Vic, 1984

Fundación Mapfre. Bárbara de Braganza, 13. Madrid. Comisario: Pep Benlloch. Hasta el 5 de enero

Se trata de un homenaje necesario. Hacía casi veinte años que no se veía en Madrid una retrospectiva de Humberto Rivas (Buenos Aires, 1937- Barcelona, 2009), la última tras la concesión del Premio Nacional de Fotografía en 1997. Aunque sus fotografías hayan sido incluidas a menudo en colectivas y, en especial, los retratos que realizó de 1976 a 2005 de Violeta la Burra, sean muy conocidos como pioneros en el arte transgénero en nuestro país. El primer retrato del artista travesti lo hizo al poco de llegar a Barcelona, como tantos otros compatriotas huyendo del golpe de estado en Argentina para encontrarse con la euforia de la recién estrenada Transición en la capital catalana.



Casi desde el principio se convirtió en un “fotógrafo de fotógrafos”, como cuando hablamos de un “pintor de pintores”. El símil es ajustado, ya que Rivas fue pintor, incluso de éxito, antes de que destruyera sus telas en 1968 para pasarse definitivamente a la fotografía, manteniendo sin embargo la misma mirada constructiva. Cuando llegó a Barcelona, pronto contactó con los jóvenes de la galería Spectrum -Catany, Formiguera, Esclusa, Rigol, Fontcuberta y después, Manolo Laguillo-, de quienes se haría mentor. Se vinculó como docente al Grup-Taller d'Art Fotogràfic, crisol de la Primavera Fotográfica en Barcelona, acontecimiento pionero para el reconocimiento en nuestro país de la fotografía como soporte de creación artística, y en cuya primera edición en 1982 participó activamente. Todo esto en paralelo a los encargos comerciales y publicitarios que le permitieron mantener esta dimensión creativa hasta la década de los años noventa.



Sobrio, coherente, preciso y con gran actitud ética, Rivas fue pionero en el arte transgénero en españa

Puesto que el corpus de su obra quedó bien establecido en el Archivo Humberto Rivas -consultable online-, el comisario de esta exposición en la Fundación Mapfre, Pep Benlloch, se ha limitado a seleccionar ciento ochenta imágenes en un recorrido cronológico con copias realizadas por el propio Rivas. Cuando decidía el positivado de una fotografía, realizaba varios ejemplares, algo que denota el rigor y el control absoluto, desde la toma al revelado, con que desarrolló todo su trabajo.



Marcial, 1977

Sobrio, coherente, preciso y con una actitud ética que expresa bien en su carpeta Norte con fotografías de un viaje por la empobrecida región de Argentina (Tucumán, Salta y Jujuy) donde ya retrata a travestis. De esta etapa destaca el cortometraje surrealizante Los unos y los otros (1973), muestra de su interés por el cine (Welles, Visconti, Fellini y, sobre todo, Bergman), que nunca antes se había proyectado en nuestro país.



Aquí desarrollaría una concisa estética barroca a través de los géneros clásicos del retrato y, en menor medida, del bodegón, en principio ligada al influjo de Zurbarán, y después, en su intensa experimentación durante los años ochenta, neobarroca. Queda explícita en sus retratos de cuerpo entero sobre fondos teatrales de drapeados y pliegues; y luego, en sus Crucifixiones, en respuesta a la entonces impactante propuesta de mosaicos de fotografías del pintor David Hockney. En todo caso, la también muy influyente concepción barthesiana de la relación entre fotografía y muerte es una constante en su trabajo. El registro del memento mori sustenta sus lóbregas imágenes urbanas: desde sus escaparates, fachadas, cierres en ruinas y periferias en donde se funden Barcelona y Buenos Aires, a la serie Huellas de la Guerra Civil española, en la que trabajó casi tres décadas.



@_rociodelavilla