Poéticas de la emoción, título de esta muestra, es una rúbrica ambigua. ¿Qué significa, en este contexto, el término emoción? En la carátula del catálogo se presentan unos primeros planos de Bas Jan Ader llorando -se trata literalmente de un llanto-, que provienen de su cortometraje I'm Too Sad to Tell You (1977). ¿Cabría esperar de la exposición un recorrido por un repertorio de humores? En absoluto. La muestra nos propone una idea de arte, una manera de entenderlo, que recupera y reivindica algunos valores en desuso hoy en día. De ahí la alusión a la emoción que ha desertado de las prácticas artísticas contemporáneas. Pero no es tan solo la “emoción”, sino que lo que se reclama exactamente es una cosmovisión o un sistema de principios interrelacionados entre los que se encuentra la noción de emoción. El término “emoción” está asociado -en el contexto de la muestra- a otros aspectos como pueden ser la plasticidad, esto es la materialidad de la obra de arte, o la espiritualidad, pongamos por ejemplo. Frente a la desmaterialización del objeto o a la ideologización, se recupera aquí una idea tradicional del arte, naturalmente con una sensibilidad contemporánea. Se trata de una apuesta personal a contracorriente, no exenta de riesgo, de la comisaria Érika Goyarrola.
Falta por saber cómo se articula el discurso de esas “poéticas de la emoción”. Uno de los aspectos más significativos de la muestra es el de reunir un conjunto ecléctico de piezas muy diversas de diferentes periodos históricos. Así, se exhiben obras tan dispares entre sí como una tabla de la escuela hispano-flamenca, Descendimiento de la Cruz (1500-1510), una talla anónima del taller bruselense, Fragmento de calvario con seis personajes (h. 1460 - 1480), o una terracota de Ramon Padró Pijoan, La Piedad (h. 1850) que, grosso modo, dialogan con obras más contemporáneas como una arpillera de Manolo Millares, Homúnculo (1960), o la serie de fotografías, Action Psyché (1974) de Gina Pane en la que lacera y hace sangrar su propio cuerpo. Incluso en este diálogo se incorpora significativamente el fotoperiodismo con Enric Folgosa Martí con su célebre Funeral en Kosovo (1998).
La selección de obras de diversos periodos y su particular diálogo hacen que emerja una dimensión sagrada
Detrás de esta amalgama -aparentemente contradictoria- hay una metodología y unos criterios cuya referencia más inmediata es Aby Warburg y su proyecto, Atlas Mnemosyne, una especie de mecanismo para escrutar las imágenes. Este confrontaba imágenes de diversa naturaleza para hacer saltar chispas de sentido o, dicho en otras palabras, para hacerlas hablar. Él buscaba un fondo común o una memoria que habita desde siempre en el arte y que acaso puede aflorar en esta confrontación en virtud de un juego de asociaciones e intercambios de significados. A la luz de Warburg se clarifican las razones de la exposición y, efectivamente, puede que exista algún vínculo entre la llaga de Cristo de la tabla hispano-flamenca, las autolesiones de Gina Pane o el cadáver fotografiado por Enric Folgosa en Kosovo.
Hay una suerte de bajo continuo que recorre toda la exposición, aunque resulte difícil de explicar. ¿Acaso podemos hablar de una condición religiosa o de una espiritualidad que impregna las imágenes? La selección de obras y el particular diálogo o fricción que se provoca, efectivamente, hace emerger una dimensión sagrada. El contenido emocional de estas imágenes y las relaciones que crean entre sí es tan intenso porque remiten a preguntas existenciales como la muerte, el misterio del sexo, el deseo, el cuerpo, etc. Más aún, en una lógica de continuidad, en el recorrido de la muestra repetidamente se hace alusión al rito, esto es a una ceremonia socialmente codificada. Así ocurre por ejemplo en las fotografías de Colita dedicadas al flamenco.
Y sin embargo, hay un aspecto muy importante que juega a favor de la exposición: la auto-ironía o la consciencia de los límites de este arte de lo sagrado que incorpora obras que provocan disonancias. Introducen una saludable ambigüedad en la exposición el video de Pipilotti Rist, I'm Not the Girl Who Misses Much (1986), en el que la misma artista, despelotada, pega brincos compulsivamente con el sonido y la imagen distorsionados o bien otro video, intencionadamente kitsch, de Iván Argote, Birthday (1990), en el que pide en un lugar público a unos desconocidos que le canten el cumpleaños feliz porque se siente solo. De hecho, en relación a la imagen de Bas Jan Ader que aludíamos al principio no podríamos asegurar si está riendo o llorando, ni si en el cortometraje, como un magnífico actor o mercenario, está representado el papel de un guión como si de un juego se tratara.