, sólo los grandes (reyes, nobles, héroes) disfrutaban de visibilidad; la inmensa mayoría estaba condenada a la invisibilidad. Ahora las redes permiten que cada uno, cualquiera que sea su condición y sus hazañas, tenga un perfil, una identidad personal, una visibilidad. El problema viene de otro lado. Las redes han hecho que la voz antes reducida a un círculo muy pequeño sea potencialmente escuchada en cualquier lugar del mundo. Es un poder que da vértigo concedido bruscamente a todos, sin haberse educado para ello. Imagino qué habría ocurrido si a todos los españoles mayores de 16 años en 1920 se le hubiera regalado de golpe un coche y se les hubiera invitado a circular por las carreteras del país: el caos circulatorio. Algo así ha pasado en las redes. Libertad sin instrucciones de uso. Pero ya se atisba una regulación y sobre todo una autorregulación, que es el resultado de una educación nacida del uso y la experiencia.
P. Fernández Mallo dice siempre que la crítica literaria es un género literario de ficción? ¿Usted lo cree también? ¿A qué debería atender para ser eficaz?
J.G. Claro que la crítica literaria es en sí misma un género literario, como lo es también la filosofía. La ciencia, decía antes, se verifica empíricamente, mientras la verificación de la literatura es el consenso. Su instrumento no es la verdad comprobable sino la verdad sugerente, persuasiva, que genera ese consenso: toda literatura es de algun modo retórica. Como la filosofía, que he definido como “literatura conceptual”.
"Estoy de acuerdo con Derrida. Una sociedad que no respeta el secreto es una sociedad totalitaria". Agustín Fernández Mallo
A.F.M. Me interesa mucho el término, “literatura conceptual”, que no había oído nunca. Pero yo creo que la crítica es eficaz precisamente por eso, porque es una peculiar ficción. La crítica también tiene su particular Línea Año Cero. Un crítico cuando escribe acerca de una obra actúa bajo los datos ciertos (la obra en sí), y la parte de invención e interpretación de la obra, que ya no tiene que ver con la obra en sí sino con el mundo particular del crítico, con su cultura, sus referentes, su trayectoria vital... Esto no es negativo, al contrario, es lo que garantiza que la crítica sea creativa e iluminadora, un género más de la literatura de ficción, lo cual la eleva. Por otra parte, aunque pienso que la ciencia ha de estar sujeta a la verificación de un modo claro, tipo verdadero/falso, no siempre es así; en la ciencia el consenso es importante y a veces rige como mecanismo legitimador de resultados.
P. Por cierto, insinúa Javier Gomá que es posible que sus futuros libros abandonen la forma del ensayo filosófico y elijan un género literario más propicio para “mostrar los elementos irreductibles de la existencia humana”. ¿Nos está hablando de piezas teatrales, o de algo más?
J. G. Si alcanzas una cierta edad, se te concede leer el Libro de la Vida dos veces. En la primera, predomina la síntesis y quizá logres reducir la pluralidad sinfónica de lo real a una visión unitaria. Pero pasa el tiempo y tienes experiencias directas que no se dejan ensamblar en un sistema y que no se pueden decir (concepto) sino sólo mostrar (narración). El resultado de mi primera lectura fue la Tetralogía de la ejemplaridad, un proyecto de urbanización del mundo. Pero en la segunda lectura compruebo que está adquiriendo mucho relieve el lado no urbanizable de la vida, sus elementos irreductibles, ingobernables, que se resisten a integrarse en una unidad de sentido conceptual. Y por eso intuyo que, sin renunciar al ensayo, para mostrar esos elementos probaré (como ya he hecho) a otros géneros no conceptuales, como el teatro o la novela.
P. Ustedes se han consolidado como autores de referencia en estas dos últimas décadas. ¿Cuáles han sido los cambios más significativos de la cultura en estos 20 años?
J.G. La historia de la subjetividad moderna tiene dos etapas. Primera, el subjetivismo romántico, que concede valor absoluto de la vivencia subjetiva. Y segunda (la actual), el subjetivismo relativo y limitado, educado para la convivencia. Sitúo los últimos veinte años en la segunda etapa de la historia de la subjetividad: la de la transición de la vivencia a la convivencia. La apariencia es la contraria: la de la apoteosis engañosa del subjetivismo absoluto: uno ve un reality show y sus participantes usan el lenguaje romántico de la autenticidad, hablan con Schiller, Baudelaire y Nietzsche sin saberlo, y por supuesto, vulgarizado. Estos 20 años han sido los de la vulgaridad y la banalidad como estado general de la cultura. Pero en los sótanos de la cultura se está preparando algo nuevo y grande, aunque todavía de pocos síntomas: un ideal civilizatorio, no aristocrático, autoritario y coactivo, como el antiguo, sino igualitario, autolimitado, persuasivo.
A.F.M. Para mí, los dos acontecimientos que han marcado la cultura, primero el 11-S, tragedia que funda un planetario siglo XXI, y luego la crisis económica mundial del 2008 a la que da lugar la caída de Lehman Brothers. Han sido determinantes porque han marcado la cultura en sus dos acepciones: en el sentido de las formas de vida y costumbres desplegadas por una sociedad, y en el sentido de ilustración, es decir, en el modo en que inventamos y articulamos un conocimiento. Ambas han traído el declive del posmodernismo como relato dominante, y en particular una variante llamada “pensamiento debil”, pero no creo que se haya extinguido (de hecho, la frase “construcción de un relato”, típica del posmodernismo derivado de Foucault o de Lyotard, está hoy más vigente). Y hay otros dos cambios fundamentales, los que se refieren a la construcción de la identidad colectiva y la individual. Ahora bien, como nada hay más aburrido y estéril que el pesimismo, ese panorama de acontecimientos trágicos también ha incentivado explorar nuevos terrenos estéticos y sociales, y ha condicionado las artes, la literatura y las ciencias. De hecho, se puede hablar de una generación de artistas y narradores como Generación 11-S.