A principios de los años 80 un joven Gustavo Tatis (Sahagún, Colombia, 1961) se encontró en Cartagena a un hombre que decía conocer a su abuela, pues ambos eran contemporáneos y oriundos de Sucre. "Soy Gabriel Eligio García Márquez, me dijo. ¿Usted no es el padre de Gabo?, le pregunte. Y me dijo: no, yo soy Gabo. Mi hijo es Gabito". De este modo entró Tatis, que más tarde sería periodista, poeta y ensayista en el círculo familiar de Gabriel García Márquez, que continuaría frecuentando a lo largo de varios años. El primer encuentro ocurrió cuando avisado por su padre de la llegada del hijo a Cartagena, Tatis viajó con un amigo durante muchos kilómetros, pero no se atrevía a saludarlo. "Nos dio un pánico tremendo, hasta que fui donde él y todo fue muy fluido y familiar. Nos invitó a almorzar y pasamos toda la tarde con él", recuerda el colombiano.
Todas estas experiencias: encuentros con sus padres, hermanos, sobrinos, primos, viajes a los lugares de su infancia y charlas con el propio Gabo, han estado reposando durante casi 30 años hasta que Tatis ha decidido destilarlas en La flor amarilla del prestidigitador (Navona), un relato íntimo del García Márquez más desconocido y privado, "el García Márquez humano, cotidiano y profundamente tímido en la más íntima cercanía, que conjugaba la timidez con el humor", describe el autor. 17 crónicas donde huyendo del compendio biográfico, "pues se han escrito dos grandes biografías, la de Gerald Martin y la de Dasso Saldívar, donde se ha dicho casi todo de García Márquez", Tatis enhebra historias como el día que el escritor le mandó a Aracataca "a describirle su casa natal, porque él no podía volver, o cuando se autoinvitó a un bautizo donde yo iba de padrino".
Pero más allá de las charlas con sus familiares, especialmente con su locuaz madre Luisa Santiaga, fue en el año 92 cuando el periodista propuso al ya ganador del Premio Nobel hacerle una entrevista tras encontrárselo de nuevo en Cartagena. "El Jueves Santo a las 4 de la tarde, compartimos en casa de su madre más de tres horas de charla. La entrevista, en la que no pude grabar, sólo tomar apuntes en una libretita, tocó varios temas sobre la infancia, sobre la memoria..." Tatis le preguntó por ejemplo cómo había surgido el personaje de Melquiades, "y me respondió algo que nunca había contado antes: Melquiades se inspiró en Nostradamus, cuya vida me impactó mucho: un hombre que desafía la vida y la muerte". Aunque también, según reconocía su madre, que no paraba de apuntalar lo dicho por Gabo, "al abuelo, el coronel Nicolás Márquez, un militar entre alquimista y curandero, que fue clave en su vida.
"Al final de la charla me tocó el hombro y me dijo: Tatis, te he dado material de sobra para un libro. Yo no era consciente, pero tenía razón", sonríe el autor, que se muestra convencido de que fue en buena parte todo el rico acervo familiar el que estimuló en Gabito el afán por contar historias e incluso el modo de narrarlas. "Venía de una familia de grandes contadores de historias, sus abuelos maternos, Tranquilina Iguarán, que era de ascendencia india y conservaba muy profundas sus creencias chamánicas, y el coronel Nicolás Márquez. Además, desde muy pequeño hizo suya la manera de hablar del Caribe, muy metafórica, porque García Márquez, como los niños, interpretaba textualmente lo que decía la gente", explica Tatis.
"En sus últimos años, estuvo muy pendiente de cómo la revolución cubana tenía que revolucionarse a sí misma porque se había estancado. Tuvo también la sospecha, un sabor amargo, de que en Nicaragua el régimen sandinista se había convertido en una dictadura como la que había derrocado. Y también tuvo sus reservas con Hugo Chávez, pues creía que el caudillismo no era el camino de futuro para América Latina", relata Tatis. "Era un hombre de conciencia socialista, lo que le granjeó la enemistad de mucha gente. Todavía le cobran en Colombia y otros países que haya sido amigo de Fidel, y no le perdonan que haya donado el Premio Rómulo Gallegos a la guerrilla de Venezuela, ni sus ideas socialistas, ni su cercanía con el poder, un poder que lo buscaba a él al final de su vida".
Hablando de Colombia, el autor es tajante. "En nuestro país, García Márquez fue un estratega de paz, un diseñador de lo que más tarde se conocería como el plan de desarme de la guerrilla más antigua del continente. Mucho de lo que Colombia se ufana hoy y del premio que recogió Juan Manuel Santos lo logró García Márquez siendo simplemente un escritor con conciencia política", asegura.
Superstición y clarividencia
Volviendo al terreno puramente privado, Tatis asegura que los dos rasgos más definitorios de la personalidad de García Márquez, junto a la generosidad, fueron la superstición y la clarividencia. "Era infinitamente supersticioso, por ejemplo con el color amarillo, pero lo que más le aterraba era la muerte", afirma. "Tenía una profunda conciencia de lo efímero del ser humano, y nunca quería responder preguntas sobre la muerte. Lo mejor que me ocurre es que estoy vivo, por eso no respondo sobre la muerte, decía. Para él el problema de la muerte es que era para siempre y aseguraba que no quería morir nunca, que su sentimiento más pueril era ese, ser eterno", insiste el autor, que recuerda que no fue a recoger el Nobel de frac porque poco antes había visto un cadáver así vestido.
Pero junto a este fatalismo supersticioso, Tatis destaca que era "un hombre muy clarividente, con una gran intuición, no sólo de la belleza, sino de los hechos que le podían ocurrir. Era consciente, por ejemplo, de que su abuela y su madre habían perdido la memoria y de que había una peste de olvido en toda la familia, por lo que él también podía perderla". De hecho, no pudo terminar sus memorias "porque en sus últimos años ya se le estaban desdibujando los recuerdos". Una trágica ironía para un hombre que tenía una prodigiosa memoria, y que, como dice Tatis, "devolvió a los colombianos, y a todo el mundo, parte de una memoria mítica".
Aunque esta clarividencia también se aplica en grado positivo a su obra, pues como asegura su amigo, "era consciente de que después de su muerte su obra iba a crecer y por eso era tan perfeccionista y trabajaba tanto las palabras. Era un hombre con un profundo sentido de la búsqueda de las formas invisibles de la realidad y encontró una forma muy singular de contar la vida". Como herencia definitiva, Tatis, que también destaca, por ejemplo, su obra periodística, elige obviamente Cien años de soledad, una novela que como el propio García Márquez dijo, "competirá con el Quijote y la Biblia, porque en ella ocurrirá absolutamente todo y se fundirán lo natural y lo sobrenatural".