Vinateros, artesanos, prostitutas, comerciantes, lavanderas, oficiales, sastres, carniceros… un pueblo entero y heterogéneo compuesto por miles de personas se plantó frente a la parisina Bastilla el 14 de julio de 1789 para protestar por el hambre, la represión y unas desigualdades que ya eran insostenibles. Como un solo hombre, la masa se lanzó contra los muros de la opresión y puso en marcha uno de los procesos más determinantes de la Historia, una revolución anónima que destruiría el viejo orden cambiando para siempre la faz del mundo.
Ahora, en otro periodo en el que el pueblo busca su voz, el escritor francés Éric Vuillard (Lyon, 1968) vuelve sus ojos hacia ese momento para rescatar de los polvorientos archivos de la historia a todas aquellas personas anónimas que con su fuerza y determinación pusieron a girar la rueda del destino. 14 de julio (Tusquets) es un homenaje literario a modo de testamento, construido con su peculiar estilo que combina la frialdad notarial de los hechos con una exquisita y conmovedora estética, que pretende recordarnos la diferencia entre quienes construyen y quienes escriben la Historia.
Pregunta. La toma de La Bastilla simboliza el salto del pueblo a la historia, el paso del protagonismo en ella de los grandes nombres a la de los seres anónimos. ¿Qué supone esto?
Respuesta. Esta es la primera vez en la historia que un pueblo tan numeroso, unas 30.000 personas levantadas en armas en aquel París, tiene éxito al tomar una ciudad, así que hablamos de una especie de victoria justa, necesaria. Una victoria que reconfiguraría la relación con la libertad y la igualdad. Pero hay que pensar que también es la primera vez que el pueblo tiene a su disposición un pensamiento que acaba de ser elaborado, que parece creado ex profeso para él. Ese pueblo no se levanta en defensa de los principios cristianos como en la Reforma protestante, o en nombre de las antiguas tradiciones, sino que lo hace invocando a Jean Jacques Rousseau y a la Ilustración. Quizá por eso pudo salir victorioso, porque tenía una nueva ideología disponible.
P. La Revolución francesa se prolongó en el tiempo y hubo multitud de episodios, ¿por qué más que cualquier otra fecha el 14 de julio ha quedado marcado en el calendario?
R. Por su carácter radicalmente popular. Justamente es la fiesta nacional porque es el pueblo el que la decretó. A finales del siglo XIX hubo una comisión parlamentaria designada para decidir cuál sería la fecha en Francia de la fiesta nacional, pero no pudieron elegir otra, puesto que desde el 14 de julio de 1789, el pueblo ya celebraba ese día. Es una de las pocas fiestas nacionales creada antes de facto que de iure. De hecho, es la única hasta donde yo sé, que celebra una revuelta, y que por la raíz de lo que celebra tiene resonancia universal.
"El 14 de julio es un capítulo de explosiva efusividad que pertenece a algo mayor, el movimiento emancipador que lucha contra la desigualdad"
P. Dice que es el presente el que nos ayuda a entender el pasado, ¿qué conexiones existen entre el pueblo de hoy y el que tomó la Bastilla?
R. Con esto quiero decir que no es el pasado el que ilumina el presente, como muchos afirman, sino que es desde el presente desde donde arrojamos luz hacia el pasado para comprenderlo y asimilarlo mejor. Precisamente porque aún está vivo, sino sería sólo una colección de acontecimientos. En cuanto a los paralelismos populares, creo que uno de los puntos clave es que era un pueblo heterogéneo. No se levantó en armas un grupo, una clase social, una profesión... No podemos definir estrictamente al pueblo del 14 de julio igual que hoy en día tampoco podemos hacerlo con el que protagoniza las manifestaciones de los chalecos amarillos. La geometría socialde los chalecos amarillos es variable, y creo que esta es una de las garantías o de las posibilidades que permiten el nacimiento de un sujeto político, como ocurrió en la Revolución.
Pero además de la heterogeneidad hay más. “Muerte a los ricos” era el principal grito de guerra de una multitud en cuyo seno acuciaban el paro, el elevado coste de la vida derivado de una hiperinflada deuda nacional y una flagrante injusticia social. Problemas todos que ni eran nuevos entonces ni lo son hoy en día, cuando nos suenan muy actuales. “Todo esto pertenece a un amplísimo movimiento que recorre la historia desde siempre hasta nuestros días, el movimiento emancipador, que está ligado al hecho de que las personas soportan mal las desigualdades”, explica Vuillard, que asegura que “cuanto más fuerte es la jerarquía y más desigualdad hay, cuando el abismo entre dirigentes y pueblo es más vertiginoso se desencadenan sucesos contingentes que hacen cristalizar el descontento popular en revueltas, levantamientos, revoluciones…”. En este mapa, la Revolución francesa es un episodio de muy alta intensidad y dentro de ella el 14 de julio es un momento de explosiva efusividad. Sin embargo, como razona el escritor, “esto se da cada cierto tiempo porque no podemos rebelarnos continuamente, se necesita paz y estabilidad para trabajar, tener hijos, vivir...”.
P. ¿Qué representa la Revolución francesa en la Francia y el Occidente de hoy?
R. Lo que consiguió la Revolución, su papel clave y su legado, dentro de todas las maldades y desmanes que encierra, es que por primera vez pronuncia una verdad que aparece recogida en la Declaración de Derechos del Hombre: todos nacemos libres y en igualdad de derechos. Esa fórmula, enunciada en la lengua política del siglo XVIII, se vuelve verdad porque es una verdad que siempre ha existido, que todo hombre reconoce nada más oírla como cierta. No lo ha sido de derecho, pero sí de facto. Cuando eso se ha dicho, en público, en voz alta, todos sabemos que es una verdad sempiterna, y por eso se ha hecho universal. Se puede engañar a las personas y hacerles creer que son inferiores, pero cuando la verdad se pronuncia y se escucha todo el mundo, se rompe esa ilusión, ese espejismo.
"El legado de la Revolución francesa es que puso voz a una verdad que por auténtica se hizo universal: todos nacemos libres e iguales"
P. En este sentido, sus relatos nunca son neutrales, siempre asume una posición, en este caso al lado del pueblo, ¿la historia tampoco es objetiva igual que nosotros no podemos serlo?
R. No, no hay historia objetiva. Hay hechos, por supuesto, archivos y documentos, y es positivo que exista todo eso. Pero en realidad, sabemos que podemos leerlo de muchas formas. Todo está sujeto a la interpretación en función de la posición que se ocupa. Y, de hecho, no hay saber que no requiera zanjar los hechos, recomponerlos, opinar sobre ellos y tomar una posición. Es consustancial al saber, e incluso es eso el saber. Por ejemplo, otro legado de la Revolución está ligado a esto y es el de la literatura, que está muy relacionada con la historia y la política. La Revolución modificó el estatus de la literatura y de los escritores y permitió que algo que antes era un producto de ocio para las clases aristocráticas se transformara en obras colectivas escritas desde el pueblo y para el pueblo. Así Corneille dio paso a Balzac, a Zola, a Victor Hugo..., escritores que comienzan a hablar de las masas desheredadas, del colectivo de la población. Fue otro paso clave en el movimiento emancipador.
P. La última vez que hablamos, definía usted el papel social de la literatura como acto político y como contrapeso del poder. En este sentido, ¿cuál es su alcance y sus límites?
R. Creo que en cierta forma es la realidad la que domina, porque la literatura no deja de ser un viaje hacia la realidad. Podemos tener la impresión de que es Rousseau quien se adelanta y domina la Revolución, pero en realidad él es producto de su tiempo y la escritura viene después. Por ejemplo, la multiplicación de revueltas populares en 2008 un poco por todas partes hace posible la escritura de este 14 de julio, de esta revisión de la historia, no es al revés. Luego evidentemente, la literatura y el hecho de escribir, permiten formular y alcanzar una verdad que se nos escapa, lo que es algo virtuoso.
En esa contingencia es donde coloca Vuillard la escritura de su libro. “Es hoy el momento de contar una historia colectiva como esta. En los últimos años, los pueblos de muchos países, de España a Egipto o Estados Unidos, reivindican el hecho de reunirse en las plazas, sin instigadores, sin cabecillas, no quieren ser representados”, opina el escritor. “Lo que no significa que no pueda haber representantes del pueblo de calidad, pero sí demuestra que en este punto en el que estamos de profundidad democrática, cada cual piensa poder deliberar. En este momento no quiere delegar su soberanía. Y 14 de julio está escrito a la luz de este estado de subjetividad colectiva”.
"La base de los movimientos reivindicativos de hoy es que los principios democráticos, la libertad y la igualdad, han sido traicionados por sus representantes"
Pero más allá de este volumen, Vuillard ha profundizado en el tema, siempre desde su óptica histórica, en su último libro recientemente publicado en Francia, La guerra de los pobres, en el que reconstruye un levantamiento popular alemán del siglo XVI enmarcado en el reformismo y en la tradición de las guerras campesinas medievales. “La idea de visitar este episodio, de continuar esta llamada a las armas, se base en que movimiento nacido en 2008 continúa, y por lo tanto esta historia de la Reforma también tiene muchos ecos en la actualidad”, defiende el escritor. “Hoy vemos que, en movimientos como el 15M, los chalecos amarillos o los manifestantes griegos, la base de su reivindicación se fundamenta en que los principios democráticos, la libertad y la igualdad, han sido traicionados por sus representantes, por las élites del mundo económico y político. Y lo que piden estas personas es una relación con la libertad y la igualdad que corresponda más a los principios teóricos”.
Lo mismo ocurre en la Reforma, donde el pueblo se apoyaba en una base ideológica más antigua, contrariamente al 14 de julio, donde la ideología es nueva y hecha a medida de la Revolución y contrariamente a la Revolución rusa, basada en un marxismo en cierta forma hecho para ella. “En la Reforma, el pueblo que se levanta en armas lo hace en nombre de lo que tiene a mano, la Biblia, y afea a aristócratas y prelados que no apliquen los principios de los Evangelios, que hablen de los pobres viviendo una vida de ricos”, explica Vuillard. “La Reforma fue eso, y me parecía que había algo interesante que contar. Es decir, cómo de golpe las personas obligan a sus élites a respetar los principios”.
P. Varios momentos recurrentes en la historia tratan de borrar las injusticias y diferencias sociales, ¿podría haber una utopía de futuro donde eso ocurriera?
R. No sé de qué está hecho el futuro, pero una cosa que nos ha enseñado el siglo XX es que hay que desconfiar de las predicciones. En el contexto en el que estamos, me parece que lo interesante es el proceso. La democracia no es un objetivo final, sino un proceso que nadie sabe a dónde ni a qué puede llegar. Podemos y debemos reclamar que este proceso sea colectivo y esperar con ello que el resultado sea democrático, pero, de momento, nadie puede saber qué sería la mejor solución o pensar un mejor sistema.