Juan Gracia Armendáriz
“Ayer no soñé contigo. O quizá sí. Ignoro si eras aquella mujer de rasgos indígenas que me observaba sentada en una silla de mimbre”. Así, entre dudas, certezas y sueños, arranca Guía de extraviados (Pre-Textos), la última novela de Juan Gracia Armendáriz, una carta de amor dirigida a una mujer sin nombre que ha desaparecido, sin motivo, sin rumbo, sin esperanza. Novelista, ex profesor universitario, periodista y músico, Juan Gracia Armendáriz (Pamplona, 1965) confiesa que el tema de la novela no surgió, como le suele ocurrir, por azar, que no le “atropelló” como tantas veces, sino que comenzó como una carta dirigida a una mujer, inspirada por lecturas de textos epistolares. “No me seducía la idea de un texto elegíaco; tampoco de una carta de desamor, de modo que se me impuso la idea de que la mujer ausente fuera una no-muerta, es decir, una desaparecida, que es un estado ambiguo, fronterizo. A partir de ahí el texto encontró la dirección”. Y lo hizo, explica ahora, sin planes previos, sin esquemas no escaletas: “Desde luego -confirma- mi método de escritura atenta contra algunas de las convenciones que proponen muchos talleres literarios. Este método "kamikaze" implica para mí un gozo y vértigo extremos: es el lenguaje quien manda. A cambio, implica un sobreesfuerzo de reescritura a fin de dar forma a esa masa de palabras a la que hay que incorporar una estructura, un ritmo narrativo, unos personajes... El primer esbozo lo escribí en dos meses; la reescritura de esa primera versión me llevó al menos dos años. Tuve que solucionar algunos problemas, como el uso de la segunda persona, que necesita ser dosificado, sostener un monólogo sin abusar de la paciencia del lector... Además, las peripecias del personaje fueron tomando cauces que habrían engordado el texto en demasía y lo hubieran llevado hacia terrenos que no deseaba. La poda fue severa porque me impuse escribir una novela breve. Esta fue la única decisión previa. Pregunta. Al analizar sus primeros libros, nuestro crítico Ricardo Senabre habló de su autobiografismo y su capacidad de introspección: ¿de qué manera están presentes en el libro? ¿qué ha prestado al protagonista de sí mismo? Respuesta. Por fortuna, yo no he pasado por el trance de padecer la desaparición de un ser querido. Hasta donde soy consciente, en esta novela el autobiografismo ha quedado en un segundo plano, aunque es seguro que proyecté en el narrador experiencias que todos hemos tenido alguna vez: el abandono y la pérdida; la búsqueda y el deseo... Sin embargo, no soy capaz de nombrar elementos que pertenecen a la buhardilla del subconsciente. Quizá un lector atento, sí. P. ¿Qué gana el relato al adoptar la fórmula del monólogo epistolar? R. Le otorga una textura de intimidad expuesta, y, quizá, al lector le brinda la oportunidad de asomarse a un estado que es una metáfora que nos abarca a todos, pues desaparecer es algo de lo que no nos vamos a librar nadie... Esta metáfora es sólo una suposición narrativa posterior que en modo alguno se muestra en el texto. Es más, creo que es una explicación un poco impostada y grandilocuente. En literatura no me gustan las conclusiones, sino las preguntas que enuncia. P. ¿Cómo le ha influido su pasado como cronista de sucesos en la elección del tema (una desaparición misteriosa) y en su resolución? R. Fue una experiencia breve, pero muy intensa. Supongo que me influyó más de lo que estoy dispuesto a reconocer. De hecho, mis primeras novelas, que acabaron todas en la papelera, se escoraban hacia aspectos narrativos propios de ese género periodístico. En realidad -ahora soy consciente de ello- eran ejercicios literarios, tanteos. Con todo el material que tiré podrían reciclarse toneladas de papel. P. ¿No sintió la tentación de que esta novela de amor desesperado y de autoconocimiento derivase en novela negra, ahora que el noir está tan de moda? R. Era algo que quería evitar a toda costa. Uso elementos de ese molde narrativo, pero son herramientas puestas al servicio de una propuesta que indaga sobre otros asuntos que van más allá de la resolución de un crimen o una desaparición. Como escritor, la novela negra me interesa más como fenómeno de sociología literaria que como "cancha" donde desplegar mi juego narrativo. Por otra parte, no creo estar dotado para urdir una historia de ese tipo. P. Si algo sorprende del libro es su prosa poética, su ambición literaria. ¿Podría entenderse el hecho de desaparecer como metáfora? R. Disfruto jugando con el lenguaje, es un placer casi perverso transformar una expresión anodina en una que sea persuasiva, tensa, pero que atienda a las necesidades narrativas y rítmicas del relato. Trato de no mostrar músculo retórico; no soportaría una novela que pareciera una ristra de greguerías, pero tampoco me veo escribiendo una novela que tenga la intensidad expresiva de un prospecto. Respecto a la segunda pregunta los lectores siempre buscamos un sentido, una dirección que nos concierna, aunque no siempre seamos capaces de verbalizarlo. Lo importante es que "resuene" algo que no acaba de manifestarse abiertamente. P. ¿Qué importancia tienen en la novela el erotismo y el deseo? R. Ahí han intervenido aspectos que no controlo, dejo que afloren. Incorporan a la novela el aspecto físico, el cuerpo. El personaje reflexiona, actúa, pero ventea el rastro de su mujer desaparecida, apela a los sentidos y al olor del cuerpo ausente. El erotismo, como otros recursos que he utilizado, aligera un discurso que de otro modo sería una pura abstracción emocional. P. ¿Cómo evitó el peligro de caer en lo melodramático, en lo sentimentaloide o en la frivolidad? R. Introduje los contrapesos de la parodia, el escarnio, pinceladas de humor, datos y anécdotas históricas... El quebranto del personaje está narrado con sordina, y ello me permitía estirar el drama hasta transformarlo en el humor absurdo y en una voz, a veces descoyuntada, que evitara esas minas a las que alude. P. En esta época en la que hemos perdido la intimidad gracias a las redes y al exhibicionismo, ¿qué puede hacer que desaparecer se convierta en un sueño? ¿alguna vez ha sentido la tentación de desaparecer? R. Sí. Y sospecho que a muchas personas se les ha pasado esta idea por la cabeza en alguna circunstancia especialmente crítica. P. Sobrecoge saber que en un año desaparece tanta gente (15.000 personas) como la que habita, por ejemplo, en San Lorenzo de El Escorial. Saber que hay quien comienza de nuevo, en otra parte, sin pasado, ¿resulta tan inquietante como seductor? ¿nos cuestiona a todos? R. Son datos de denuncias presentadas en 2014, pero debo aclarar que la mayoría se resolvieron en cuarenta y ocho horas. Sin embargo, hay un porcentaje de esas personas desaparecidas de las que nunca se vuelve tener noticia. ¿Es seductora la idea de ser otro, ocupar otro espacio, vestir otra identidad, mudar de piel? El problema real lo tiene el que espera. Ahí radica la indagación de la novela, porque entiendo la literatura como una forma de conocimiento. Un desaparecido es siempre un interrogante para quien se queda al otro lado de la puerta: ¿fue una desaparición forzada?; ¿se fue por propia voluntad?, y si fue así, ¿por qué? Estas preguntas, inevitablemente, pasan por la sospecha, la culpa y la imaginación de quien se las plantea. P. ¿Esta Guía supone que abandona definitivamente sus diarios sobre la enfermedad? R. En mi anterior novela, La pecera, ya me propuse un reto distinto. El diario es un género en el que me siento cómodo, demasiado cómodo... Esos libros fueron escritos por pura necesidad y en circunstancias personales muy extremas. Ciertas enfermedades no te abandonan nunca, pero por el momento preferiría no hacerlo. @nmazancot
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