Novelas como Los ejércitos (2006) y La carroza de Bolívar (2012)le pusieron a en el mapa literario internacional consagrándole como uno de los mejores narradores colombianos, Premio Nacional incluido. Una etiqueta que han refrendado, además de cuatro décadas de oficio, sus últimas novelas, Plegaria por un papa envenenado(2014) y, especialmente, Toño Ciruelo (2017), una inquietante indagación en el mal de qué es capaz el ser humano, que condensa temáticas clásicas del escritor como la infancia, la violencia, la reconstrucción del pasado o la realidad colombiana. Todo ello, y alguna cosa más, está igualmente presente en el volumen de Cuentos completos que reúne Tusquets, una antología que abarca dos décadas, de 1978 a 1998, donde Evelio Rosero (Bogotá, 1958) se revela un maestro del género breve. El escritor colombiano se define como un "imaginador nato" y eso, un mundo imaginario y onírico que dialoga con la más cotidiana y amarga cotidianidad, es lo que reúne en sus relatos, donde su mirada a la dura y compleja realidad de Colombia oscila entre el desencanto y la compasión.
"Todas las obras de un autor son la misma indagación, pero muy pocas consolidan un arte literario original. Eso es un reto eterno"
Pregunta. Estos Cuentos completos reúnen historias de dos décadas, ¿cómo evolucionó su escritura en esos 20 años?
Respuesta. Cuando se empezaron a publicar mis cuentos en los periódicos bogotanos yo tenía veinte años. Un escritor en formación. Es natural que esos primeros trabajos reflejen los tanteos, las experimentaciones propias de un escritor joven, acaso sus aciertos, pero sobre todo sus desaciertos, sus indecisiones. Eso hace interesante, me parece, la agrupación de obras primerizas junto a otras que ya van perfilando el estilo y el mundo definitivo del escritor. Son veinte años de escritura de cuentos. No he vuelto a escribir cuento. Las obras no las agrupé cronológicamente; de hecho, muchos cuentos cortos, al final del libro, son los primeros que escribí, porque me apasionaba el género. Pero hay un enlazamiento interno en todas las obras de cualquier escritor. Diríamos que la última obra es consecuencia de todas las anteriores. Al final todas son la misma indagación, consigo mismo, con la realidad. Pero solo muy pocas habrán consolidado un arte literario original. Y eso no me causa desazón; es un reto eterno, para afrontar.
P. Los relatos del libro abordan multitud de temáticas, el paso del tiempo, el amor, la muerte, la más pura fantasía... ¿cómo nacen estas historias?
R. Tendríamos que hablar de cada relato en específico. Cada uno tiene su historia, su simiente, desde una conversación oída al azar hasta un sueño, o el simple deseo de reír, de burlarse a costa de la ficción. También de lamentarse, por supuesto. Toda la literatura es una lamentación, venga de donde venga. El cuento, para lograr ese clímax, era mi mejor excusa, la mejor herramienta.
P. Sus cuentos pueden servir como una especie de radiografía social de Colombia en los años 80 y 90, una visión en la que prima el desencanto, ¿sigue siendo esa su percepción 20 años después?
R. No es mi percepción, es lo que me rodea, es esa vida a la fuerza que tenemos que soportar los ciudadanos de este país. Cuando esa bomba del ELN (Ejército de Liberación Nacional) estalló y acabó con la vida de muchos jóvenes estudiantes de la Policía, ese día yo no pude escribir. ¿Cómo escribir? Ese episodio, ocurrido recientemente, seguramente contribuya al desencanto que usted menciona. Pero no solo hay desencanto en mis cuentos, en mis novelas. Creo que también hay humor, y amor, que es lo que hace que un país se imponga sobre la barbarie, o por lo menos la enfrente.
P. En cierto momento de su carrera abandonó la escritura de cuentos, ¿por qué?
R. Creo que la causa fue la novela. La novela se apodera de ti, y no solo durante su escritura, sino cuando la meditas, la premeditas, la escribes y la reescribes mientras duermes o mientras caminas. Durante los primeros años escribía cuentos sin que me importara que, al mismo tiempo, adelantara una novela. Pero eso fue cambiando; me di cuenta que la novela requería todo el tiempo y dedicación; el posible tema para un cuento, el posible argumento, era de inmediato absorbido por la novela. Imaginar cuentos se fue convirtiendo únicamente en combustible para alimentar la novela. El cuento desapareció, como tal, para mí; pero claro que sigue o está presente, latente, burlón, en cada párrafo o capítulo de la novela. Me parece que los personajes de algunas de mis novelas, cuando dialogan, se cuentan cuentos entre sí. En términos generales, puedo afirmar que no dejé de escribir cuentos; los integro a la novela.
P. Reconoce habitualmente su temprano encuentro con los grandes escritores rusos (Dostoievski, Turguénev, Gógol, Tolstói...), ¿qué influencia han tenido en su manera de escribir?
R. Toda la influencia. La edificación, la introspección de su arte son un ejemplo grandioso. Y sobre todo que, al releerlos, me hacen olvidar que soy un escritor y me convierto en un lector que disfruta con la alegría de la primera vez. No busco emularlos, por supuesto. Digo que los admiro.
"Con Rulfo tengo una coincidencia cultural, pero no veo que Rulfo o Gabo estén dictaminando mi voz. A los sesenta años que me rodean mi voz es mía"
P. También se le compara con los escritores del boom, por supuesto García Márquez, pero al hablar de sus relatos también con Juan Rulfo y Cortázar, ¿considera que tienen similitudes?
R. A todos los mencionados los admiro también, y los respeto. Alguien mencionaba la presencia de Cortázar en mis cuentos; puede ser, pero no estoy muy de acuerdo. Yo pensaría más en Kafka; en todo esto la variedad de opiniones es natural. Gabo es formidable, pero no soy macondiano, no aplico ningún realismo mágico en mis cuentos, y eso lo puede comprobar cualquier lector si se asoma a mi obra sin prejuicios. Con Rulfo hay una coincidencia cultural, me parece; la correspondencia que puede existir entre los campesinos de algunas de mis obras con los de Comala; pero yo no veo que Rulfo o Gabo estén dictaminando mi voz. A los sesenta años que me rodean mi voz es mía.
P. De joven viajó a Europa, a París y Barcelona, ¿qué influencia tuvo ese viaje, el ver Colombia desde fuera, en su literatura?
R. Fue determinante. Sobre todo cuando comprobaba cómo me veían a mí, en París y en Barcelona, cuando sabían que yo era colombiano. Después de esos cuatro años europeos llegué a Colombia, a vivir en una vereda, y escribí Señor que no conoce la luna. Ahora me pongo a pesar que esa novela es consecuencia de la vida en París y Barcelona. No se ha reeditado, no se conoce; la están traduciendo al inglés; es una novela rarísima, dentro de todas mis novelas; es como la nota disonante, y espero que se dé a conocer algún día; es como una pesadilla, un caos íntimo que nace de París y Barcelona.
P. Hoy es un autor ampliamente reconocido, pero se hizo un nombre de forma paulatina, ¿qué le empujó a persistir en la literatura a pesar de todo?
R. El placer de escribir, sobre todo -y con todo y el dolor que eso significa-. No buscaba consecuencias de gloria o renombre; adelantar la novela era una explicación de vida, un reto y un refugio, una compañía diaria, más que la mujer que uno ama. Sin la escritura las cosas parecían realmente aburridas; eso sí, fue afortunado que pudiera empezar a sobrevivir de la escritura. Gracias a Dios y al diablo.
"Yo hago lo posible, y lo hago cuando escribo. El libro debería ser el punto final de la actividad del escritor"
P. Tiene fama de difícil y da la espalda a buena parte de las exigencias del mundo editorial actual, ¿cómo es su relación con esa parte empresarial y de mercado de la literatura?
R. Yo hago lo posible, y lo hago sobre todo cuando escribo. El libro debería ser el punto final de la actividad del escritor. Pero hoy en día las cosas no acaban allí. Parece que el escritor tiene que ser promotor y divulgador de su propia obra. Especie de publicista, político y empresario. No sirvo para eso, y eso es desafortunado. Algunos autores lo hacen muy bien. Viajan y viajan. Me sorprenden: ¿escriben sus obras en los aviones? ¿Cómo hacen? Creo que algún día escribiré sobre escritores: son tremendos personajes, y en Colombia dan material para adelantar una obra épica. Ojalá tenga tiempo para abrazarlos.
P. El conflicto de su país ha alimentado la literatura colombiana durante años, incluida la suya, ¿ahora que parece resuelto hacia dónde se orientará la creación de los escritores?
R. No está resuelto, ni siquiera relativamente. Pero insisto en que el desgraciado conflicto que nos rodea no es el único protagonista. Sería tedioso. Existen otras vertientes, otras miradas. Existe en nuestras obras, sobre todo, el ser humano, que es universal.
P. Su última novela, Toño Ciruelo, es de 2017, ¿ya está trabajando en algo nuevo?
R. Estuve un año largo sin escribir. Ni una palabra. Por eso mismo fue un tiempo extraño. Eso sí, un año de felicidad de leer, a diestra y siniestra. Ahora, desde hace algunos meses, he vuelto con la novela. Ocurre en un barrio residencial, en Bogotá, el viernes 10 de abril de 1970, justo cuando la banda de los Beatles se acaba de disolver. Pero apenas estoy iniciando el viaje, y espero regresar para contarlo.