Igual que el barbecho de los campos, la prosa de John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) necesita un respiro entre novela y novela. Un descanso que el escritor aprovecha para cultivar otro grano, el de la novela negra, por el que se mueve bajo el ya inútil disfraz de Benjamin Black. Y es que cada vez es más difícil no advertir en los libros de Black los ecos del gran estilista que es Banville, hasta el punto de que original y copia se confunden estéticamente. Y en el caso de Los lobos de Praga (Alfgaguara) también en la trama, pues el irlandés plantea en su nuevo noir la historia de un turbio crimen que queda en segundo plano al lado del deslumbrante retrato de la histórica capital checa a caballo entre los siglos XVI y XVII. Una Praga a la que el escritor ha rendido homenaje en Imágenes de Praga (Herce, 2008) y a cuyo pasado ya viajó en 1981 con Kepler (Edhasa, 2004), donde ya se paseaba por la mágica, maravillosa y terrible corte de Rodolfo II, con su recua de cortesanos sibilinos y conspiradores, alquimistas embaucadores y eruditos, obispos corruptos y damas lascivas, que enmarcan esta nueva novela.

Pregunta. En esta novela viaja al pasado, varios siglos atrás, ¿por qué volver los ojos hacia la historia y no al presente?

Respuesta. No creo que este libro sea una novela histórica, aunque en cierto sentido todas las novelas son un poco históricas porque narran cosas que ya han sucedido. Al viajar varios siglos atrás las circunstancias y las costumbres son diferentes, pero la gente no, porque desde que salimos de las cavernas la gente no ha cambiado. Y yo, en el fondo, escribo sobre las personas, independientemente del siglo y el lugar. Esta misma trama podría ambientarse perfectamente en el siglo XX.

P. Entonces hablemos de la ambientación. En 2008 ya publicó un libro donde deshojaba su amor por Praga, ¿qué le atrae tanto de la capital checa?

R. Praga resuena de forma muy profunda en mi naturaleza, en mi psique. Es una ciudad maravillosa, misteriosa, mágica... Tengo amigos en Praga desde antes del 89. Uno de ellos participó en la lucha clandestina anticomunista y me hablaba de que le seguía la policía secreta y de que siempre le interrogaba el mismo tipo, cuyo nombre era el equivalente checo de Señor Smith. En los años 90 iba andando por una avenida y de pronto lo vio. Se paró y le gritó "¿Cómo te llamas?". Él le saludo con la mano y se perdió entre el gentío. Sin importar la época, Praga es un mundo rarísimo, siempre ha sido una ciudad extraña y misteriosa, por algo es la ciudad kafkiana.

P. Particularmente extraña y misteriosa es esta época de Rodolfo II, que es uno de esos personajes históricos que ha inspirado todo tipo de interpretaciones durante siglos, ¿por qué provoca tal fascinación?

R. Pues precisamente porque es fascinante, porque es uno de los gobernantes más coloridos de la Historia. Es el último de los grandes reyes medievales, con todo lo que eso implicaba de poder, fasto, magia y leyenda. Tras su reinado llegó la gran lucha por el poder en Europa representada en las guerras de religión y la Guerra de los Treinta Años, que cambió el mundo para siempre. Él fue el último de estos reyes mágicos. Además su figura es bastante entrañable, porque en el fondo fue muy infeliz y brutal, pero al mismo tiempo fue muy culto y civilizado. Claro que es fascinante.

"Aunque ningún historiador lo va a admitir, todos los personajes históricos son personajes de ficción"

P. Al cierre del libro reconoce que se ha tomado ciertas licencias con algunos personajes reales, ¿cómo es escribir sobre personajes históricos?

R. Es muy parecido a crearlos, porque en el fondo todos los personajes, históricos o no, son ficticios. ¿Qué sabe un historiador de la vida privada de Rodolfo II? Que lea documentos, alguna carta o su testamento no significa para nada que conozca cómo fue la persona. De hecho, aunque ningún historiador lo va a admitir, todos los personajes históricos son personajes de ficción.

P. En este sentido, deforma los personajes históricos al servicio de la trama, ¿no había personajes reales que sirvieran a sus propósitos?

R. Seguramente sí, por supuesto, pero para qué buscarlos si el novelista es la persona más irresponsable que hay. Somos como las urracas, vamos cogiendo todo aquello que brilla y reluce y con eso vamos tejiendo historias. A veces pienso que los lectores ven a los personajes como si fueran seres humanos únicos que se mueven libremente. Pero en realidad los personajes de un escritor están hechos de trocitos, como el monstruo de Frankenstein, una pierna de aquí, un brazo de allá, un rasgo de otro sitio… así son los personajes que creamos. Me gusta esa idea.

P. La novela despliega un variado catálogo de cortesanos entre los que priman la frivolidad, la conspiración, la volubilidad, ¿son rasgos que siguen hoy asociados al poder?

R. Por supuesto que sí, mira el ejemplo de Trump, que es el más caprichoso, irresponsable e infantil de todos los líderes mundiales. En inglés se dice que la política es el negocio del espectáculo de los feos. Y es verdad, hoy en día es así. Pero también es cierto que en aquellas épocas toda esa gente de la corte tenía algo de gracia personal, tenía una gran cultura y conocía cómo era el mundo. Es decir, sabían lo suficiente del mundo como para sentir tristeza por él, porque cualquiera que tenga una visión más o menos amplia del mundo no puede sentirse muy complacido.

"Si nos dejaran echar un vistazo a toda la cantidad de dolor que ocurre en el mundo en este simple minuto no podríamos soportarlo, nos volveríamos locos", abunda el escritor. "Estamos aquí sentados y mientras hay gente siendo torturada a muerte quizás no lejos de aquí". En este sentido, Banville reconoce que somos muy afortunados, porque en realidad "no vivimos en el mundo, vivimos en una esquinita del mundo muy afortunada que es Europa, aunque esté viviendo el fin de una gran era. Cada día me parece más que estamos un pasito más cerca del fin de Europa".

"Hay que tratar de superar este complejo que tenemos en Europa. Sí, hemos hecho cosas terribles, pero también inventamos la idea de civilización y de cultura"

Un ocaso que para el irlandés sería dramático, porque si bien reconoce que "es cierto, hemos ido a otros continentes a robar sus recursos y su gente, también les hemos dado a Beethoven, Velázquez, Shakespeare… cosas maravillosas". Por eso, considera que "hay que tratar de superar este complejo que tenemos en Europa. Sí, hemos hecho cosas realmente terribles, hemos violado al mundo, pero también hemos hecho mucho bien. Inventamos la idea de civilización y de cultura. Me niego a pedir perdón por eso", remacha.

P. Habla del fin de Europa, pero ¿por qué estaríamos hoy ante el abismo y no ante un nuevo punto ¡de inflexión como tantos en la historia?

R. Porque soy un vejete que piensa que conmigo tiene que acabar todo. ¿Cómo va a seguir habiendo Europa cuando yo no esté? (Risas). Sí, también he pensado que esta época no es más que una fase que estamos atravesando. Pero me apena que la sociedad actual desprecie toda esta cultura que tanto hemos tratado de construir y defender. No estoy diciendo que la estén destruyendo, pero sí la están ignorando. Pero esto se ha dicho insistentemente a lo largo de los siglos, por eso digo que estoy hablando como un viejo.

P. Siempre dice que ambiciona escribir una novela negra sin crimen. En esta el crimen se torna secundario ante la descripción humana y paisajística de Praga, ¿ha conseguido trascender el crimen? ¿Es, en este sentido, el libro un puente entre Black y Banville?

R. Esta es una pregunta con truco. No, no he creado un puente que yo sepa, conscientemente. Pero ¿quién sabe lo que estoy haciendo?, porque yo ciertamente no lo sé. Yo me siento, se me ocurre un libro, lo escribo, y luego vienen los otros a decirme de qué trata, que por otra parte creo que es como debe ser. Intento escribir lo mejor que puedo, independientemente de que la novela sea de Black o de Banville, porque el artista literario tiene ese deber social de mantener la calidad del lenguaje. A los tiranos no les gusta la sutileza del idioma, sino las falsas noticias y los hechos alternativos, y es nuestro deber mantener el lenguaje a punto, aunque sea un lenguaje ambiguo.

"A los tiranos no les gusta la sutileza del idioma, sino las falsas noticias, y esd eber de los escritores mantener el lenguaje a punto"

P. Cuando vino a presentar La señora Osmond a España, dijo que su literatura no tenía mensaje, pero en esta novela si hay cierta crítica al poder que tiene ecos en la actualidad, ¿sin mensaje de dónde nace la historia?

R. Se podría pensar que voy a tratar de evadir tu pregunta, pero no es así, la evade la novela, no yo. Porque yo no soy nadie. El artista no existe. Yo escribo, y lo que escribo me hace a mí y ambos estamos en el mundo, pero no soy relevante. Además no siento ninguna verdadera conexión con el mundo de donde vienen estos libros, mi conexión es con el libro que voy a escribir. Repito mucho lo que decía Kafka, eso de que "el artista es el que no tiene nada que decir". Lo que no significa que no quiera decirlo. Pero no me veo como alguien que tenga nada que aportar al debate social o político. Una de las cosas que se necesitan para ser un gran personaje es no tener sentido del humor. Napoleón, por ejemplo, no tenía ningún sentido del humor, y claro, ningún sentido del ridículo. Pero yo me siento profundamente ridículo. Los grandes pronunciamientos que los haga otro, no yo.



P. Sé que no es muy amigo de las distinciones entre géneros, pero ¿viene esta novela a refrendar la plasticidad, el aperturismo de la novela negra, donde ya cabe de todo a nivel de trama, estilo, ambientación…? ¿Ha roto sus corsés y clichés de género la novela negra?

R. Definitivamente. Aunque no lo he hecho con esa intención. A pesar de que los artistas y los escritores somos grandes egomaniacos, hay otra cara en la que no tenemos ningún sentido del yo. Somos al mismo tiempo ególatras y humildes. Y eso viene del hecho de que las cosas que nos proponemos lograr no las logramos jamás. El destino natural del escritor es un destino de fracaso cotidiano. Cada frase no es más que la prueba de un fracaso. Mi amigo Martin Amis dice que cada página es testimonio de al menos 200 errores. Y digo que de 4.000. Estamos acostumbrados al fracaso, y ese fracaso nos hace humildes. Mientras, al mismo tiempo, seguimos siendo ególatras, predicando con la bandera en alto.



P. Conociendo el carácter episódico de la novela negra, ¿podría ser Christian Stern protagonista de otra novela suya, quizá ambientada en la Guerra de los Treinta Años que planea sobre toda la obra?

R. Si, podría. No lo sé, esa es la gran incógnita. Igual mañana me levanto con ganas de escribir algo más para Christian Stern, porque en el fondo no es más que lanzarme a una aventura por Europa. Pero como se me olvidan los libros que ya he escrito quizá termino repitiéndome. Hace poco estaba haciendo una entrevista para la radio en Estados Unidos y me hicieron leer una página mía de la que no reconocí una sola palabra. De pronto llegué a una frase fantástica y me entró un orgullo. Eso no lo escribí yo, lo escribió Banville, que en el mundo real no existe. Mi escritura es algo que viene de un subconsciente muy profundo, pero en tu subconsciente no puedes vivir, o sea que Banville no existe. Ni siquiera sé cómo hace lo que hace.