Llega Juan Bonilla (Jerez, 1966) algo cansado tras varias horas culebreando en la Feria de Recoletos, entre primeras ediciones y saldos, y comenta con Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) las últimas piezas librescas cobradas. La luz de otoño espejea entre nubes que amagan tormenta, pero nada empaña el contento de dos viejos amigos que reconocen mutuamente el mismo afán del que dan cuenta en sus últimas obras, en las que además se retratan. Bonilla muestra feliz un ejemplar de La novela del buscador de libros (Fund. J. M. Lara) y Trapiello, el suyo de El Rastro (Destino). Porque en los autores que son queda mucho de los muchachos que ojeaban (y hojeaban) volúmenes a la caza del libro soñado. Trapiello apunta “la curiosidad. Y bastante inocencia: siempre me parece la primera vez”, mientras Bonilla recuerda un poema de Housman que cita en su libro: “Cuando por vez primera la feria visité/ tan sólo unos peniques llevaba en el bolsillo./ Se me iban las horas contemplando/ las muchas cosas que no podía comprar./ Pero ha pasado el tiempo y si quisiera/ comprar alguna cosa, ahora podría./ Aquí están los billetes, y ahí está la feria, / pero ¿qué ha sido de aquel muchacho perdido?'. Eso, quizá es eso lo que voy buscando”.

PREGUNTA. Es inevitable preguntarles si son éstas sus mejores autobiografías.

ANDRÉS TRAPIELLO. El Rastro tiene algo de autobiografía y algo de historia, algo de teoría y algo de práctica. Me gustan los libros en los que encuentras un poco de todo eso, como en el propio Rastro. Cosas que no pensabas encontrar y cosas de las que, una vez encontradas, no quieres prescindir ni separarte. Algo que es viejo y parece nuevo, o que es nuevo y ya parece antiguo y vagamente noble por viejo. Y desde luego es un libro de amor a las cosas viejas y a las historias nuevas. Se lo dice Eleanor Parker a Charlton Heston, en Cuando ruge la marabunta, al enterarse este, que pensaba casarse con ella, de que es una mujer divorciada: “Si usted supiera algo de música, sabría que un piano suena mejor cuando se ha tocado”.

JUAN BONILLA. Nabokov decía que para contar algo interesante bastaba seguir el rastro de un objeto cualquiera en la vida de alguien cualquiera. No creo que sea una autobiografía, más bien un retrato y está escrito como todos los libros, para todos y para nadie, para cualquiera, no sé, no pienso mucho en el receptor cuando escribo o sólo pienso en un receptor: el chaval que yo fui, pero sin la menor melancolía.

P. Bonilla explica en su libro que no contrajo el vicio o la enfermedad de buscar y coleccionar libros en su casa: ¿qué pasó, dónde les nació esta pasión letraherida?

A.T. Como cuenta Bonilla, no me considero un bibliófilo. Los libros que han cambiado mi vida valían tres perras, se compraban en cualquier parte y estaban mal editados. Además me gustan poco los libros. Me parezco a Claudio Rodríguez cuando él, unos días antes de morir de cirrosis, confesó a unos amigos que no le gustaba el vino. Yo busco, edito y escribo libros porque no he encontrado aún la manera de vivir sin ellos. Unamuno, que leyó todos y escribió muchos, los llamó “tragedia del alma”.

"El yo es un trampolín: es necesario para dar el salto, pero lo que importa es el salto, no el trampolín". Juan Bonilla

J.B. Fue la curiosidad de asomarme a todos aquellos literatos de los que hablaba Cansinos Assens en sus memorias. Demostraban tanta vocación, tanta fe que parecían convencerte de que la literatura era algo muy importante, aunque sus resultados fueran a veces calamitosos. Me crecieron las ganas de ver qué escribían aquellos Lasso de la Vega, José Mas, a quien Cansinos ponía por las nubes, Villaespesa, toda esa tropa. Y no había sitio donde encontrarlos que no fueran las librerías de viejo. Pero iba buscando unas cosas y encontraba otras. Había algo de orgullo -necio, no digo que no- en el hecho de pensar en algún momento: quizá sea yo la única persona de este planeta que en este momento esté leyendo a... yo qué sé, César Arconada, Joaquín Arderius... Otro libro importante para que me acuciara ese gusto fue Los raros de Gimferrer, que terminaba con una frase que me encantaba y que sigue vigente: “Quizá lo raro sea ser lector”.

P. Según Trapiello, lo más sorprendente del Rastro es que allí no encuentras lo que buscas sino lo que ya has encontrado antes, en tu casa... ¿Qué consejos le dan a un cazador de libros primerizo?

A.T. Que no vaya, si antes no ha encontrado lo que va a buscar. De lo contrario, se va a hacer un lío y va a salir de allí con la cabeza como un bombo. Y cuando ya esté allí, que se lleve lo que no buscaba, porque a menudo eso es lo que le hace falta.

P. ¿Cuáles son esos libros de los que le gusta tener todas las ediciones posibles?

A.T. De los autores que me gustan de veras (unos pocos), las últimas y más completas, junto con las primeras, si están a mi alcance, claro, por aquello que decía Juan Ramón: “En edición diferente los libros dicen cosa distinta”. Y de los demás, las que tengo más a mano.

J.B. Lolita, porque quiero escribir un estudio, y si puedo hacer una exposición, sobre su evolución a través de sus cubiertas; el Romancero Gitano, por puro azar, por la suerte de habérmelo encontrado en distintas ediciones sin buscarlo después de conseguir la primera edición; la Ilíada, por comparar traducciones...

P. Si hacen memoria, es inevitable mencionar las frustraciones, los paraísos perdidos: ¿qué libros encontraron, no pudieron comprar y no volvieron a ver nunca?

J.B. Una vez vi, en la Feria de Recoletos, la primera edición de El Diablo Mundo de Espronceda, mi obra favorita del XIX, a un precio que podía pagar y lo dejé pasar un par de horas y cuando me decidí por fin ya no estaba. Hoy vale quince veces más y ya sé que no lo encontraré. Pero pasa muy a menudo. La Biblioteca es un mecanismo que rechaza el concepto de “todo”. Libros que he buscado infructuosamente son muchos, ahora mismo se me ocurren Donde habite el olvido de Cernuda, que creo que es el único suyo que me falta, o ya por ponerse estupendos e imposibles cualquiera de los que imprimió Altolaguirre en Montserrat, dicen que haciendo papel con las camisas de los milicianos...

Juan Bonilla y Andrés Trapiello en la librería Tipos Infames de Madrid. Foto: Sergio Enríquez-Nistal

A.T. Hasta hace unos años tenía una libretita donde había escrito Desiderata con esos libros que quería tener. Cincuenta, cien… Dejaba la lista de algunos de ellos a los libreros de viejo. En ella figuraba, como mítico e inencontrable, Luciérnagas, de Bargiela, un raro del 98, amigo de Baroja y Azorín. La misma semana me regalaron un ejemplar y encontré otro en el Rastro. Lo leí. Habría sido mejor no haberlo encontrado. Desde entonces busco menos, y lo que encuentro me sirve, mucho o poco.

P. En ambos casos, resulta sorprendente su resistencia a sucumbir a modas literarias. No cultivan la literatura del yo sino, como Trapiello dice, la del tú, pero ¿no son sus novelas, poemas, ensayos... ejemplos de escritura autobiográfica en un país con tan pobre tradición memorialista?

J.B. El yo es un trampolín: es necesario para dar el salto, pero lo que importa es el salto, no el trampolín. Es sólo “lo que habla”, que decía García Calvo, y lo único que importa es “aquello de lo que habla”. No sé si en nuestra tradición hay tan poca literatura autobiográfica como se dice, a lo mejor lo que no había eran lectores para esa literatura. Sin pasar del siglo pasado, Baroja, Zamacois, Blasco, todo Unamuno, Ramón, Segarra, Ruano, Cansinos, Mercedes Formica, Barral, Gil de Biedma, Rosa Chacel, Zambrano, todo Cernuda...yo creo que todo el que quiera encontrar una tradición, dadas las posibilidades que da el pasado, la encuentra muy fácilmente.

A.T. Es extraño. Cada día tengo una idea de mí un poco más confusa y lejana. No sé exactamente quién soy, quién es ese que escribe. Si miro hacia atrás, me digo: no es posible que yo haya escrito todo eso. Pero a veces, al escribir, me asalta la risa, como decía Geraldine que le sucedía a su padre, Chaplin, cuando veía sus películas mudas. Me parece que todo el Spp es una larga película en la que cada cual encaja su propia vida. A eso me refiero con literatura del tú. Más que una autobiografía, una novela en la que caben todos y todo.

P. Con todo, sus libros no son hoy más o menos autobiográficos que hace veinte años. ¿Hay, como decía hace poco Ignacio Echevarría, mucha impostura en la literatura confesional que triunfa hoy en España? ¿Está “infectada” de postureo?

A.T. Impostura y postureo ha habido siempre en todas partes, en la política, en la vida social... En todo caso hablar de una “literatura confesional que triunfa hoy en España” es, me parece, una exageración o un oxímoron: si eres sincero no triunfas, y si triunfas tampoco sueles serlo. Para mí la clave no es querer tener miles de lectores, sino no perder los cien primeros.

J.B. No sé cuál es la literatura confesional que triunfa hoy en España ni entiendo qué beneficio le trae a sus autores el postureo (más allá del beneficio económico si es verdad que triunfa y entendemos por triunfo la cantidad de ejemplares vendidos). Cualquier confesión que no triture de forma brutal o ridiculice de forma memorable a quien se confiesa no creo que pueda valerle de mucho a quien la lee. Lo confesional impone la admisión de culpas -San Agustín-, y hay que ser muy valiente para practicarla porque no hay vuelta atrás.

P. Algo que también les distingue es su independencia. Ambos forman parte de la plataforma Libres e Iguales. ¿Qué nos estamos jugando, ante la indiferencia casi general? ¿Qué ha pasado para que los intelectuales estén tan callados y sumisos?

"Impostura y postureo ha habido siempre en todas partes, en la política y la literatura. Si eres sincero, no triunfas". Andrés Trapiello

A.T. Cuando Cayetana Álvarez de Toledo y Arcadi Espada me invitaron a participar en Libres e Iguales tuve algún reparo íntimo, que no les comuniqué. Yo tengo muy buen ojo para las causas perdidas, y no quería perjudicarles. Se comprobó en parte: a la lectura del manifiesto de Libres e Iguales que leí en Cáceres, hace ahora cuatro años, no fue ni una docena de personas, en una plaza en la que cabían tres mil. Me presenté luego con Fernando Savater e Iwasaki a senador por UPyD por Madrid, y el Partido animalista sacó más votos que nosotros. Y sin embargo, aquí seguimos. Ahora no me atrevo a decir que vamos ganando para no gafarlo. Pero el Estado de Derecho está ganando a los golpistas. De eso no hay duda. Pero se habrá ganado completamente cuando el 65% de niños catalanes que tienen el castellano como lengua materna puedan estudiar el 50% en su lengua materna; cuando desaparezca el cupo en el País Vasco y en Navarra los privilegios feudales, fiscales y franquistas, cuando la Educación y la Sanidad vuelvan a ser competencia del Estado, cuando dejemos de oír que Cataluña no es igual que Murcia, para derivar de ello desigualdades ciudadanas. Por supuesto que Cataluña no es como Murcia. Ni Lavapiés es como mi barrio. Y en efecto, muchos colegas tienen el instinto de los oportunistas: convencidos de que su público es de izquierdas, dicen lo que su público espera de ellos. Como cualquier folclórica “se deben a su público”, y correrán para ponerse la pegatina de “No a la guerra”, pero se esconderán para que nadie les ponga la de “No a ETA” o “No al supremacista Torra”.

J.B. Yo no creo que estén callados, lo que ha pasado es lo contrario, que todo el mundo habla, y los intelectuales han perdido su micrófono exclusivo, y casi es más raro encontrar a alguien que no opine por algún canal que a uno que sí lo haga. La figura del intelectual es problemática: no hay que confundirla con la del escritor. De hecho, hoy, la mayoría de intelectuales apenas son escritores. Antes de toda esta eclosión de las redes, lo que pasaba es que siempre los mismos hablaban de lo mismo. Y por suerte eso ha cambiado. Tengo un amigo que se fue de España en 1990 y en el avión de ida, leyendo los diarios se encontraba con una serie de articulistas. Cuando regresó en 2010, los articulistas eran los mismos. Eso, creo, ha cambiado y está bien: era muy cansino ver que cambiaban los políticos, los seleccionadores, las estrellas de cine y no cambiaran nunca los opinadores. Cuando cualquier lector ya sabe lo que va a opinar Fulano sobre un asunto cualquiera, a ese opinador habría que mandarlo al banquillo.

P. Poeta, narrador, memorialista, tipógrafo, articulista, especialista en el Quijote, editor: mueven al asombro la diversidad de obras que ha abordado Trapiello, pero ¿no le perjudica la dispersión, al menos a ojos de un lector poco avezado?

A.T. Decía con mucha gracia Carlos Pujol: “Hacer carrera: hacer la carrera”. ¿Perjudicar? ¿A mis años? Claro que con mi cuenta de resultados no sé cómo no me han expulsado ya de “la carrera”. Cuando dicen de ti que escribes mucho es porque no pueden decir nada peor. De modo que bien. Galdós, Baroja, Azorín, JRJ o Unamuno, todos ellos escribieron mucho y de todo. Escribes, eso es todo. ¿Que te leen? Bien. ¿Que no? Paciencia y barajar.

P. El Cultural celebra sus primeros veinte años de existencia. ¿Cuáles han sido los cambios más significativos de la cultura en general, y de la literatura en particular?

"El #MeToo le ha hecho un favor a 'Lolita'. Prohibirla ahora sería proclamar que no se sabe leer". Juan Bonilla

A.T. Creo que se ha afianzado un nuevo canon. Hace cuarenta años el desprestigio de la literatura española era completo. Se denostaba a Galdós, a Azorín, a Baroja, por supuesto a JRJ. A muchos se les tenía poco menos que por franquistas. Sobre todo el 98. Lo que parecía sólido, la generación del 27, excepto Lorca y Cernuda, se ha desmoronado en cuanto la administración ha gastado unos millones de euros en consolidar sus obras con ediciones, museos, fundaciones, catálogos y exposiciones. Y prueba de que ha cambiado algo es esta entrevista. Hace veinte años no me la estaría usted haciendo. De hecho no me la hizo. Quién sabe si gracias a ese hecho ha podido ser uno más libre, independiente. A la vida hemos de agradecerle todo.

J.B. Lo apuntaba antes: la prescripción como arte o negocio de marcar sendas ha cambiado de manos, no sé si para bien o para mal. Antes lo que decíais en El Cultural o en Babelia tenía un peso infinitamente mayor que el que tiene ahora, en esto es mejor no engañarse, y quizá sea bueno -he leído mucha pamplina porque en esos sitios se saludaba como “el libro de la década” algún libro olvidable-. La subida a condición de autoridad única del Mercado, igualmente, tiene sus pros y sus contras, pero lo cierto es que mi libro o el de Andrés están a la misma distancia del lector que los que figuren ahora en la lista de best sellers: a un click. Por otro lado, la eterna siesta de la universidad como agente cultural no ha cambiado mucho en estos años, así que por ahí nada. En cuanto a la cultura en general, pues es preocupante que, como ya decía Ferlosio cuando yo era chaval, siga siendo un negocio del Gobierno: que el Estado siga siendo el mayor productor cultural significa que aún estamos en formación.

P. En 1998 la corrección política apenas tenía importancia, pero hoy condiciona hasta al lenguaje. ¿Hasta dónde deben llegar las cuotas en el mundo de la cultura? ¿Sólo a los premios, a las Academias, o quizás se debería primar el mérito ante todo?

J.B. Creo que son cosas muy distintas. Primero: Yo fui adolescente en los 80, Glutamato Ye-Yé, El Zurdo, Siniestro Total, el primer Almodóvar, y no creo que todas las barbaridades de los 80 me hicieran peor persona, sino más bien alguien capacitado para darle a las cosas su contexto, que es lo que la corrección política fulmina, juzgando las cosas, las palabras que se dicen, sin un contexto que las propicie. Así que la corrección política me parece el timo de la estampita. Segundo: sobre las cuotas de representación femenina no puedo opinar, no soy mujer y no me puedo poner en su lugar cuando ven que, por ejemplo, todos los miembros de un jurado son hombres, aunque entiendo su rabia o su protesta. Y tercero: lo del lenguaje es tontería. El lenguaje es una cosa más profunda, no es tan simple como esa visión simplista que quiere imponer un género neutro que no tenemos en español. Eso de que el lenguaje crea la realidad no se lo cree ya ni Chomsky.

A.T. Sabiendo, como Cervantes, que el primer premio se lo lleva el favor y el segundo el mérito, esas cuestiones dan un poco lo mismo. Además los premios los carga el diablo: a unos los liberan y a otros los esclavizan. Son raros: estorban tanto como facilitan. Si te los dan, bien; y si no, también.

P. En los tiempos del #MeToo, ¿Nabokov hubiese publicado Lolita impunemente? ¿Y Celine encontrado editor para sus panfletos antisemitas? ¿Se imaginan rehacer la historia de la literatura eliminando todo lo escabroso, antifeminista, violento...?

"Yo busco, edito y escribo libros porque no he encontrado aún la manera de vivir sin ellos". Andrés Trapiello

A.T. Cada época lee lo que se merece, pero no siempre lo que necesita. Y vivimos una época en la que se puede editar todo. Por supuesto que hoy Nabokov y Céline habrían encontrado un editor. Si lo que se nos pregunta es si los editaría una gran editorial, eso no sabría responderlo. El escritor siempre está expuesto. Flaubert y Wilde lo tuvieron peor. Y por supuesto: las cosas que se han dicho han de dejarse donde están, lo que decía Cervantes de los gitanos y los moros y lo que decía Proust de los homosexuales. Los libros no son un espacio público, a diferencia de calles y plazas. La memoria histórica no se puede entender siempre de la misma manera.

J.B. El #MeToo le ha hecho un favor a Lolita. No creo que nadie haya pedido prohibir Lolita, porque eso sería gritar a los cuatro vientos que no se sabe leer. Le ha hecho un favor porque “lolita” se define en el diccionario como “adolescente perversa” y lo vincula con Nabokov, cuando lo de la perversión adolescente es ocurrencia de Kubrick. Así que a lo mejor, gracias al MeToo conseguimos quitarle esa carga a Nabokov en el diccionario. Es falso también que la novela de Nabokov sea polémica sólo hoy: lo fue siempre, de hecho tuvo que publicarla en París en una pequeña editorial porque las editoriales de Nueva York pensaban que la censura iba a prohibirla y era pornográfica. Poco a poco fue imponiendo su inalterada y terrible belleza. En cuanto a lo demás, no sé, yo creo que sólo hace falta saber leer, saber que la literatura es un país donde los monstruos pueden hablar y pueden hipnotizarte y se puede crear emoción perdurable con la crueldad más espantosa. Pero claro que se puede rehacer la historia de la literatura eliminando lo que disguste a quien tenga el poder de rehacerla, no sería la primera vez que pasa, de los antiguos nos ha llegado mayormente lo que los copistas medievales decidían, vete a saber qué había en todo el Ciclo Troyano para que sólo haya sobrevivido Homero, vete a saber la de barbaridades que decían poetas de los que sólo ha quedado algún epigrama en la Antología Palatina. La cosa está en no permitir que nadie alcance semejante poder.

P. Si algo caracteriza nuestro tiempo es el auge del populismo y la intolerancia. ¿Qué puede hacer un escritor en un ambiente aparentemente hostil?

J.B. Muy poca cosa,como por otro lado siempre ha sido: los escritores nunca han tenido demasiada potencia social, sólo alguno de ellos, después de saber que para ejercer el poder hay que abandonar la escritura o dedicarla al sermón, tipo Vasconcelos en México o Trotsky en Rusia. ¿Qué puede un hacer escritor en un paisaje hostil? Ser humilde. Decir su canción por si cala en alguna parte. Pero desde luego renunciar al sermón y al mítin. Y hacer lo que pueda por no dejar que, en una sociedad virtual, todo -sentimientos, emociones, razonamientos- sea también virtual. (Virtual, o sea lo aparente que no es real: tratar de que no colonice la realidad).

A.T. ¿Como escritor? No tiene obligación de hacer nada. ¿Como ciudadano? Debería ser un delito no hacerlo, igual que negar el auxilio a un accidentado. Empezando por el voto: debería ser obligatorio.

P. ¿Tiene sentido que cada cambio de gobierno suponga la sustitución fulminante de gestores de primera, no políticos, que estaban haciendo una labor impagable (y pienso, por ejemplo, en Juan Manuel Bonet y el Cervantes)? ¿No debería de existir una suerte de consenso que garantizase una visión no partidista de la Cultura?

A.T. Lo de Bonet me pareció un atropello, una de esas arbitrariedades impunes que cometen los políticos: porque se sabía que la gestión de Bonet era sobresaliente y difícil de superar. Bastaría una regulación sencilla que estorbara para siempre esa clase de vendetas partidistas.

J.B. Es algo tan vulgar e irreprimible como la voluntad de poder, demostrar quién manda -en el caso de Bonet especialmente sangrante porque es evidente la intervención vengativa de Carmen Calvo para ajustar viejas cuentas-. Por supuesto que no tiene el más mínimo sentido y antes o después se impondrá la lógica del Concurso de Méritos. Hasta entonces, podemos ir olvidándonos de lo del consenso por bien que lo haga un director, como es sin discusión alguna el caso de Bonet. Pero en esto, me temo, no hay apenas diferencia entre populares y socialistas: cuando llegó el Partido Popular echaron a Benjamín Prado de la dirección de Cuadernos Hispanoamericanos, revista a la que le había dado vida nueva. Es una idiotez, debería ser un escándalo, pero ya ves. Es sobre todo una pena, que ninguno de los grandes partidos que pueden gobernar tenga en cuenta “qué se hace” y sólo esté interesado en “quién lo hace”. Una prueba más de que la expresión “política cultural” es una contradicción mientras por política sólo entendamos “lo que hacen los partidos políticos”. Que lo de Bonet no haya generado la más mínima polémica, indica también la escasa importancia de “lo cultural” entre nosotros.

@nmazancot