¿Qué libro tiene entre manos?
Siempre uno de poesía. Ahora Actores vestidos de calle de Luisa Castro. Y a la vez, La manipulación del lenguaje. Breve diccionario de los engaños de Nicolás Sartorius.
¿Qué le hace abandonar la lectura de un libro?
Nada. Nunca lo he hecho. Sigo a pies juntillas la máxima que Cervantes tomó de Plinio: “No hay libro tan malo que no tenga algo bueno”.
¿Con qué personaje le gustaría tomar un café mañana?
Con Gaspar Melchor de Jovellanos.
¿Recuerda el primer libro que leyó?
Si la memoria no me falla, La isla del tesoro.
¿Cuáles son sus hábitos de lectura: es de tableta, de papel, lee por la mañana, por la noche...?
Leo siempre que puedo, a retales. Siempre, mucho en los aviones. Gran parte de mi cultureta se la debo a la navegación aérea y a esos no lugares que son los aeropuertos. Tengo varios dispositivos para leer libros electrónicos, y no les hago ascos, pero cuando hace unos años dijeron en la feria de Frankfurt que el libro de papel desaparecería en 2018, sinceramente, no me lo creí.
Cuéntenos alguna experiencia cultural que cambiara su manera de ver la vida.
Una primera estancia en Estados Unidos, en marzo y abril de 1982, en que visité doce Estados, varias ciudades, entre ellas Nueva York o Chicago, y bastantes universidades. Viajé en aviones, en trenes y en Greyhound.
¿Por qué ha renunciado a un segundo mandato al frente de la Real Academia?
Ingresé en la RAE en 2008. En diciembre de 2009, estando hospitalizado por un grave accidente de coche, me llamaron para decirme que me habían elegido secretario. En enero de 2010 me incorporé con muletas. Cuatro años después, fui reelegido. Y al año siguiente, 2014, en primera votación mis compañeros me hicieron director. Creo que he cumplido: de diez años como académico, nueve como segundo o primero de abordo. La vida sigue.
¿De qué está más orgulloso de su gestión?
Orgulloso de haber avanzado en el logro de la RAE de los nativos digitales. De 750 millones de consultas evacuadas por el DEL en línea en 2017, cifra que este año se mantendrá. Satisfecho por haber consensuado con las otras 22 academias de ASALE la planta del nuevo diccionario, que será ya de concepción totalmente digital. Por haber visto nacer la vigesimotercera, la de Guinea Ecuatorial, y haber sentado las bases para la vigesimocuarta, la Academia nacional del judeoespañol en Israel. Y finalmente, aliviado por haber podido pagar las nóminas de los ochenta empleados de la RAE todos los meses de estos cuatro último años, y por mantener a la RAE sin deudas.
¿Qué queda pendiente?
El nuevo diccionario digital, la integración del ENCLAVE RAE en el sistema educativo español e hispanoamericano, el desarrollo de todos los proyectos en marcha que sería prolijo enumerar, y la resolución de un reto irrenunciable: la sostenibilidad económica de la RAE y de ASALE.
¿Qué debería tener y hacer el próximo director?
Suerte, mucha suerte. Buscarla y trabajar sin reservas para la RAE.
¿Y qué error no debería de cometer jamás?
No dejarlo en el momento oportuno.
¿Entiende, le emociona, el arte contemporáneo?
En muchos casos, sí. Pero siempre si la emoción que propone tiene ambición de perdurabilidad.
¿De qué artista le gustaría tener una obra en casa?
De Edward Hopper. O de cualquier flamenco, por ejemplo, Jan Lievens, que haya pintado un bodegón con libros.
¿Le gusta España? Denos sus razones.
Cuanto más viajo más igual me encuentro con todos los demás. Y, sin embargo, al regreso también me gusta más España.
Una idea para mejorar la situación cultural de nuestro país.
Escuela, escuela, escuela.