Demasiado viejo. Un psicópata acosador. Un mal patriota. La macchina del fango, desbocada en las redes sociales, le pegó muy duro. Y claudicó. Dejó el teatro que fundó en 1976. Desde entonces le circunda una sombra. Puede vislumbrarse a su alrededor en el salón de la casa madrileña de Nuria Espert, asomada a la Plaza de Oriente. Pero cuando entra la actriz, procedente de otra estancia, bromeando, sonriente, esa aura oscura se disipa. Ya no está cuando se sienta a la mesa para conversar a su lado durante las próximas dos horas. Es el milagro de la amistad. Y del teatro. El encierro estos días con ella y con el Romancero gitano de Lorca en una sala de ensayo del Teatro Real conjuran su pena negra.

PREGUNTA. Su Romancero gitano ha cubierto, a la carrera, la vacante dejada por el Unamuno de Gómez. ¿Era algo que ya andaban rumiando antes de esta contingencia o se lo han sacado de la chistera para que la Abadía pudiera salir del paso?

LLUÍS PASQUAL. No, la cosa viene de mucho antes, de cuando a Nuria le dieron el Premio Europa, en mayo. Desde ese momento, todo empieza a cuadrar. Ella me dice que tiene ganas de volver a Lorca y como la organización del premio pide a los ganadores que hagan una pequeña actuación, entonces empezamos a trabajar con el Romancero gitano. Era una manera de tantear si esa lectura podría dar para algo más. Antes del verano, en junio, Nuria se vino unos días a Barcelona y estuvimos ensayando. Ahí ya tuvimos la intuición de que sí daba. La base es una conferencia que dio García Lorca sobre el Romancero gitano, con una introducción y comentarios de los poemas. Era algo que hacía muy habitualmente. Le gustaba leer en público, generalmente a un grupo de amigos. Necesitaba sentir el efecto que producía ese algo inexplicable, incluso para él mismo, que era su poesía. Así que decidimos convertirlo en una noche poética. Los otros dos planos están formados por los propios poemas y los recuerdos de Nuria relacionados con Lorca, como, por ejemplo, cuando recitaba con ocho años el Romance de la luna.

NURIA ESPERT. Ahí explico cómo surge, tan temprano, esa ligazón que siento por Federico, y que también siente Luis. Aunque más que ligazón, habría que hablar de devoción. Es un poeta y un dramaturgo que, aunque ya nos hemos acercado muchas veces a él, no se acaba nunca. Cada vez que lo haces, encuentras cosas nuevas que te cambian o te amplían lo que ya pensabas sobre él y su obra. Luis ha hecho una dramaturgia espléndida con los recuerdos, los poemas y los comentarios. Puede ser una velada muy interesante porque también aparecen sus personajes teatrales.

P. Bueno, veo que es un espectáculo muy rico en sus fuentes...

L.P. Sí, pero es corto.Todo salió muy natural. Federico habla por ejemplo de la soledad de sus mujeres y Nuria, que las ha interpretado a casi todas, no puede dejar de recordar a la madre de Bodas de Sangre, a Yerma, a Doña Rosita...

N.E. Es que todas forman parte de mi carrera, que es mi vida.

P. Hablaban de devoción por Lorca. Llevan muchos años a vueltas con sus obras teatrales y su poesía. ¿Sienten en algún momento que tienen algún tipo de interlocución directa con él? ¿Algo esotérico por ahí?

N.E. [Ríe] No, no, aunque viví una experiencia muy bonita cuando le pusieron mi nombre a una sala de ensayo del Teatro Valle-Inclán. En el acto de presentación un actor joven se caracterizó como Federico, con su traje blanco. Se me acercó recitando uno de sus poemas. Fue una sorpresa, un regalazo. El muchacho, como dice Federico, ya no sé si me lo pareció, si se me apareció, o me lo inventé. Me hizo mucho bien.

L.P. A mí me pasó lo mismo cuando dirigía el CDN. Bardem rodó en el María Guerrero algunas escenas de su serie sobre Lorca. Yo había dado el permiso pero ya ni me acordaba ni de qué serie era ni de cuándo iban a venir. Y de repente un día llego al teatro, abro la puerta y me topo con Federico García Lorca en persona que viene directo hacia mí y me dice: “Bon dia. Estic molt content de trobar-me a casa seva”. Era una frase que se había aprendido Federico la primera vez que fue a la casa de los padres de Dalí.

N.E. [Riendo enternecida al imaginarse a Lorca hablando en catalán] Pero ¿no te acuerdas de que yo en esa serie hacía de Margarita Xirgu? Te lo dijo un actor buenísimo, un inglés adorable [Nikolas Grace].

L.P. Sí, sí, me acuerdo... La verdad es que nosotros no hablamos con Lorca. El que sí lo hacía era Alberti. Se dejaba siempre preparado en la nevera un melón cortado y, de madrugada, desvelado por el insomnio, se lo comía en la cocina hablando con Federico. Yo le decía que no podía ser, que el melón sentaba fatal por la noche [ríe].

P. Lorca escribía con mucha facilidad, a veces al ritmo de su pulso sanguíneo. Su

poesía suena sencilla pero debajo hay corrientes abisales. ¿Explicitarlas en escena es lo más complicado?

"Sé que hay que matar al padre. Lo que me ha dolido de mi marcha del Lliure es el procedimiento zafio y mentiroso". Lluís Pasqual

L.P. En la ópera italiana llevan siglos debatiendo si prima le parole e poi la musica o lo contrario. Lorca tiene una trampa, que puede hacer que te quedes en su superficie, porque solo por su musicalidad su obra ya funciona. Cuando dices Romacero gitano a la gente se le aparece instantáneamente una guitarra y un gitano tocándola. Pero eso es una imagen que corresponde más al Poema del cante jondo. Él explico por qué lo llamó gitano...

N.E. Sí, sí, lo explica muy bien cuando dice que en ese romancero está muy poco expresada la Andalucía que se ve pero que dentro está temblando la que no se ve. Lo llamó gitano porque le parecía que esta raza era lo más aristocrático de nuestro país. Buceó en ella y supo ver lo que había debajo: un mundo de amor, de misterio, que la gente no se para a mirar. Cuando se lee el Soneto de amor oscuro, sí notas que se esfuerzan por comprender sus claves pero eso no sucede con el Romancero.

P. Sin embargo, hay gitanos que dudan de que se adentrara en la raíz de sus estigmas, en particular en el rechazo atávico que padecen. Antonio Mairena, en el histórico programa de TVE Rito y geografía del cante, decía que todo gitano debía quitarse el sombrero ante Lorca pero también emitía cierto lamento: “No penetró muy a fondo en la problemática gitana. Quizá conocía, así, por encima, lo que eran los gitanos, pero no profundizó, según sus poemas”.

L.P. Eso no es verdad. Él organizó con Falla un festival de flamenco en 1922. Aquello fue un acto de valor. Ahora nos parece normal pero antes no existían. Los gitanos entraban por la cocina, cantaban y bailaban un rato en las fiestas de los señoritos y se iban por donde habían venido. Lorca los puso en el mismo escenario donde se hacían óperas o recitales de Debussy.

N.E. En realidad, fue Mairena el que se quedó en la superficie del Romacero gitano, creo. No sé si había leído sus comentarios o si estaba al tanto de que toda su vida tuvo ese respeto, ese amor, esa comprensión por lo gitano. No me parece justo.

L.P. También tuvo mucho valor cuando en los años 30 viajó a Estados Unidos y dijo que la cultura americana era una cultura podrida, una mala reproducción de la europea y que de allí sólo le interesaba la de los negros, sobre todo el jazz.

P. ¿Y qué opinión tienen de la mediática búsqueda de sus restos? ¿Merece la pena remover tantas hectáreas de tierra?

L.P. Yo pienso, y esto no es una teoría científica, que su cuerpo lo recuperaron al poco de morir. La familia nunca ha querido entrar en ese debate. Isabel García Lorca se emocionaba con muchos temas relacionados con su hermano pero, cuando salía este, no. Siempre ha pedido que lo dejen donde esté. Además, el padre de Federico era el hombre más rico de la familia. Tenía muchos enemigos pero estoy seguro de que también tenía muchos amigos. Y si a mí me mataran a mi hijo yo pagaría lo que fuera para recuperar su cadáver.

N.E. Si mi padre hubiera sido asesinado, yo querría desenterrar sus restos por encima de todo. Pero si mi padre fuera Federico, no querría que lo tocaran. Tocarlo significa más reportajes, más fotografías, más titulares... Cada uno de ellos agrandaría la herida de sus familiares. Y creo que en ese silencio en que está su cuerpo hay algo que casa bien con sus misterios.

P. Fue en Haciendo Lorca la primera vez que trabajaron su obra juntos, en 1996. Pero su alianza escénica nació con Una altra Fedra, si us plau, de Espriu, en 1978. ¿Quién les puso en contacto?

"Lorca llamó gitano a su 'Romancero' porque le parecía que esa raza era lo más aristocrático de nuestro país". Nuria Espert

N.E. La culpa de todo fue de Terenci [un brillo repentino sobreviene en sus ojos al evocarle]. Yo quería hacer una Fedra con Andrei Serban, un director que me había recomendado Grotowski. Y como tenía una deuda pendiente, que sigo teniendo todavía y que es que he hecho pocos autores españoles, llena de respeto y de admiración fui a pedirle a Espriu que me escribiera una versión. Espriu dijo que sí y yo me emocioné mucho pero luego el texto que salió era muy escueto y frío. Serban me dijo que nos olvidáramos de él y que volviéramos al original. Pero yo no podía: por deferencia y por compromiso. Le comenté mi dilema a Terenci y él me dijo: “Ya sé quién lo tiene que hacer”. Era un iluminado, acertaba muchísimo. Me habló de un chico muy joven que trabajaba con Fabián Puigserver y que acababa de presentar Leoncio y Lena. Nos fuimos a ver la obra y, al final, saludamos a Fabián y apareció un chico que parecía que tenía 15 años, con mucho pelo, rizadito todo, un ángel. Yo ya tenía claro que tenía que ser él porque viendo Leoncio y Lena, una obra maestra, no paraba de decirme a mí misma: “Sí, sí, es este; sí, sí, es este...”. Ahí empezó una amistad para siempre.

P. Usted, Lluís, ya conocía muy bien el nivel de Nuria. Cuenta en De la mano de Federico [Arpa Editores] que peregrinó por varios teatros europeos para ver su Yerma y que, no fallaba, en cada función su interpretación le provocaba fiebre. ¿Cómo recibió aquel encargo?

L.P. Pues con un lógico terror. Yo acababa de empezar en el Lliure, era la primera temporada, había hecho pocos espectáculos. Ese terror se confirmó en los primeros ensayos. El problema es que, cuando admiras a alguien tanto, todo lo que hace te parece bien. Yo me proponía decirle algo a Nuria, hacerle alguna observación pero hacía unas cosa de una manera y me parecía maravillosa. La hacía luego justo al revés y lo mismo. Temía el momento en que me preguntara: “¿Cómo te parece mejor?”. Me iba a pillar desarmado. Poco a poco nos fuimos centrando gracias a su trabajo psicológico para transmitirme calma. Hasta que un día me atreví a plantearle que eso que estaba haciendo lo quería probar de otra manera. Y después todo ha sido muy fácil con ella.

P. Lo de la fiebre es más una metáfora que una reacción fisíca real, ¿no?

L.P. No, no: yo somatizo mucho lo que veo en un escenario. Cuando algo me parece malo, experimento dolor de estómago, de cabeza... Y lo de Yerma fue así, literal: me tomaba la temperatura al salir y tenía fiebre. Yo había leído a Lorca y había visto espectáculos suyos que, debo decirlo, no me gustaban demasiado. Siempre salía el guardia civil, que él no mete por ningún sitio, y cosas que no entendía muy bien. Pero cuando vi Yerma exclamé: “¡Ah, se puede hacer esto! ¡Madre mía!”. Por eso no creo que la monte nunca porque aquel montaje de Víctor García es la perfecta definición de ‘insuperable'. Ahí descubrí realmente a Lorca y a Nuria, me caí del caballo. Es que en el teatro hay maldiciones que son para siempre. Chejov decía que él escríbía vodeviles y que para hacer Liuba de El jardín de los cerezos quería una actriz cómica. Es decir, en su obra hay una sonrisa irónica y una liviandad que, si no se tiene en cuenta, es un coñazo. Con Lorca pasa exactamente igual.

Nuria Espert y Lluís Pasqual. Foto: Sergio Enríquez-Nistal

P. ¿Han ido a ver ya Un bar bajo la arena, la obra que celebra los 40 años del CDN? Ambos aparecen como personajes.

N.E. Aún no, pero la he leído y me pareció genial. Tenemos que ir a verla, sí.

P. La escena suya, Nuria, es bastante dura. [Discute con Víctor García y le reprocha que una noche, borracho, la amenazó con un cuchillo.]

N.E. Sí, pero no me pareció mal: es la vida.

P. Ambos dirigieron el CDN durante unos años. ¿Creen que ha cumplido sus deberes en estas cuatro décadas?

N.E. Bueno, Luis pasó en él mucho más tiempo que yo. Yo sólo estuve dos temporadas. Un político se metió por medio y me marché. Llegó un punto en que no me salían las cuentas. Cuando los proyectos cristalizaban no me compensaban lo suficiente el esfuerzo que suponían las largas conversaciones burocráticas, los aprietos económicos, los ataques de la profesión... Primero me fui yo, luego Gómez y después Tamayo. Y los políticos se quedaron muy contentos por poner de nuevo a José Luis Alonso, que es uno de los más grandes directores que ha tenido este país. Era lo que querían: un teatro y un director, nada más. Las otras cosas que brotaban a borbotones, como las conferencias, los encuentros, los talleres..., les molestaban profundamente. Yo creo que el María Guerrero ha tenido los mismos vaivenes que ha tenido el país, el mundo, la sociedad... Ha vivido momentos brillantísimos y otras temporadas en que la cosa ha funcionado menos.

P. Esto del mangoneo de los políticos sobre las instituciones culturales ¿es más grave en España que en los países de nuestro entorno?

N.E. Mis amigas inglesas me contaban lo mismo que yo acabo de contar del María Guerrero: grupitos, capillitas, críticos con ojeriza... Te amargaban.

L.P. Los teatros son peligrosos siempre porque son centros de poder: de poder subir al escenario y decir lo que a uno le apetece. Y esto es un descontrol que a los políticos no les gusta en el fondo. Eso no quiere decir que intervengan directamente en la programación, porque ellos no saben nada, pero sí están como moscardones alrededor.

N.E. Al ministro de Cultura de turno le tiene que gustar lo que haces. Y si hay una crítica ácida hacia las políticas del momento, se molesta. No asimilan lo de que un teatro debe ser un espacio de creación libre, que su obligación es ser espejo deformante de lo que pasa.

L.P. Al final, todo depende de las personas. Nuria se encontró con un político obtuso, por decirlo de alguna manera, y yo con Javier Solana, que era todo lo contrario. Por eso yo duré ocho años y Nuria dos. Y luego tuve la suerte cuando llegué a París de cruzarme con Jack Lang, que incluso había dirigido un teatro.

P. No sé si ahora perciben una especie de regresión en la libertad de expresión, que, en algunos casos, proviene, paradójicamente, de aquellos a los que más se les llena la boca cuando la enarbolan. Son muchos los frentes que la constriñen. Otro fundamental sería la corrección política.

"Lo de la corrección política hizo que dejáramos de insultarnos. Pero también provoca autocensura". Lluís Pasqual

L.P. Y también hay que mencionar una Ley Mordaza que abarca muchos ámbitos y que es contraria absolutamente a la libertad de expresión. Es cierto, por otra parte, que tendemos a tomárnoslo todo a la tremenda. La corrección política vino bien hace 15 o 20 años para que dejáramos de insultarnos todos como en los campos de fútbol pero hay que tener en cuenta que es algo que viene de las universidades americanas, que luego se traslada a Inglaterra y después al resto de Europa, y que unas veces funciona y otras no. Porque, por ejemplo, cuando Labordeta mandó a la mierda a los diputados fue muy incorrecto políticamente pero lo clavó en ese momento. Es evidente que provoca autocensura. Pero yo debo decir que tengo la impresión de que he hecho siempre lo mismo que Visconti: lo que me ha dado la gana.

N.E. Yo tampoco me he autocensurado desde que murió Franco. Y veo que cuando a alguien se le impide decir algo, salta a los titulares, porque es una anomalía. A mí me da la impresión de que la gente puede decir lo que quiera. Lo que sí condiciona es el dinero, la necesidad de hacer caja, de que venga la gente, la solicitud de alguna subvención a según qué instituciones o empresas.

P. Parece que la asistencia a los teatros ha bajado en Cataluña en estos tiempos de ‘procés'...

L.P. No en el Lliure [ataja con ánimo clarificador] pero en general sí ha bajado. Septiembre y octubre han roto la media. Recuerdo que en esos meses la gente venía a ver Noche de reyes y al salir te daba las gracias por seguir haciendo teatro. Valoraban mucho poder entrar en una sala y estar dentro un par de horas viendo Shakespeare sin que eso se contaminara por el nivel de tensión de la calle. También recuerdo que una vez llegué al teatro y me encontré a los actores de la compañía joven en el bar, cuando lo normal, antes de cada función, es que estén cambiándose, haciendo gimnasia... Les pregunté que qué hacían. Y ellos, sorprendidos, me decían que era el día de la gran manifestación, que no iría nadie. Fui a taquilla a preguntar si alguien había anulado alguna entrada y me dijeron que no, que estaba lleno. Pues vamos a hacer teatro, les dije. Pero es normal que la gente no fuera porque estaban pendientes de la televisión, de las redes sociales...

P. ¿Y confían en que vamos a ser capaces de bajarle el diapasón a este conflicto?

L.P. No sé, porque aquí, por ejemplo, la metáfora de devolver las aguas a su cauce no puede darse por la sencilla razón de que cada una de las partes enfrentadas ve un cauce diferente. Y se añade algo muy grave: que los políticos se dedican a agitar y pedir a la gente que salga a la calle constantemente. Hablando en plata, yo les pago para otra cosa: para que solucionen los problemas y no para que los echen encima de los ciudadanos, porque cuando se desboca la irracionalidad es muy difícil dar marcha atrás.

N.E. Es muy peligroso: las masas son controlables hasta que dejan de serlo. Un día uno de sus políticos dirá algo que no les guste y se les irá de las manos.

L.P. El enfrentamiento que hay en Cataluña tiene un carácter casi religioso: es conmigo o contra mí. No hay matices, ni grises. Sólo blanco y negro, algo que no tiene que ver con su sociedad. Sí, es muy peligroso.

P. Por no posicionarse nítidamente en esa dialéctica parece que Lluís lo ha pagado caro. ¿Cómo ha vivido, Nuria, las circunstancias que le empujaron a renunciar?

"No soy nacionalista de nada, me parece una idea antigua, un atraso monumental. La vida va por otro lado". Nuria Espert

N.E. Yo hace cuarenta años que vivo en Madrid y sigo este proceso de una manera dolorosa. Cosas como la de ayer [asalto al Parlamento] me entristecen profundamente. Yo viajé a Cataluña para estar con Luis el día en que estaba siendo atacado de una manera tan irracional que sólo faltaba sacar una pistola y pegarle un tiro. Lo he vivido atónita porque no soy nacionalista de nada, me parece una idea antigua, un atraso monumental. No quiero que Cataluña se separe del resto de España. Lo que quiero es que España y Portugal se unan para formar un país más rico, habitable e interesante. Es que creo que la vida va por otro lado. Medio mundo se muere de hambre, pasan cosas atroces, el planeta camina hacia su extinción, la tierra protesta y de pronto surge en Cataluña una cuestión de vida o muerte, algo sectario, un pueblo sometido a división radical, de sí o no [hay que ver la angustia con la que expresa todo esto, cómo se le va ensombreciendo el rostro a medida que avanza]. El toro de la reyerta se ha subido por las paredes, como dice Lorca en su poema. En él hay muertos, aquí todavía no.

P. Pero parece que, por desgracia, cada día estamos más cerca de que los haya; la violencia ha dejado de ser excepcional.

L.P. Esperemos que no.

N.E. Esperemos que no [se apresura a repetir, solapándose sobre Lluís].

L.P. Esperemos que no [repite].

N.E. Esperemos que no [Ya en bucle, espantada por la idea, intentando conjurarla con este mantra].

P. ¿Y qué es lo que más le ha dolido de su marcha forzada del Lliure, Lluís?

L.P. Voy a intentar ser lo más objetivo. Sé que hay que matar al padre y que las revoluciones generalmente se hacen a trompicones, si es que a esto le podemos llamar una revolución. Lo que me ha dolido es que el procedimiento haya sido tan zafio y tan mentiroso. Yo siempre me he ido de los teatros después del segundo mandato. Me quedé porque me lo pidieron para que hubiera una transición ordenada y para afianzar una serie de proyectos truncados por la crisis. A mucha gente no le gustó. Vale, no pasa nada. Hasta que llegan las calumnias. Hay que tener en cuenta que no todo empezó con la denuncia. El primer tuit de esta chica fue: “Cuatro años más de Pasqual. ¿A vosotros qué os parece? ¿Pensáis hacer algo? Yo sí”. Después vino lo del maltratador.

P. Mucha gente validó muy rápido la denuncia, que no presentaba ninguna prueba. Da la impresión de que había interés en creerla en ciertos sectores. ¿Por qué?

L.P. Funcionó el método de Goebbels: una mentira repetida mil veces acaba siendo una verdad. Afortunadamente, todo eso se me pasa en una sala de ensayos. Yo perdí a mi pareja [su marido, el editor Gonzalo Canedo] un mes de enero y en marzo dirigí la obra seguramente más divertida que he hecho en mi vida, Los rústicos, de Goldoni. Yo reía en los ensayos, pero de verdad, eh, no con una risa impostada.

P. Entonces estos días con Nuria le están aliviando mucho, ¿no?

L.P. Mucho, mucho...

N.E. Y a mí también. Yo de hecho le propuse que nos olvidáramos del Romancero, pero me dijo que de ninguna manera, que a la mañana siguiente empezábamos a ensayar. Y aquí estamos los dos ahora: entregados en cuerpo y alma a Lorca.

@albertoojeda77